La política es dinámica, y dialécticamente plantea realidades cambiantes que imponen nuevos retos ante la historia. Por ello está de anteojito que una vez que concluya la elección de alcaldes y concejales en los 335 municipios del país, así como en las alcaldías metropolitanas de Caracas y del Alto Apure, los venezolanos aspiran y esperan que no se hable más de vencidos ni vencedores, sino de mancomunar esfuerzos con miras a alcanzar los objetivos supremos, contenidos en el Plan de la Patria, ahora Ley de obligatorio cumplimiento. Entiéndase bien que no hay dos República ni dos Constituciones rigiendo en el mismo territorio, y Venezuela es única e indivisible.
Sin embargo, seria ingenuo pensar que algunos actores que salen siempre con las tablas en la cabeza, esta vez acepten los resultados con la gallardía de quienes aprendieron que en toda democracia, se debe saber perder y esperar nuevas oportunidades. ¿O acaso la regla de oro cambió y un voto más no premia al victorioso?
En pocas palabras, después del 8 de diciembre la gente quiere que le respeten sus fiestas navideñas y que esos aguas fiestas se tomen unas merecidas vacaciones sin boleto de regreso. Pero lamentablemente, deseos no empreñan, pues todavía quedan locos sueltos entreteniéndose con el terrorismo y perturbando la paz nacional. Al respecto el Ministro de Interior Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, develó que esta vez el plan maléfico consiste en que Leopoldo López, como perfecto y clásico prototipo del fascismo, aparente desconocer las ordenes de la MUD, actuando en dos frentes de violencia, sin que con ello salpique a Capriles, quien no llega ni a cañón sucio, porque él mismo se encargó de desprestigiarse planificando su muerte política por encargo.
Y como el que a hierro mata no puede esperar morir a sombrerazo, y conociendo el pájaro por la cagada, desde ya damos como un hecho que después del 8 de diciembre la MUD quedará vuelta trizas como jarrón chino contra el suelo, reeditando así la Torre de Babel, porque cada uno de sus integrantes están tan recargados de ambiciones personales, que terminarán hablando un idioma distinto. Con razón suele decirse que la ambición rompe el saco. ¿O no?