EL 27 y 28 de febrero de 1989 se encendió la llama del descontento popular que llevó a cientos de miles de personas a salir a las calles de Caracas y de otras ciudades del país para protestar el implemento del paquete neoliberal.
El traidor a la patria CAP, en conjunto con la burguesía parasitaria, adoptó un paquete de medidas de ajuste neoliberal orientado a la liberación de la economía, tras la firma de una Carta de Intención con el Fondo Monetario Internacional, en la que se decretaba un aumento del precio de la gasolina (combustible) y el transporte público, entre otras políticas de ajuste económico que golpearían el ya debilitado ingreso de las franjas más pobres de la sociedad y que derivan del Consenso de Washington, señalando un listado de políticas económicas consideradas durante los años 90 por los organismos financieros internacionales y centros económicos, con sede en Washington D.C., como el mejor programa económico que los países latinoamericanos deberían aplicar para impulsar el crecimiento:
1. Disciplina presupuestaria (los presupuestos públicos no pueden tener déficit). 2. Reordenamiento de las prioridades del gasto público (el gasto público debe concentrarse donde sea más rentable). 3. Reforma impositiva (ampliar las bases de los impuestos y reducir los más altos). 4. Liberalización de los tipos de interés. 5. Un tipo de cambio de la moneda competitivo. 6. Liberalización del comercio internacional o trade liberalization (disminución de barreras aduaneras). 7. Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas. 8. Privatización (venta de las empresas públicas y de los monopolios estatales). 9. Desregulación de los mercados. 10. Protección de la propiedad privada. 11. Abandono por parte de Estado de la educación y de la salud que deben ser privatizados.
1989. La piel de esa fecha quedó tatuada en rojo en las aceras y calles de los barrios caraqueños, haciendo de su dolor un registro y una memoria. ¿Cómo cargar al hombro con esos días testarudos, que desde un equivalente imposible no se dejan intercambiar con nada? El muro del intercambio imposible, dice Baubrillard, es el lugar simbólico en donde lo delirante e irracional se torna en una verdad irrefutable.
Así ocurrió aquel febrero del que aún no conocemos sus alcances. Lo que sí sabemos, es que se incrustó en lo más profundo del ADN social, en la urdimbre espesa de la multitud revolucionaria. Luego, la gente de verdad fue recogiendo los trozos de sus pedazos para rehacer sus consignas y levantar hoy las banderas del pueblo en lucha, junto a Maduro, junto a la revolución bolivariana, siempre en el camino de nuestro comándate Hugo Chávez Frías, quien también es hijo de ese histórico y verdadero febrero rebelde.
Los cientos de millares que vivimos las intensidades puras de esos días gemelos, tuvimos que aprender a vivir con esa cicatriz, a pasearla de cuando en cuando y hacer con ella gimnasia para que se mantenga en forma y se haga presente de ser necesario.
Existen muchas formas de aprender, pero pocos momentos de aprendizaje colectivo, en los que, como dijera Marx, más aprende un pueblo en un día de lucha que en 100 años de pasividad. ¡Vaya usted a saber quién sabe cuánto aprendimos como pueblo! Poco a poco fuimos invocando un discurso para una subjetividad otra, esto es, de las luchas y las memorias colectivas por la liberación del trabajo. Fuimos creando islas de afectos y solidaridades, desde donde fundarse y respirar para resistir al imperium del modo extenso de expresión de la forma capitalista de existir. La vigencia y legitimidad de dicha pretensión tiene que ver con la persistencia y el entronque de dichas ideas, con el conjunto de prácticas cotidianas transformadoras de la vida real, con sus rituales y lenguajes; es decir, con las formas del intercambio y producción de la vida.
¡Pero cuidado! Aquel febrero también nos enseñó que en política todo es cuestión de poder, es decir, de expresión de la fuerza, lo demás es recuerdo e ilusión.