Tenemos el ochenta por ciento del espectro radioeléctrico utilizado con el más estricto sentido mercantil capitalista. El noventa, oiga bien, el noventa por ciento de las pantallas de cine llenas de Hollywood y sus derivados. Un banco del Estado ofrece unas tarjetas de crédito y las promociona a toda página con una pareja cargada de bolsas saliendo de un centro comercial. Con escasas excepciones, la gran mayoría de los diarios y semanarios impresos nacionales o regionales son una trinchera de ataques despiadados contra la ciudadanía y contra el proceso revolucionario demás está decir que están abarrotados de propaganda que invita a la gente a consumir, a comprar.
Todos los seres humanos necesitamos intercambiar, consumir o comprar cosas para la básica subsistencia, eso lo sabemos de sobra, y al entrar en cualquiera de estos circuitos de consumo automáticamente nos convertimos en reproductores de un modo de producción, es allí donde reside el problema. Entonces, ¿Cómo consumimos sin reproducir los modos de producción del capitalismo? O mejor dicho, ¿Cómo comenzamos a desmontar los modos capitalistas desde nuestros hábitos de consumo? Debemos entender que los hábitos de consumo adquiridos bajo el capitalismo nos hacen percibir como “normal” relaciones que en el fondo no lo son.
Por ejemplo, el capitalismo aísla a los individuos de la cadena productiva y fracciona esta relación para desconectar fatalmente al ciudadano de las dinámicas de su entorno. Compramos una camisa porque nos gusta y podemos comprarla, sin importarnos en absoluto quién la produjo ni bajo qué régimen laboral, o si la armaron niños semiesclavizados. Consumimos energía sin ninguna consciencia ecológica. Consumimos alimentos que no producimos sin entender el impacto económico que esto tiene sobre la economía nacional.
Desde el proyecto socialista debemos hacer una propuesta clara en relación al consumo, el militante socialista integral sea del PSUV o de un Consejo Comunal o de cualquier organización realmente comprometida debe, antes que nada, entender qué espacio ocupa en las cadenas de producción y desde ese espacio impulsar la transición hacia modelos socialistas de producción. La frase “poner en manos del pueblo los bienes de producción” es bella pero, debe ser practicada. No solo se toma postura desde la producción, también se toma postura desde el consumo.
Vemos con asombro los hábitos de consumo en una marcha de apoyo al presidente Chávez, en ésta, el tiempo se detiene, se crea una burbuja donde muchas cosas pierden su significado. Mucha gente se avoca a consumir de manera desmedida los productos que enriquecen a sus enemigos más peligrosos. Parecen decir: hoy no me importa, o: para mi es normal. Y no es sólo la marcha u otro espacio marcadamente político-militantes. Es cualquier espacio cotidiano, doméstico, cualquier casa de un venezolano promedio que “apoya” el proceso revolucionario. Allí los patrones de consumo han variado en el mejor de los casos, milésimas.
La militancia incluye asumir un papel protagónico en las relaciones sociales, pero asumirlo para transformarlo, para cambiarlo y avanzar hacia una sociedad distinta, distinta a las maneras como el capitalismo produce y acumula desigualmente.
La oferta política no puede estar separada de las interrelaciones de la cotidianidad donde el individuo desarrolla sus actividades vitales, biológicas y sociales. La efervescencia demostrativa de nuestras preferencias políticas no puede mostrar algo diferente a nuestros espacios íntimos, familiares, la verdadera convicción y compromiso se da cuando este sistema está conectado. Se trata en resumidas cuentas de integrar lo que el capitalismo se encargó de fragmentar, de que el individuo actúe siempre, en todos sus espacios y momentos, guiado por sus convicciones.
Lo anterior no es cosa fácil en una sociedad saturada de basura informativa y mediática. Conozco revolucionarios radicales que a la primera insinuación de su hijita le compran una muñeca barbie. Toda su vida de lucha es inmolada para que otra generación más reproduzca la estética imperial, sexista, anoréxica y caucásica. No solo consumimos mercancías física y simbólicas, también consumimos maneras, estilos, modos culturales de conducta y hasta la manera de demostrar afectos y amores.
