La verdad, dicen, suele tener las patas tan cortas como la mentira las posee tan largas. Sin embargo, el problema estriba, esencialmente, no en llegar primero a la meta sino en saber llegar. Un caso basta para ilustrar esta verdad: en julio de 1917, los bolcheviques, con el apoyo de los trabajadores y los campesinos y una parte de los militares, estaban en capacidad de tomar el poder político en Rusia, pero Lenin los alertó que de hacer eso era sumamente difícil (por no decir imposible) mantenerse en el poder, por lo cual era mejor esperar una nueva oportunidad donde se dieran con armonía las condiciones objetivas y subjetivas para hacerlo. Precisamente, ese momento se presentó en octubre de 1917 y fue cuando Lenin llamó al asalto al poder, es decir, a la insurrección que los llevó al triunfo esperado y deseado.
No pocas veces, para que se confirme una verdad, se necesitan, incluso, décadas o siglos mientras mil y una más mentiras hacen su recorrido, en tiempo récord, por el mundo conquistando ventajas relativas para sus protagonistas. ¿Acaso no pasaron siglos para que un Papa reconociera que Dios no hizo al hombre aun cuando la ciencia lo había demostrado hace tiempo? Pero, como se puede entender al final histórico, se impone la verdad porque las leyes naturales de la dialéctica no pueden ser barridas ni aniquiladas como si fueran un ejército militar destruido en un campo de batalla. La suprema verdad, hasta ahora irrefutable, es que el desarrollo de la historia no depende de la voluntad de los seres humanos sino de factores que le inyectan su textura, su curso y que, en última instancia, son de carácter económico.
Hace casi un siglo hubo una famosa polémica, precisamente, surgida de los malos entendidos, de las tergiversaciones intencionadas e interesadas por otros de dos opiniones políticas: una, de Lenin y, la otra, de Trotsky. Los enemigos, fundamentalmente del segundo, se encargaron de la deformación para tratar de ahondar contradicciones políticas en dos seres excepcionales que nada ni nadie podía evitar jugaran el rol que la historia rusa planteaba en las primeras décadas del siglo XX: uno, el gran teórico de la revolución y, el otro, el gran práctico de la insurrección. Hoy, casi un siglo después, el motivo o la razón de esa polémica es digna de estudiar o reseñar por todo lo que de significación se materializa en la actualidad en la siempre interesante y arrogante Europa. Ser puede decir, sin temor a equivocación de ninguna naturaleza, que si en los países más avanzados de Europa y en Estados Unidos no triunfa la revolución proletaria la transición del capitalismo al socialista en cualquier otra región del planeta siempre estará amenazada por los tentáculos del mercado mundial capitalista sin que se pueda decir, un día en un determinado país: ya no hay marcha atrás, el socialismo ha vencido definitivamente al capitalismo.
En los primeros años del siglo XX todo indicaba que el centro neurálgico de una revolución proletaria se había desplazado a Rusia. Pero los grandes ideólogos del marxismo ruso, fundamentalmente Lenin y Trotsky, creían en la importancia capital de la revolución, para desarrollarse universalmente, en los países altamente desarrollados y, con marcada especificidad, en Alemania, por lo menos, como el primer paso de envergadura internacional.
En la mitad de la segunda década del siglo XX, Trotsky escribió y publicó un artículo titulado “Los Estados Unidos de Europa” donde, entre otras cosas, decía: “Una unión económica de Europa un poco completa, por arriba, como resultado de un acuerdo entre gobiernos capitalistas, es una utopía. En este terreno, no se irá más allá de los compromisos parciales y de las medias tintas. Por eso mismo, la unión económica de Europa, que promete ventajas enormes al productor y al consumidor, así como, en general, al desenvolvimiento de la cultura, es la misión revolucionaria del proletariado europeo en lucha contra el proteccionismo imperialista y su instrumento, el militarismo…”. Agregaba Trotsky, que: “Los Estados Unidos de Europa constituyen, ante todo, una forma, la única que se puede concebir, de la dictadura del proletariado europeo…”.
Lenin también escribió y publicó, se pudiera decir en respuesta a la opinión de Trotsky, un artículo titulado “La consigna de los Estados Unidos de Europa”, donde mostraba su preocupación por la fórmula “los Estados Unidos de Europa”, ya que no había ninguna experiencia de la dictadura del proletariado en un solo país como, igualmente, por la falta de claridad teórica al respecto. Para Lenin, esa consigna, podía originar, en ese entonces, una falsa idea de que la revolución proletaria tenía de iniciarse simultáneamente en toda Europa.
