Mayo dicen que
es el “mes de las flores”. También del nacimiento de aquel alemán
Karl Marx, del “gran ensayo” de las revoluciones contra-culturales
y anti-sistémicas de 1968, de la radical renovación y deconstrucción
de las matrices político-culturales, de “las izquierdas históricas
del siglo XX” del sistema-mundo (Wallerstein, Hopkins y Arrighi
dixit), convertidas en los monolitos grávidos de la “socialdemocracia
reformista” y del marxismo de aparato: el “marxismo soviético”.
Cuando una revolución
presenta síntomas de estancamiento y en sus aspectos ideológicos,
muestra una recaída en la mentalidad sectaria y dogmática, es preciso
traer como pretexto (y desde otra línea de fuga) aquella frase
de Mao: “Que se abran cien flores y cien escuelas de pensamiento”.
Contra los guiones
del dogma propios de la izquierda cavernaria, hay que apostar por la
multiplicidad de las voces críticas, sin bozales de arepa, sin gríngolas,
sin lenguas amarradas. Hay que (des)ordenar el discurso frio de una
“burocracia” presuntamente “revolucionaria”, con su chantaje
más manifiesto: ¡si estas conmigo eres revolucionario, si no estas
conmigo eres contra-revolucionario! ¡Chantaje basura! Hay que salir
de estos “callejones sin salida”.
Sobre la “socialdemocracia
reformista”, ha sido Anthony Giddens quién mejor caricaturiza su
acta de defunción, neo-liberalizando la socialdemocracia, y re-bautizándola
como “Tercera vía”.
El ala derecha
del laborismo británico (el “Nuevo Laborismo”) intentó poner en
circulación hace algún tiempo la consigna: “El socialismo ha
muerto pero la izquierda no” (Giddens dixit): al menos
señalaba Giddens como “sistema de gestión económica” (el sacrosanto
respeto por la macroeconomía capitalista), intentando superar el falso
dilema en el terreno ideológico europeo entre socialdemocracia clásica
y neoliberalismo, la primera presuntamente estatista y colectivista,
el segundo comprometido con el “fundamentalismo del mercado”.
De esta estratagema
retórica y política, vivieron tanto las administraciones Blair como
Clinton reafirmando una suerte de geopolítica del Atlántico Norte,
que desde entonces fue virando cada vez más agresivamente hasta la
derechización de los gobiernos Europeos de la actualidad.
El racismo, la xenofobia, el etnocentrismo, la colonialidad y el neo-colonialismo
son cada vez más visibles en los entretelones de los gobiernos europeos,
complementando la política del imperialismo hegemónico norteamericano.
Aquel programa
político de “Tercera vía” planteaba a grandes rasgos: el llamado
“centro radical” (más allá de la izquierda y la derecha), un nuevo
Estado democrático (el Estado sin enemigos), una sociedad civil activa,
la familia democrática, la nueva economía mixta, la igualdad como
inclusión, el bienestar positivo, el Estado de la inversión social,
la nación cosmopolita y la democracia cosmopolita. En fin, un
programa político ya no de la socialdemocracia clásica, sino de un
presunto centro-radical enmarcada en los límites de la cosmovisión
liberal-conservadora, sin eufemismos, una derecha con
“rostro humano”.
El planteamiento
de Giddens hacia todas las izquierdas que pensaron e imaginaron una
posible superación del capitalismo fue: “El socialismo revolucionario,
decidido a transformar profundamente el mundo, ha desaparecido casi
sin dejar rastro.” En fin, las luchas anticapitalistas no tienen futuro.
Las únicas opciones políticas dependían entonces de un sensual abrazo
entre un eufórico Giddens y la anterior frialdad de Margaret Thatcher.
Un abrazo bastante aburrido, por cierto.
Por otra parte,
los intentos históricos de generar reformas “desde dentro” en los
partidos-estados “marxista-leninistas” del Este de Europa (y sus
satélites), fueron pisoteadas y bloqueadas en su mayoría con las intervenciones
militares de la cúpula política del PCUS (Hungría, Checoslovaquia,
Polonia, el disenso Titoista), aunque también se intentó una
suerte de deshielo del estalinismo con Khurshev, generando una apertura
limitada que intento una recuperación del “auténtico leninismo”
(al menos en la retórica), apertura que fue completamente enfriada
desde Brezhnev, hasta llegar finalmente al nuevo intento renovador
y posterior fracaso durante los días finales del “Glasnot” y la
“Perestroika” de Gorbachov. 1989 marco el fin de ese tutelaje de
esa vieja izquierda.
