El peor dictador

A estas alturas, creo que ya todos deben tener claro que el peor de los dictadores es el que le hace difícil a sus adversarios clasificarlo como tal, o sea, como dictador, pura y simplemente.

En el caso de dictaduras sin tapujos, como fue la del Chile de Augusto Pinochet, las existentes en el Egipto, de Hosni Mubarak, en Arabia Saudí, del rey Abdallah, o en la actualísima Honduras, de Roberto Micheletti, es mucho más fácil caracterizar-las como dictaduras: en primer lugar, ninguno de estos dictadores llegó al gobierno por el voto popular, sino que a través de golpes de estado militares o por transferencia hereditaria; en sus respectivos regímenes no hubo, o no hay, ningún respeto a los derechos de los que no comulgan con los intereses de los grupos que controlan los aparatos del estado; los medios de comunicación no alineados con las directrices trazadas por los gobernantes están prohibidos de funcionar o, en el mejor de los casos, son severamente censurados; los órganos de seguridad están todos estructurados para reprimir con violencia todo y cualquier intento de manifestar resistencia o inconformidad con las políticas dictatoriales. Sus prisiones están llenas de presos políticos, el número de disidentes asesinados es muy alto, así como el de expulsados o exiliados; los procesos electorales, cuando existen, no pasan de burdas manipulaciones que no resistirían ningún tipo de supervisión independiente; el poder judicial y el ejecutivo actúan de modo integrado, sin ningún apego a los términos de las leyes, ni siquiera a “sus” leyes.

Por lo que expusimos arriba, queda patente que estas no conforman el peor tipo de dictaduras. Es bastante fácil para cualquiera que quiera demostrar su carácter dictatorial encontrar suficientes pruebas para avalar su posición. Basta con que se tenga el interés político real de revelar al mundo las características antidemocráticas de estos regímenes, y las pruebas estarán disponibles, sin que sea necesario falsearlas o manipularlas.

Bueno, ahora vamos a tratar de las dictaduras más difíciles de combatir y, por lo tanto, mucho peores. Nos estamos refiriendo a aquellos gobiernos encabezados por dictadores que, con el objetivo deliberado de debilitar la resistencia de las fuerzas de oposición antidictatoriales, recurren a medidas democráticas de gobierno. Podríamos presentar varios casos, tales como el de Rafael Correa, en el Ecuador, el de Evo Morales, en Bolivia, el de Daniel Ortega, en Nicaragua, o el de Hugo Chávez, en Venezuela, pero, por su valor emblemático, vamos a analizar tan solo el último. Este modelo se aplicará, con algunas adaptaciones, a todos los otros regímenes mencionados. Vayamos pues a los detalles.

Hugo Chávez llega a la presidencia de Venezuela en un proceso que buscaba desde su comienzo engañar a la población en relación con sus propósitos verdaderos, una vez que, en lugar de persistir con los intentos de asumir el poder por medio de golpes de estado, decide someterse al voto del pueblo para alcanzar tal fin. Todo ya con el objetivo de generar dificultades para sus adversarios demócratas.

Habiendo sido elegido con la propuesta de hacer cambios radicales en las estructuras sociales de Venezuela, empezó a ponerla en práctica convocando una Asamblea Nacional Constituyente para que todo el pueblo decidiera cuales vendrían a ser las nuevas bases de la sociedad, cuando lo que todos esperaban de un dictador era que pusiera las fuerzas armadas en las calles para imponer sus designios por medio de la represión. Pero, lo peor todavía estaba por venir.

No contento con hacer que la asamblea constituyente fuera escogida libremente por todo el pueblo, arteramente, Hugo Chávez hizo que el producto de esta asamblea fuera sometido a un referendo nacional para aprobar o rechazar su contenido. Teniendo siempre en primer lugar el propósito de crear dificultades para los sectores democráticos que lo adversan.

Además de eso, durante el proceso constituyente, Chávez se empeñó a fondo para que algunas medidas fueran incluidas en la nueva Constitución. Así fue que la nueva Carta Magna pasó a incorporar puntos como los siguientes: las elecciones deberían realizarse con base en un sistema electoral automatizado capaz de garantizar que el voto de cada venezolano reflejara con exactitud el deseo del votante, un sistema que pudiera impedir que ocurriera algo similar a lo que pasa en los Estados Unidos, donde el vencedor de una disputa electoral puede ser el candidato menos votado (caso de la victoria de George W. Bush en las elecciones presidenciales del 2000). Sin embargo, estando al tanto de que la oposición democrática pronto lo acusaría de desear permanecer eternamente en el poder, Chávez hizo que fuera introducido en la Constitución un dispositivo que permite a los opositores convocar un referendo para destituir o revalidar el mandato del ocupante de cualquier cargo de elección popular. Malintencionadamente, de nuevo, Chávez tuvo la desfachatez de someterse a este juzgamiento popular en el 2004, cuando sacó cerca del 60% de votos favorables.

