“Si no hacemos cuanto la naturaleza espera de nosotros, ¡seremos traidores!”
En la Cumbre sobre Cambio Climático en Copenhague se discute, desde hace varios días y desde posiciones encontradas, las posibles soluciones que permitan que la humanidad escape a un destino horrible de extinción a consecuencia de la irracionalidad suicida de una minoría de países ricos y explotadores, encabezados por el más egoísta en esta materia: los Estados Unidos.
No es fantasiosa la alarma ante las pruebas evidentes de que los cambios climáticos que hoy ocurren, conducirán a corto plazo a condiciones agónicas para gran parte de la población mundial, porque ya afecta la existencia de miles de millones de personas. Por otra parte, a largo plazo, y no tan prolongado, los cambios amenazan con hacer incompatible la existencia del género humano y, por consiguiente, de la vida en el planeta.
Las miradas y esperanzas de los millones de habitantes que pueblan el mundo, tienen bajo escrutinio a los representantes de los países congregados en Copenhague, y las decisiones o acuerdos que finalmente se adopten en este foro mundial, aunque no se vislumbran las alternativas necesarias y todo el mundo anda alicaído ante la falta de los resultados que se esperaban con urgencia.
Fue José Martí, profundo pensador cubano y Héroe Nacional de Cuba, quien fue capaz de avizorar la esencia de los problemas que en la actualidad se discuten como cosa de vida o muerte. Barruntaba, desde su atalaya previsora, que “la tierra se hunde bajo el peso de los hombres”. Por eso pensaba que “si no hacemos cuanto la naturaleza espera de nosotros, ¡seremos traidores!”
Decía premonitoriamente: “Si la tierra espera y oye, ¿por qué no hemos de bajar la mano amiga hasta la tierra? Enfatizaba que “vivir en la tierra no es más que un deber de hacerle bien”, pues la “tierra es santa, sagrada, consoladora y una”, y “aflige ver herida por un propósito interesado la tierra que se está levantando con dificultad de su lecho de angustias”.
Postulaba que “no hay nada más útil que desear conocer la formación de nuestro mundo, y sus cambios y épocas, y las relaciones de los objetos que lo pueblan, y la transformación de unos y otros, que es tan ordenada y maravillosa que hace creer que empieza en roca dura el ser humano (…)”
Martí confesaba lo que su sensibilidad captaba con una certeza dolorosa: “El mundo sangra sin cesar de los crímenes que se cometen en él contra la naturaleza”. Se daba cuenta de algo que hoy se aprecia claramente en Copenhague: “el mundo entero va ahora como moviéndose en la mar, con todos los pueblos humanos a bordo”. Hoy nos percatamos que ese barco navega en un mar proceloso y puede naufragar, si no arriba antes a puerto seguro.
El optimismo, no obstante, le permitía tener fe que el mundo tiene un garante de su existencia y salvación. “Sobre las manos enlazadas de los hombres se levanta el mundo. El mundo no se cae en el vacío, porque lo sostiene un coro de hombres unidos por las manos”. Son las manos y voces de los pueblos, cuyos representantes populares, libran una verdadera batalla campal en las calles de Copenhague, en medio de la represalia y golpiza de la fuerza militar bruta.
Imaginaba y valoraba con la pasión de un idealista y realista iluminado que el mundo bello podía preservarse. “El mundo es un templo hermoso –decía-, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento.”
Cuando Martí estuvo consciente de que las condiciones en la tierra podrían ser catastróficas para la humanidad producto del vandalismo de las fuerzas humanas agresivas, expresó su alternativa y solución supremas: “Este mundo es horrible: ¡créese otro mundo!”. He ahí el cambio salvador, que abre el camino a las revoluciones sociales y a las revoluciones de la naturaleza, previstas por Fidel desde hace décadas.
Ante la realidad de que la causa verdadera y principal del cambio climático actual es la acción depredadora y explotadora de carácter ilimitada del capitalismo y, en especial, de los países ricos del orbe, los pueblos están descubriendo que la solución está ligada esencialmente a un cambio del actual orden internacional injusto.
Por eso, en la actual coyuntura, en que se vislumbra que en Copenhague los Estados Unidos, líder de los ricos, actuará inconsecuentemente a pesar de la urgencia de los problemas climáticos, cabe esgrimir como consigna la frase de José Martí “Si este mundo es horrible; ¡créese otro mundo!”.
wilkie@sierra.scu.sld.cu