El “marxismo
soviético” (el marxismo-leninismo ortodoxo) fue en todo momento solo
una de las “familias ideológicas” de las corrientes marxistas (la
“familia ideológica” hegemónica, por cierto), generando una suerte
de frontera ideológica entre lo que algunos llamaron el “marxismo
occidental” (los descarriados de entonces, analizados por Merlau-Ponty
y Perry Anderson) y el “marxismo oriental” (los encamisados dentro
de la URSS, el campo soviético y China).
Sin embargo,
pocos reconocen que la invención del “marxismo soviético” no correspondió
término a término a las interpretaciones de Lenin y su propuesta de
“marxismo revolucionario”, en permanente oposición al “marxismo
evolucionista” de la cúpula de la socialdemocracia alemana, sino
a los esfuerzos de Stalin y Bujarin por estabilizar una constelación
ideológica denominada “marxismo-leninismo”, construyendo así un
“dogma de partido”. Ser “marxista-leninista” era precisamente
esto, ser fiel a los principios ideológicos del partido-aparato, antes
que repensar si la caja de herramientas teóricas para la revolución
estaba destartalada. Y lo estaba…
Tal vez, si
se dejase de lado la pereza intelectual y se asumiera la investigación
rigurosa de fuentes históricas se encontrarían con la gran sorpresa
de la institucionalización del “marxismo-leninismo” asociada justamente
a la burocratización de la revolución rusa, en la afirmación del
dogma como doctrina de aparato (“el pensamiento único de la izquierda
revolucionaria”), en oposición a todas las constelaciones del “marxismo
crítico y abierto” (¡revisionistas!, era la etiqueta que se utilizaba
entonces) que se interpretaban y participaban en la lucha política
(Luxemburgo, Trotsky, Korsch, Lukacs, Labriola, Gramsci, Gorter, Pannenkoek,
entre múltiples corrientes como los austro-marxistas, socialistas revolucionarios
y mencheviques rusos, socialistas no reformistas en toda la Europa de
aquellos días). El marxismo-dogma se impuso sobre los marxismos críticos
y abiertos, el estereotipo venció a la teoría crítica radical.
Se comprendería
entonces el papel hegemónico que cumplió el PCUS y la III Internacional
en la diseminación de aquella constelación ideológica (marxismo-leninismo),
sellando incluso los marcos de sentido de muchas izquierdas a lo largo
y ancho del mundo, entre ellas las “izquierdas latinoamericanas”
que se hicieron fácilmente portavoces de las verdades estalinistas.
El “marxismo-dogma” se había impuesto, la diversidad revolucionaria
se había liquidado. Pero sin variedad, sin diversidad, sin tensiones
y lucha de tendencias, cualquier resonancia con la dialéctica abierta
o con el pensamiento radical queda abolida. El pensamiento critico,
que nace justamente de eso, de los matices, de los acentos diferenciales,
de las anomalías, de las divergencias, ha sido liquidado. Pero una
revolución sin voces críticas es otra cosa: es una burocratización.
Cosa mala, entonces,
El hecho es
que si no se reconoce las discontinuidades históricas y teóricas significativas
entre el pensamiento marxiano (Marx), el marxismo de Lenin y el marxismo-leninismo,
se sella para siempre la bóveda del “marxismo-dogma”, y por otra
parte, se le hace un gran favor a la derecha global con toda su estrategia
de “guerra fría cultural”, montada sobre la falaz guión de la
equivalencia entre Marx y el “totalitarismo”, argumento que ni siquiera
Hanna Arendt, se atrevió a insinuar ó a repetir. Muchos hablan del
totalitarismo nazi-fascista, del totalitarismo estalinista, pero pocos
del totalitarismo de la economía capitalista que hace estragos a lo
largo y ancho del mundo. Totalitarismos hay por legión, como el colonialismo
que aniquiló la diversidad etno-cultural presente en los territorios
que fueron bautizados como “Nuevo Mundo” o en África. Desde allí,
se comenzó a hablar en clave hegemónica de “indios” y “negros”.
El colonialismo reducía a la vez que proclama su universalismo progresista.
¿Entonces, acaso no es sospechoso quien simplifica el debate?