Como un dictador matrero, Hugo Chávez sabe muy bien que si impidiera el libre funcionamiento de los partidos de oposición o si ejerciera represión sobre sus opositores, podría ser fácilmente desenmascarado delante de la opinión pública nacional e internacional. Por esta razón, el tirano les concede total libertad de acción a los opositores y hasta ahora no ha reprimido ninguna de las innumerables manifestaciones promocionadas por sus adversarios. Tan solo para darle una apariencia de democracia a su régimen dictatorial, Hugo Chávez decidió no mantener ningún preso político en su país, así como tampoco aceptó expulsar, exiliar o asesinar a nadie. Los poquísimos casos de opositores que tuvieron que enfrentarse con la justicia fueron en razón de crímenes comunes y no por cuestiones políticas.

A diferencia de los dictadores tradicionales, Hugo Chávez deja que el sistema judicial de su país actúe con total independencia. Así es que, hasta hoy, pasados ya más de siete años, ninguno de los opositores que participaron en el golpe de estado del 2002 ha sido penalizado. La intención clara del tirano, una vez más, es darle a la opinión pública la impresión de que no se trata de un feroz régimen dictatorial sino que de un gobierno tolerante y respetuoso de las leyes y de los derechos humanos.

Pero, seguramente, el punto que nos provoca más indignación es su comportamiento en relación con los medios de comunicación de propiedad privada. Es inadmisible ver como este censurador brutal permite que más del 85% de toda la malla televisiva del país, más del 90% del espacio de radiotransmisión, y cerca del 99% de los medios impresos estén en manos de opositores. ¡Es una grosera maniobra para decir que en Venezuela hay libertad de expresión! Como si eso fuera poco, Chávez admite además que estos medios divulguen de modo continuado y repetitivo todo tipo de mensaje en contra de su gobierno y de su figura personal. Uno puede darse cuenta de cómo esta actitud del tirano es nefasta para los intereses de los verdaderos demócratas. Es mucho más difícil hacer que la gente comprenda que en Venezuela no hay libertad de expresión cuando los opositores pasan las 24 horas del día en la radio o en la televisión vociferando críticas al gobierno, así como ocupan casi que el 100% del espacio de los medios impresos con mensajes de igual tenor.

Ni siquiera cuando toma medidas contra algunos de estos medios Chávez actúa en desacuerdo con las leyes. Cuando decidió no renovar la concesión del grupo oligopólico RCTV, su gobierno se mantuvo enteramente dentro de lo estipulado por la ley, la cual atribuye al gobierno el derecho de renovar o no una concesión del espacio radioeléctrico público. Ahora, con las medidas que sacan del aire a cerca de 36 otras emisoras, el gobierno insiste en hacerlo amparándose en las leyes, en este caso leyes que vienen de mucho antes de que Chávez llegara al gobierno. ¡No hay como negarlo, al actuar de esta manera Chávez hace todo mucho más difícil para sus críticos, los verdaderos demócratas!

¡Cómo sería bueno para estos verdaderos demócratas si Chávez se comportara igual al nuevo dictador de Honduras (Roberto Micheletti), invadiendo las emisoras de radio y televisión que osan discordar de sus medidas, reprimiendo con salvajería las manifestaciones opositoras, incluso llegando a matar a varios de estos manifestantes! Si Chávez actuara así, en lugar de jugar a la democracia, ni la SIP (Sociedade Interamericana de Prensa – la asociación de los dueños de medios), ni los periódicos corporativos, ni los canales de televisión, ni las estaciones de radio tendrían que inventar o manipular hechos para mostrarle al mundo la verdadera cara dictatorial de su régimen.

Es verdad que estas invenciones y manipulaciones, de tanto que las repiten, a veces penetran en la mente de las personas. Pero, siempre hay el riesgo de que algunas de estas personas decidan contrastar lo que expresan los medios con la realidad concreta. Cuando eso pasa, y viene ocurriendo con mucha frecuencia, los medios de comunicación caen en descrédito, lo que solo favorece las posiciones del dictador.

Después de todo lo que ha sido expuesto, vuelvo a lo dicho en el primer párrafo: el peor de los dictadores es sin duda el que se limita a actuar dentro de los parámetros de la democracia.

(Publicado originalmente en Desacato.info, www.desacato.info, el 04/08/2009)

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Jair de Souza


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