El periodista imposible y la guerra en curso

Hace dos semanas entrevisté a José Pimentel, dirigente campesino de Cojedes. Setenta y dos horas después lo acribillaron a tiros. Ya antes lo habían tiroteado, en marzo. Con los documentos que me mostró y las cosas que me dijo escribí una especie de crónica sobre la cual un grupo de periodistas profesionales determinó que no era un ejercicio periodístico. Al principio me arreché, pero luego me sentí orgulloso. “Luego” quiere decir el momento en que me enteré de que José Pimentel no registra actividad cerebral y que, por lo tanto, los terratenientes que lo mandaron a matar cumplieron su cometido: aunque sobreviva, redujeron a cero a un tipo enérgico, carismático, buena gente, de los nuestros. Los multimillonarios que lo asesinaron hicieron su trabajo y entonces yo tenía que hacer el que se supone que es el mío: ir a donde los asesinos y preguntarles: “Doctor Zapata, Toledo o Boulton: ¿Usted mandó a matar a Pimentel?”. Tú sabes, para que el cñm me dijera que no. Esos requisitos llamados equilibrio, objetividad, imparcialidad: principios del periodismo.

Nunca me sentí tan orgulloso de haberme cagado en esos principios, hermosísimos si hubiera justicia en este puto país, pero inviables en una realidad de mierda en la cual decimos que hay una Revolución pero los ricos siguen jodiéndonos y matándonos, como siempre, sin que paguen por ello.

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Al periodismo hecho en Venezuela se lo llevó el coñísimo. No tiene salvación, se jodió irremediablemente. No es el primer artículo o espacio en el cual vomito este dictamen, y cada vez que me asomo a los espacios informativos mi impresión se reafirma. En Venezuela es imposible hacer periodismo, por la misma razón por la cual aquí no hay espacio para la indiferencia. Aquí si usted no está en un bando está en el de enfrente, y si cree que apartándose de la contienda y yéndose a la playa cuando se están decidiendo cuestiones cruciales o importantes usted se ganará la etiqueta de “neutral”, usted está jodido de la cabeza o no ha entendido de qué se trata todo esto: si usted es indiferente, cobarde o sensible a la incomodidad que genera el no declararse de ningún bando usted no es neutral o “ni-ni”, sino un maldito escuálido. Un pobre güevón que seguramente trabaja para uno que lo explota y a quien usted considera un patrón chévere porque no le alza la voz y de vez en cuando le da un día libre, como si ese cabrón fuera el dueño de su libertad y de su tiempo.

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Todavía me encuentro a gente que me celebra o me reclama lo dicho en un programa de Venezolana de Televisión: que el periodismo falleció de muerte violenta en el instante en que los periodistas antichavistas decidieron que todo cuanto hicieran Chávez y el chavismo está mal, y fue sepultado con más asco que honores el día que los periodistas chavistas decidieron que la mejor respuesta a eso era glorificar todo cuanto hicieran Chávez y el chavismo. Puesto en el centro de la mesa, aprobado y refrendado ese estado de cosas, está claro que en los medios de información de Venezuela no hay espacio para la verdad sino para el insulto barato, la descalificación inmisericorde, el certamen de injurias, la patá poertrasero, el ataque gratuito, la invención de mentiras, el mordisco y el salivazo contra el enemigo y sus factores.

Muy ingenuo o estúpido tiene que ser alguien que a estas alturas del campeonato crea viable el ejercicio del periodismo, entendido éste como la hechura potable, transparente y aguerrida de un oficio que busca, respeta y confronta todos los puntos de vista, para presentarle a la ciudadanía la posibilidad de un balance y una toma de posiciones sobre la realidad. Esa forma de hacer periodismo (la única que puede calificar como tal) fue posible en Venezuela durante varios años y nos dejó verdaderas joyas del arte del equilibrio, la pulcritud y la audacia puestas al servicio de la verdad. Eran tiempos en que el país vivía eso que los ricos gustan de llamar “normalidad”: el estado de cosas en el cual los pobres son sometidos a explotación, segregación y vejación permanente por parte del Estado, las corporaciones, la televisión, la iglesia y la policía, y los pobres nos calamos ese güeveteo con aparente tranquilidad, docilidad y/o resignación. Una “normalidad” que también se fue a la mierda el día que los pobres empezamos a romper esa maldición en cómodas cuotas: todavía estamos oprimidos y sometidos pero ya estamos reventando el yugo de la palabra sacrosanta de la iglesia, los medios y muchas veces de la policía, que ya es bastante.

Dicho lo anterior, debo aclarar algo que seguramente no se colegirá de lo que he dicho: que el periodismo haya muerto o sea inviable no me parece bueno ni malo, sino simplemente un fenómeno al cual hay que adaptarse. Sincerarse, asumir el barranco en el cual estamos y dejarse de mariqueras: estamos en una fase muy sucia de una guerra que empezaron ellos, los poderosos (llamémoslos para efectos de este artículo “los dueños y directivos de medios de información”) y los sirvientes de los poderosos (llamémoslos “periodistas y esclavos de los medios de información”).

Cito un artículo del patotero Roberto Giusti, publicado en la cloaca denominada “El Universal” el 21 de mayo de 2002: “En este país, aunque usted no lo crea, los periodistas y los militares se parecen en algo. Tanto ellos como nosotros, y como casi todo el mundo, en realidad, están sometidos a una serie de normas capaces de desnaturalizar principios universales referidos al comportamieno ético en el ejercicio de su profesión” ... “si usted, periodista, se encuentra en un país donde el toque satánico del caos lo tiene todo revuelto, no puede caer en el chantaje de una pretendida objetividad, en un falso equilibrio informativo que lo mantiene en el mero centro del derrumbe total, inmóvil y feliz, tirándosela de ni ni”.

Nunca estuve tan de acuerdo con este tipo, a quien una vez le espeté un crimen: haberle echado una tonelada de mierda a Jorge Nieves, asesinándolo moralmente un mes antes de que lo asesinaran físicamente.  La diferencia entre los hijos de p... como él y los pendejos como nosotros es que ellos saben que estamos en guerra y están actuando en consecuencia, mientras que nosotros (que también sabemos que estamos en guerra) permanecemos inmóviles y jugando a un juego indigno y desesperadamente  patético que dice: “Oh, me has agredido, ¿viste, mami, que los violentos son ellos?”. Pero poco a poco cada quien ha ido tomando posiciones en esta guerra maldita y brutal (como lo es toda guerra, por definición). El mundo es una mierda y de esta mierda soy adicto, dice una canción de los raperos de Guerrilla Seca. Los parafraseo con gusto: esta guerra es sucia y de esa suciedad se vuelve uno adicto. Así que antes que salvar al periodismo, me he dedicado a indagar en los adentros y en la Historia cómo se puede ser honesto, responsable y estar blindado en la ética cuando uno está en guerra, ya que en el periodismo no se puede. La respuesta la conozco hace rato: ubicándonos del lado de los pobres y los oprimidos, que somos nosotros mismos. Y ser implacables con ese enemigo, al que hace rato se le pasó la mano.



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José Roberto Duque


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