El fin de los partidos

Hay cambios lentos, y también los hay veloces y dramáticos. Pero siempre se cambia; quien apuesta a la permanencia, al conservadurismo, al anquilosamiento de las sociedades y a la perpetuidad de los privilegios de las clases dominantes, tiene la carrera perdida.
Quienes piensan que lo actual venezolano, “esto” que ocurre en Venezuela, es un asunto circunstancial que es preciso derribar, y que ha de acabarse cuando vengan un gerente, un policía y un sacerdote a poner orden (es decir, a hacernos regresar a estadios ya superados de nuestra evolución política) ignoran o no se han dado cuenta de que la Historia está con nosotros. Ellos creen que son el futuro sólo porque el chavismo algún día será pasado, pero no terminan de aterrizar en el signo más evidente de este tiempo maravilloso: el futuro es “esto” que estamos construyendo, y las fuerzas que halan en sentido contrario están halando, ni más ni menos, para atrás.

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El proceso de demolición de los partidos políticos entra en ese capítulo de cambios irreversibles, cambios que no obedecen a la directriz consciente de un jefe ni tampoco a las instrucciones de algún académico o intelectual de esos que se las saben todas pero que no aciertan una cuando se ponen en plan profético (recibe un saludo, Luis García Mora). Sólo que, en ese proceso de cuestionamiento generalizado, tampoco parecen muy preparadas para salvarse aquellas estructuras que parecen ir hacia delante pero no pueden evitar parecerse a lo que va quedando atrás.
¿Les apetece una provocación? Va un adelanto: si entre las estructuras en estado de derrumbamiento se encuentran los partidos políticos (no algunos partidos ni los partidos del pasado, sino la noción misma de Partido como forma organizativa, como aparato o maquinaria) no parece haber ninguna razón para que el MVR, el PPT, el tal Podemos y otros de esta acera y de la otra, vayan a correr una suerte distinta a Acción Democrática, el tal COPEI y Primero Justicia.

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Acción Democrática cumplió cabalmente en su momento, esto es, hace medio siglo y un poco más, y también menos, con la mayoría de las funciones que le tenía reservadas el Estado burgués. Pueden enumerarse sin esfuerzo: 1) se organizó conforme a un canon piramidal, muy leninista el muchacho, en el cual la masa bulliciosa quedaba supeditada a las directrices de una cúpula sacrosanta, con lo cual el pueblo llano se terminó de acostumbrar a la idea de que su lugar estaba abajo, en la parte plana y humillante de la pirámide. ¿Qué esperanza había cuando hasta “el partido del pueblo”, que exhibía a Juan Bimba como estandarte, tenían arriba su dotación de seres intocables e inaccesibles?; 2) Ganó unas elecciones y le dio a la organización del Estado un cierto aire de modernidad; 3) Llegado el momento de la clandestinidad y la persecución, se fabricó a pulso una epopeya llena de mártires y ejemplos bravos de lucha; gran favor se hubieran hecho a sí mismos y a todo el país si se hubiesen disuelto luego de la muerte de Ruiz Pineda. Pero la burguesía necesitaba un aliado que además de apetito por los negocios tuviera cosas heroicas que contar, así que; 4) Construyó alianzas e instituciones que alejaron poco a poco, aunque temporalmente, el fantasma de la violencia generalizada, importante condición para que las industrias y los bolsillos de los elegidos florezcan.
No hay que tener miedo de reconocer que las compuertas sociales que abrieron en su decurso el partido blanco y sus aliados periféricos (COPEI, las Fuerzas Armadas, la Casa Blanca) permitieron también que el hombre de a pie tuviera acceso a nuevas herramientas y espacios para la lucha; al que no tenía guáramo para irse a la guerrilla a derrocar al sistema por la violencia de las armas le quedaban las vías de los sindicatos y otras formas organizativas.
¿Nuevos partidos? Nanay: el partido único de la era diseñada por Betancourt se maceró en la quinta Puntofijo. Lo demás fue un paisaje cuyo destino era dejarse barrer.
Salto de varias décadas: Acción Democrática hoy está apostando a la violencia, al drama, al artificio hollywoodense, en un intento desesperado por mantenerse vivo, así sea a punta de caricaturizar el heroísmo auténtico de Ruiz Pineda, Carnevalli, Pinto Salinas. Creen sus jerarcas que la fuga de Carlos Ortega conseguirá convertir a burritranco de bolsa en nuevo paladín de las glorias de Ciliberto, Lusinchi, Piñerúa, Consalvi y demás.
Ortega: el Vin Diesel del ocaso, el Tom Cruise de las películas otoñales. Guao.

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¿Por qué y para qué ese corto viaje a semejante museo del terror? Ni más ni menos, para recalcar el hecho de que el gradual y definitivo derrumbe de ese gigante de otro tiempo es un buen ejemplo de lo que ha de sucederles a muchos partidos, jóvenes o no tantos, chavistas o anti. Si hemos de creer al MVR heredero de AD como partido más grande de Venezuela tendremos que sincerar primero algunas cuentas. La primera indica que AD era un partido, mientras que el MVR apenas califica como maquinaria electoral y a ratos clientelar. Incluso ese rol está bajo observación: Chávez ha ganado algunas elecciones sin ayuda del MVR y muchas veces a pesar del MVR.
Para finalizar: en el 23 de Enero y otras parroquias muy populosas el MVR no existe (no es una metáfora: en el 23 no hay una militancia emeverrista activa), y Chávez suele arrasar allí… gracias a los grupos organizados que ya hacían vida política antes que Chávez fuera una figura pública. Parece un ejemplo patente de lo que se anuncia con diafanidad, y lo es: los partidos cada vez van siendo menos necesarios, al menos en la versión en que los conocemos, y las formas de agrupación en las bases ganan espacio y simpatías.
Chiste a manera de post data: Primero Justicia no morirá, porque los cadáveres no mueren.

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José Roberto Duque


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