Otro ejemplo patético son los líderes políticos o funcionarios declarando acerca del socialismo en la televisión con una rutilante franela NIKE o cualquier otra marca trasnacional estampada a todo lo ancho del pecho. No podemos ser tan ingenuos o pendejos para seguir diseminando irresponsablemente los valores simbólicos de la dominación. Pareciera que estas marcas y símbolos ya aparecen en nuestro paisaje vital como algo normal, algo imperceptible o neutro. Esto es lo más peligroso, lo que no pasa por nuestro conciente, pareciera que lo instintivo ha sido doblegado por la magnitud del bombardeo mediático. Han colonizado nuestro paisaje vital.
Desde muy pocos espacio surge la contrapropuesta, la propuesta del socialismo venezolano, ese híbrido marxista, robinsoniano, bolivariano, zamorano, etc…esta propuesta surge con una pobreza simbólica increíble, con un discurso forzado y retórico que difícilmente cala en los pocos segundos que tiene para hacerlo. En la Cuba de los primeros años sesenta, los barbudos vestidos de campaña, empuñando un fusil y fumando un habano emergieron como una imagen icónica de lo que el Che llamó un nuevo hombre, imagen de la que el fue la figura cimera. Esto es, al menos en la distancia de las décadas la imagen que se ha transmitido con más fuerza. Esta imagen de los barbudos encarnaba a un luchador abnegado, entregado a su tarea y armado de un símbolo nacionalista como el tabaco. Encarnaban la llegada al poder, el desprendimiento, la lucha y se contraponía a la imagen gansteril de los dictadores y sus allegados, creaban un contraste necesario en el imaginario popular.
Si analizamos de la misma manera el caso venezolano, la figura icónica es la del comandante Chávez, solitaria e inmaculada dentro de un gigantesco mar de imágenes pálidas, torpes, ambiguas y dignas de toda duda. Por allí acaso ronde la imagen de los favorecidos, de alguna anciana de la misión robinson, de un hermano indígena en un contexto que denota su reinserción en la patria, del librito azul y sobran dedos de la mano.
La evolución de la imagen del político, en Venezuela se pudiera resumir de la siguiente manera: del empaltozado al sin corbata y del sin corbata al del chaleco multibolsillos que denota un funcionario eficiente que anda en la calle resolviendo problemas. El error estaría en considerar que político o funcionario es sinónimo de líder. Mientras esto sucede no hemos podido tipificar o construir un consenso simbólico alrededor del líder popular, el líder de la comunidad que se entrega al trabajo con abnegación y compromiso. Este existe y en gran número, pero no lo colocamos aun en el imaginario colectivo.
Si bien estamos construyendo colectivamente un aporte histórico a las luchas sociales y sus modelos, no debemos descuidar el fondo del problema: cómo transformamos las relaciones sociales existentes en lo cultural, político, económico y afectivo. Eso que llaman los principios, la ética deriva de una concepción del mundo y de la vida, de la mismísima naturaleza humana.
Hay un gran debate en las multitudes, por un lado llama el consumo, la suntuosidad, la “buena vida, el güisqui, los levis, lo que el marketing te empuja en los ojos y el corazón. Por otro lado jalonea las imágenes débiles de las que hablábamos sumadas a complejas teorías políticas. Estas dos vías desembocan en ríos distintos. En ocasiones somos grandes alquimistas y las hacemos funcionar, pero creemos que la mayoría de las veces neutralizan el avance de la revolución y van creando a un individuo escindido, esquizoide, que vive dos o más realidades a la vez y que culturalmente tiene muy pocas posibilidades de escapar de ese dilema.
Hay otra seducción que inclina a muchos a hacerse pasar por “revolucionarios”, la cercanía al poder y el manejo de recursos ilimitados. Esta fantasía-realidad es aun más confusa, más terrible, esta práctica es ejercida por un engañador engañado, un encapillado traidor perpetuo.
Debemos enfocar la lucha hacia la eliminación o al menos la disminución progresiva de esta esquizofrenia diseñando inteligentemente una estrategia efectiva y seductora de simbolizar los contenidos del proyecto socialista que acompañe a todos los procesos formativos y de difusión que se hagan para explicar qué cosa es el socialismo bolivariano. El capital tiene muy clara su estrategia, la ha reafinado por siglos y su maquinaria es de temer. Nosotros estamos construyendo un socialismo nuevo, bolivariano y estamos llamados a ser creativos, osados y a estar aleta para que el rumbo siga claro en las inmensas selvas de la historia.
Patria socialista o muerte, venceremos
lamanchax@yahoo.com