Lenin decía que desde “… el punto de vista de las condiciones económicas del imperialismo, es decir, de la exportación de capitales y del reparto del mundo por las potencias coloniales
Al existir la experiencia, la realidad de la revolución proletaria triunfante en Rusia, ya en transición del capitalismo al socialismo, Lenin decía en 1918: “Es una lección, pues no cabe duda alguna de que sin la revolución alemana pereceremos”. Una semana luego dijo: “El imperialismo universal y la marcha triunfal de la revolución social no pueden coexistir”. Otras semanas después, señaló: “El hecho de estar atrasados nos ha empujado hacia adelante, y pereceremos si no sabemos resistir hasta el momento en que encontremos el poderoso apoyo de los obreros insurrectos de otros países”. En 1919, Lenin dice: “Vivimos no en un Estado, sino en un sistema de Estados; no se puede concebir que una república soviética exista durante largo tiempo al lado de Estados imperialistas. En fin de cuentas, una u otros vencerán”. ¿Se equivocó Lenin?
En 1920, Lenin sostenía, que “El capitalismo, considerado en su conjunto mundial, continúa siendo más fuerte que el poder de los soviets, no sólo militarmente, sino también desde el punto de vista económico. Es preciso partir de esta consideración fundamental y no olvidarla jamás”. Y para remate, Lenin enfatizaba con esto: “Mientras subsistan el capitalismo y el socialismo no podemos vivir tranquilamente; en fin de cuentas, uno u otro vencerá…”. ¿Se equivocaron Lenin y Trotsky?
En lo esencial, en lo fundamental, en las opiniones o ideas expuestas por Lenin y Trotsky no se encuentran, ni que le metan lupa discordante, desacuerdos dignos de destacar en relación con la consigna “Los Estados Unidos de Europa”.
Pero ¿qué ha pasado casi un siglo después de la publicación de los artículos de Lenin y Trotsky con el mismo título?
La revolución proletaria rusa, el socialismo soviético y el de la Europa del Este se derrumbaron, dejaron de existir, venció el capitalismo imperialista, Europa continúa siendo conservadora de los intereses del capitalismo y Estados Unidos es la primera potencial mundial del capitalismo altamente desarrollado. Sin embargo, con todos los defectos que se le quieran descubrir o establecer, en Cuba sigue estando el gobierno en manos de los revolucionarios, de los socialistas. Se nombra a Cuba por poner el ejemplo de un gobierno realmente socialista de todos los que existían cuando era una realidad la Unión Soviética y los países llamados socialistas del campo del Este europeo. Nadie está obligado a entender eso como una afirmación de que el socialismo esté construido en Cuba y que no exista el peligro, dicho por el mismo comandante en jefe Fidel Castro, de que el capitalismo imperialista, si le dan papayas, puede hacer fracasar a una revolución por factores como el burocratismo, la corrupción y el aislamiento del mundo capitalista. Gracias, en primer lugar y sin rendir culto a la personalidad, a Fidel, Cuba ha sabido sobrevivir, resistir y superar grandes escollos interpuestos por el imperialismo que han intentado, por todos los medios posibles, hacer fracasar a la revolución cubana.
En verdad, Lenin creyó que la consigna de “Los Estados Unidos de Europa” era errónea en el sentido socialista que se planteaba para entonces y reaccionaria desde el punto de vista capitalista. Lamentablemente, la revolución proletaria no se produjo en Alemania ni en los otros países del capitalismo altamente desarrollado de la Europa de esa época. La actualidad demuestra que sigue siendo una consigna revolucionaria del proletariado europeo. El triunfo de la globalización capitalista y la necesidad de satisfacer sus apetencias han obligado a Europa a unirse desde el punto de vista del capitalismo; es decir, ya existe, sin que quede ni un solo país o Estado por fuera, la Unión Europea que viene siendo lo mismito que Los Estados Unidos de Europa pero sujeta a la ley del desarrollo desigual. Y esa es una consigna correcta para los amos del capital que puede favorecer la lucha revolucionaria si el proletariado europeo rompe con su reformismo, con su conservadurismo, deje de aplaudir cualquier sonrisa de los burgueses y se decida por hacer su revolución proletaria o socialista volviendo ceniza la existencia de fronteras nacionales, para que, como paso importante hacia la revolución socialista mundial, haga realidad la consigna Los Estados Unidos de Europa Socialista bajo la égida de la ley del desarrollo combinado. Eso también tendrá que ocurrir en los otros continentes. Si el proletariado europeo, principalmente, no hace nada por jugar su papel redentor como también le toca al proletariado de los otros continentes, la próxima guerra imperialista, ¡téngase por seguro!, será entre continentes. El desastre y la destrucción de una buena parte del planeta y de una proporción mayor de la humanidad, lo saben los grandes amos del capital, terminará en el triunfo definitivo de la revolución proletaria para salvar lo que quede en un sentido y en el otro.
En todo caso, Lenin y Trotsky ya alertaron sobre ello. Hay que estudiarlos con atención, esmero y pasión por todo el legado que le han dejado al proletariado mundial. Amén del de Marx y Engels, los grandes forjadores de la doctrina marxista.