Desde la Oficina Nº 1 de su estancia eterna, Miguel Otero Silva padeció la misérrima fotografía con que el periódico que fundara, El Nacional, mancillara su edición del 13/08/10 y, de paso, toda la historia del diario. “Esta Casa”,
así llamaba a su empresa el veterano escritor; ahora esa casa, a partir
de la grotesca imagen de cadáveres apilados en la morgue, pasaba a
formar parte de las Casas Muertas que dejan a su paso el
sensacionalismo y el amarillismo, dos engendros de las miserias del peor
periodismo. No asistía, don Miguel Otero, a La Muerte de Honorio, sino a la de su propia criatura, la del diario de sus sueños y desvelos. El periódico no moría de Fiebre, sino de una lenta, sistemática y hórrida degradación. Esa foto morosa y morbosa le parecía sacada de la mente retorcida de Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad,
como si el tirano desatara una atroz carnicería sobre toda la sala de
redacción, donde solía compartir un café con el personal. Lejos quedaba
el humanismo y la creatividad de los fundadores, cuando se hacía un
periodismo noble, de altura, de cara al pueblo, casi inspirado en La Piedra que era Cristo. Por eso el autor, en lugar de evocar su Cuando quiero llorar no lloro, al ver su obra, su periódico, política
y éticamente destrozado, sólo atinó a susurrar, como letanía y epitafio
de su segunda muerte, del parricidio del que era víctima: “y a veces lloro sin querer”.