Existe localizado encima y debajo del Río Grande, en las explanadas y desfiladeros, y aguas del Caribe, un ejército dispuesto contra Venezuela. El general de ese ejército; el jefe de esos enemigos, está en Caracas, y hasta lo vemos en la pantalla de Globovisión, maquinando sin cesar, algún daño a la República.
¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, escuálido? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se proyectará tu depravada temeridad? ¿No te apartan de ello ni la alarma, ni la nocturna guardia del pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres y mujeres honrados, ni el protegidísimo lugar donde el pueblo se reúne, ni las miradas y semblantes de la mayoría de los venezolanos y venezolanas? ¿No comprendes, escuálido, que tus propósitos están descubiertos? ¿No ves que tu complot ha fracasado por ser conocido de todos y todas? ¿Imaginas que alguno de nosotros pudiera ignorar lo que hiciste anoche y antenoche; ¿ dónde estuviste; a quiénes convocaste, y qué resolviste?
¡Oh qué idiotez! ¡Pero qué estrella tienes, escuálido! ¡El pueblo sabe esto, lo ve la ley, y sin embargo deambulas libre! ¿Qué digo deambulas libre, escuálido? Hasta vienes a la política y tomas parte en sus amargadas coaliciones fullerescas, mientras con la mirada sugieres a los que de nosotros destinas a la muerte. ¡Y nosotros, varones y hembras fuertes, creemos satisfacer a Venezuela avisando las consecuencias de tu delirio, y de la acción de tu ya teñido puñal! Ha tiempo, escuálido, que por orden del pueblo debiste ser llevado al martirio para sufrir la misma suerte que, contra todos nosotros, también desde hace mucho tiempo has venido maquinando.
Y no ha sido así, porque vamos hacia el socialismo, que es la expresión contraria de lo que eres, en esencia, escuálido.
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