Mientras que la mitad de la concepción de Globovisión pende de un hilo, porque a uno de los que se le entregó el permiso de aprovecharla falleció quedando Zuloaga en representación de ambas partes, se saca a la luz pública un latifundio mediático, sobre todo radial, pues hay quienes poseen, aunque sea de modo temporal, más de una frecuencia y hasta un mismo circuito, aludiendo al sentido literal de esta palabra.
La atención en la radio se debe a que aunque ha sido subestimado el poder de la misma en relación con el que tiene la televisión con su cautivadora imagen que enamora su influencia es notoria, por lo menos, en quienes la siguen en el trayecto de su casa al trabajo o en el retorno a sus hogares.
Quienes deciden por unos instantes no cambiar el dial terminan persuadidos por la voz de algún comentarista que, de algún modo, con variados argumentos, influye en sus opiniones hasta cambiarlas o reafirma las impresiones que mantengan sobre diversos acontecimientos ligados generalmente a la política.
Por consiguiente, aunque pareciera que es un capricho del gobierno actual controlar de alguna manera la frecuencia radial, se trata más bien de una reacción de alerta después del golpe de Estado que se dio aquí el 11 de abril de 2001, cuando los medios se negaron a informar lo que estaba pasando mientras que unos sacaron del aire al canal 8.
Igual tratamiento a la información hasta convertirla en desinformación se ha hecho en Honduras con Micheletti y su mandato de facto. Esta situación permite ver lo que habría ocurrido en Venezuela si Carmona Estanga hubiera permanecido más tiempo en el poder, como lo ha hecho en estas últimas semanas en territorio hondureño este dictador que, con sus acciones, ha dejado una manual de cómo evitar que semejante circunstancia no se presente por estos lados.
De ahí que resulta sensato darle su puesto a la radio. No obstante, se les debe dar la oportunidad como también las facilidades a los que tienen tales privilegios del espacio radiofónico o televisivo para legalizar tal derecho, antes de aplicar sanciones graves que pongan en peligro la anulación del uso de tales frecuencias, a menos que los absurdos sean tantos que otra opción se convierta en un privilegio no merecido.
Al mismo tiempo, es prudente mantener cierto límite en la adjudicación de las concesiones para evitar que las mismas caigan en pocas manos y las opiniones de sus apoderados terminen prevaleciendo sobre los modos de pensar de los que no tienen semejante poder económico.
La concepción de espacios debe reposar en un equilibrio, para que, con suficientes datos, el televidente o el radioescucha, según el caso, se forje una opinión propia en vez de ser víctima de manipulaciones que le roben su derecho al análisis racional.
Con base en lo anterior, como algunos son más susceptibles que otros de dejarse enganchar por mentiras que se presentan como verdades absolutas, con una distribución más equitativa, estarán menos vulnerables a los sonidos que llegan de la radio que se transforman en unísonos, por el poderío de quienes favorecen intereses foráneos, lastimosamente, en menoscabo de las economías de su tierra natal.
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