La comodidad acrítica

Karl Marx resumía su pensamiento como “la crítica absoluta de todo lo existente”. Bueno es recordarlo cuando en la izquierda isleña la crítica política ha estado ausente durante décadas. La crítica oxigena el ambiente, da lugar al debate, corrige los fallos y las tendencias erróneas y sienta las bases para el entendimiento basado en la claridad de las distintas posiciones. Como bien subrayaba Lenin, “antes de unificar, y precisamente para unificar, hay que delimitar los campos”. 

En cambio, en la charca podrida del confusionismo ideológico y del acomodamiento, la crítica política ha sido sustituida por la insidia personal, las vanidades ofendidas, la fragmentación hasta el absurdo por razones insondables y el sectarismo puro y duro. 

Para esta izquierda pequeñoburguesa y resignada, que se limita a fantasear mientras culpa al pueblo del pantano en que hemos caído, la crítica abierta y franca es algo a lo que no está acostumbrada. Huyendo de entrar en el debate, se tacha a quienes la ejercemos de “rompedores”, “radicales” y unas cuantas cosas peores. 

Contraponen unidad y crítica como dos cosas antagónicas porque en sus cabezas no cabe que mientras no exista una crítica franca y un debate abierto, es imposible alcanzar ningún tipo de unidad, y menos una unidad duradera. Aunque, en el fondo, tampoco parece que la unidad -y las exigencias que conlleva- les ponga mucho. 

Cuando cometen un error garrafal y a todas luces evidente, se molestan no por haberlo cometido, sino porque alguien se atreva a señalárselo. “¿Pero de qué van estos?”, es su respuesta favorita. 

Comprendemos que estén molestos. Pero, ¿qué debemos hacer? ¿Acaso callar y no manifestar lo que pensamos en pro de una unidad inexistente? ¿Poner una mordaza a las posiciones comunistas? Esa es la forma de hacer las cosas que nos ha llevado a la situación actual, y cuesta abajo. 

En cada sociedad hay toda una gama de contradicciones. Los comunistas diferenciamos entre lo que son contradicciones en el seno del pueblo y las que son entre el pueblo y el enemigo. Éstas últimas son antagónicas, y sólo se resuelven por la fuerza. Las primeras, por el contrario, deben resolverse mediante la crítica y la autocrítica, el debate sincero y el convencimiento. 

En muchos casos, precisamente porque discrepamos de lo que hacen organizaciones que no son enemigas, sino que forman parte del pueblo y, por lo tanto, han de ser nuestras futuras aliadas, es más necesario hacerles ver las desviaciones y los errores que les ponen en manos de los enemigos de nuestro pueblo, las debilitan y las hacen inservibles. 

Sólo cabe hablar de unidad cuando se tiene claro que defienden y a quién representan cada una de las partes que se unen. Si se ocultan las diferencias es imposible la unidad. En cambio, se crea el caldo de cultivo del sectarismo. 

Nosotros no pretendemos –ni queremos- que toda la izquierda canaria sea comunista. Pero sí tenemos derecho a exigir clarificación. Por nuestra parte, como es lógico, seguiremos defendiendo el punto de vista comunista, marxista-leninista, sobre la vida social, política y económica. Y eso incluye –tal es nuestro propósito- ser igual de claros con los errores que nosotros mismos cometamos. 

No vale trabajar de cualquier manera. No vale la chapuza. Para vencer en los ambiciosos objetivos que nos planteamos (¡nada menos que derrotar al imperialismo y al colonialismo y poner en pie la República Socialista Canaria!) hace falta pulirse constantemente con la herramienta de la crítica y de la autocrítica. Convencidos de que, sin victorias ideológicas, no son posibles las victorias políticas. 
 
 

(*) Teodoro Santana es miembro del Comité  Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)



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*Teodoro Santana


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