Existe un pacto
tácito entre las “dos izquierdas” monolíticas, entre la “socialdemocracia
reformista” y el “marxismo-leninismo”: sólo hay dos y sólo dos
izquierdas, una que administra el capitalismo, otra que administra la
mitología del “partido único-Estado”. ¿Qué ocurre cuando se
derrumba este pacto tácito? El viejo dilema entre “reforma” y “revolución”
termina agotándose, se abre la posibilidad de distinguir otros matices:
“reformas revolucionarias” (Gorz, por ejemplo) y “revoluciones
reformistas” (toda la crítica al “Capitalismo de Estado” presente
en la URSS, decía precisamente esto: no hay revolución mientras se
imponga una nueva modalidad de explotación, muy semejante al capitalismo
monopolista de estado, así se haga desde el vértice dirigente del
PCUS).
Sin embargo,
bajo los monolitos ideológicos y políticos de las dos izquierdas,
este dilema constituyó un falso dilema: el “dilema de la vieja izquierda”.
Pues en la historia del pensamiento anticapitalista han existido mucho
más de dos izquierdas. Allí está la riqueza de lo actual y lo posible,
en la diversidad, en la pluralidad de tendencias y corrientes revolucionarias.
Es justamente allí donde se juega la posibilidad de pensar e imaginar
nuevas figuras del “pensamientos radiales, socialistas y revolucionarios”.
Que se planteen
múltiples voces críticas contra los dogmas, he allí el legado
del gran ensayo de 1968. La vieja izquierda se aterroriza frente a esto.
Obviamente entienden claramente el mensaje: ¡adiós al “pensamiento
único” en la izquierda!, ¡adiós a la doctrina de aparato!, ¡adiós
al pensamiento burocrático para la transición-construcción del socialismo!
Sólo superando
la “historia de los vencedores” elaborada desde el lugar de enunciación
de los monolitos de las dos izquierdas, construida en clave de
dilema cerrado entre “socialdemocracia reformista” y marxismo-leninismo
ortodoxo”, será posible acogerse a otras historias de pensamiento-acción
insurgentes y radicales. Es en esta multiplicidad de voces
críticas, que la historia oficial (el pensamiento
único de la izquierda revolucionaria) ha dejada regada como testimonio
de “los vencidos” (pensemos en Rosa Luxemburgo, en Karl Korsch,
en Labriola y Gramsci, en un Lenin temprano coqueteando con los tonos
libertarios y aún no reconvertido en “razón de Estado”, en aquella
“oposición obrera” de Kollontai, en Lukacs, en Gorter, en Pannekoek,
en los días finales de Trotsky, en cada uno de las voces divergentes
de la “línea de pensamiento correcta”), en los “sin voz” del
“marxismo oficial”, pues allí es donde hay posibilidad de recrear
la criticidad radical y una praxis alternativa para un
horizonte de pensamiento insurgente, un tránsito de Marx más allá
de Marx.
Del pensamiento
marxiano a nuevos pensamientos radicales, socialistas y revolucionarios
que requieren ser levantados frente al
“marxismo-dogma”, frente al “discurso-dogma, frente a los operadores
ideológico funcionales al metabolismo social del Capital. Y funcionales
porque administran el orden del discurso que reproduce el metabolismo
y la estructura de mando del Capital. Pues la burocracia es una personificación
de la administración del orden del Capital. Les guste o no les
guste.
La izquierda
cavernaria, ese es uno de los principales obstáculos para pensar, imaginar
y hacer saltar por los aires al viejo mundo. La “mac-donalización”
del “pensamiento revolucionario” es eso: comida ideológica rápida,
prefabricada, cargada de códigos envenenados. Puro contrabando ideológico,
pura mercadería podrida.
Desde allí,
estimados no se le da ninguna bienvenida a la transición-construcción
del nuevo socialismo, sino un verdadero adiós a cualquier revolución
democrática, socialista, eco-política y descolonizadora para el siglo
XXI.
No se trata
entonces de leer verdades prefabricadas, sino de un pequeño detalle:
pensar y hacer la revolución, revolucionando y haciendo un nuevo pensamiento
insurgente. Sin voces críticas, esto no será posible. ¿Por qué le
teme la izquierda cavernaria a las voces críticas? Porque le puede
decir simplemente, Adiós…
¡Bienvenidas, entonces, las voces insurgentes, las voces críticas, las voces radicales!
jbiardeau@gmail.com