En cambio,
en la charca podrida del confusionismo ideológico y del acomodamiento,
la crítica política ha sido sustituida por la insidia personal, las
vanidades ofendidas, la fragmentación hasta el absurdo por razones
insondables y el sectarismo puro y duro.
Para esta izquierda
pequeñoburguesa y resignada, que se limita a fantasear mientras culpa
al pueblo del pantano en que hemos caído, la crítica abierta y franca
es algo a lo que no está acostumbrada. Huyendo de entrar en el
debate, se tacha a quienes la ejercemos de “rompedores”, “radicales”
y unas cuantas cosas peores.
Contraponen
unidad y crítica como dos cosas antagónicas porque en sus cabezas
no cabe que mientras no exista una crítica franca y un debate abierto,
es imposible alcanzar ningún tipo de unidad, y menos una unidad duradera.
Aunque, en el fondo, tampoco parece que la unidad -y las exigencias
que conlleva- les ponga mucho.
Cuando cometen
un error garrafal y a todas luces evidente, se molestan no por haberlo
cometido, sino porque alguien se atreva a señalárselo. “¿Pero de
qué van estos?”, es su respuesta favorita.
Comprendemos
que estén molestos. Pero, ¿qué debemos hacer? ¿Acaso callar
y no manifestar lo que pensamos en pro de una unidad inexistente? ¿Poner
una mordaza a las posiciones comunistas? Esa es la forma de hacer las
cosas que nos ha llevado a la situación actual, y cuesta abajo.
En cada sociedad
hay toda una gama de contradicciones. Los comunistas diferenciamos entre
lo que son contradicciones en el seno del pueblo y las que son entre
el pueblo y el enemigo. Éstas últimas son antagónicas, y sólo se
resuelven por la fuerza. Las primeras, por el contrario, deben resolverse
mediante la crítica y la autocrítica, el debate sincero y el convencimiento.
En muchos casos,
precisamente porque discrepamos de lo que hacen organizaciones que no
son enemigas, sino que forman parte del pueblo y, por lo tanto, han
de ser nuestras futuras aliadas, es más necesario hacerles ver las
desviaciones y los errores que les ponen en manos de los enemigos de
nuestro pueblo, las debilitan y las hacen inservibles.
Sólo cabe
hablar de unidad cuando se tiene claro que defienden y a quién representan
cada una de las partes que se unen. Si se ocultan las diferencias es
imposible la unidad. En cambio, se crea el caldo de cultivo del sectarismo.
Nosotros no
pretendemos –ni queremos- que toda la izquierda canaria sea comunista.
Pero sí tenemos derecho a exigir clarificación. Por nuestra parte,
como es lógico, seguiremos defendiendo el punto de vista comunista,
marxista-leninista, sobre la vida social, política y económica. Y
eso incluye –tal es nuestro propósito- ser igual de claros con los
errores que nosotros mismos cometamos.
No vale trabajar
de cualquier manera. No vale la chapuza. Para vencer en los ambiciosos
objetivos que nos planteamos (¡nada menos que derrotar al imperialismo
y al colonialismo y poner en pie la República Socialista Canaria!)
hace falta pulirse constantemente con la herramienta de la crítica
y de la autocrítica. Convencidos de que, sin victorias ideológicas,
no son posibles las victorias políticas.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)