Reflexiones para una reforma política (II)

Ayer expuse algunas ideas para una necesaria reforma política, pensadas con el objetivo de encontrar vías para lograr una mejor organización de las relaciones entre la sociedad y el estado, así como entre los individuos y los sectores de la población. Independientemente del grado de acierto que mis especulaciones pudieran lograr, lo relevante es que el país no puede seguir dando tumbos y empantanándose en un sistema que se agota en el estrecho ámbito de una clase política esclerótica. La dificultad del caso estriba en el hecho de que, en las condiciones actuales, cualquier tipo de reforma pasa necesariamente por la aprobación de esa misma clase política, muy poco proclive a autoinmolarse. La única opción es la contemplada en el artículo 39 de la Constitución, que determina la soberanía del pueblo para darse la forma de gobierno que le satisfaga. Los administradores de la democracia representativa made in usa, se solazan advirtiendo que dicha soberanía del pueblo se deposita en sus representantes electos, negando cualquier otra forma de expresión de la voluntad popular. Los que aspiramos a la transformación afirmativa de la realidad sólo pretendemos la implantación y el perfeccionamiento de una democracia participativa, que permita al pueblo, en todo momento, ejercer su derecho soberano para procurarse la máxima felicidad posible.

La lucha por un México nuevo, entonces, pasa por la movilización popular para ejercer una presión tal que obligue al sistema político a transitar hacia la real democracia; incluso a la convocación a una asamblea constituyente. En mi opinión, las múltiples facetas de la crisis generan las condiciones propicias para hacerlo: una presidencia carente de legitimidad de origen y de capacidad de gobernar también de origen; un grave deterioro de la actividad productiva con las secuelas del desempleo y la pobreza; el desencanto de la población respecto de las instituciones y, en general, el rechazo público al estado de cosas imperante. También es propicio el marco internacional con el imperio debilitado y su gobierno dividido, con un presidente que parece ser reformista y el aparato del poder aferrado en conservarlo; con una América Latina avanzando en el proceso emancipador y mostrando un novedoso brío solidario de enorme riqueza transformadora.

Así las cosas, el momento para la actuación decidida de las fuerzas progresistas es hoy; mañana pudiera ser tarde y las condiciones favorables tornarse en contra. Nadie puede ignorar la suerte que suelen correr los presidentes de Estados Unidos que han intentado cambiar; tampoco es posible desconocer que la derecha internacional se reacomoda, el caso Honduras es emblemático. Optar hoy por el colaboracionismo de una izquierda “moderna” es cancelar la esperanza de un futuro promisorio y desperdiciar la coyuntura.

La movilización popular ya trae vuelo, comenzó hace 200 años, se constituyó en patria hace 150 y se convirtió en justiciera hace 100. Desde 1968 despertó después de la modorra posrevolucionaria, para confirmarse en 1988 y en 2006. El fraude electoral de esta última fecha, con toda la inquina que lo caracterizó, acumuló agravios suficientes para mantener vivo el movimiento y a su líder, sometido a la más descarnada campaña mediática para destroncarlo. Pero ahí está. Con aciertos y errores; con dignidad e intransigencia; con lealtades y traiciones, el movimiento popular se consolida, más allá de las siglas partidarias y sus conflictos y corruptelas; más allá de caras bonitas y espacios mediáticos. Hay movimiento y hay líder.

Andrés Manuel López Obrador teje el entramado del movimiento desde abajo; ya visitó todos los municipios del país que se rigen por el régimen de partidos y dejó sembrada la voluntad para reconstruir al país. Toca ahora abrir el movimiento a otras instancias de la organización social y proveer al debate de las ideas para la reconstrucción. Es preciso entrar a las universidades e instituciones de educación superior y lograr la incorporación de la juventud estudiosa y de los cuadros de la investigación y la docencia. Se necesita entrar en los sindicatos y las agrupaciones campesinas; en organizaciones de industriales y comerciantes pequeños y medianos. La gente necesita información veraz para comprender el origen de la crisis y para contrarrestar la manipulación informativa.

El liderazgo de AMLO tendrá que hilar muy fino. Hay sectores importantes que escatiman su participación en el movimiento por rechazo a la figura del liderazgo personal, que lo califican como autoritario, mesiánico y caudillista; tampoco les gusta la idea de extender un cheque en blanco para la elección presidencial del 2012. Están en su derecho y, en alguna medida, les asiste la razón. Del lado de AMLO, se requiere de un gran esfuerzo de tolerancia y capacidad negociadora; requiere de concebirse como parte de algo más amplio para sumar y concertar. Por lo que atañe a los sectores que no han querido sumarse, habría que esperar su reflexión en el sentido de que el liderazgo personal es indispensable cuando de rescatar al país se trata; que no hay en el panorama actual otro sujeto que cuente con la capacidad de convocatoria de López Obrador. México reclama una mayor dosis de patriotismo de sus actores políticos progresistas. Reitero que la oportunidad es hoy.

Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx


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Gerardo Fernández Casanova


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