Empezaron por bajar los que viven en barrios como Altamira, cuyos cerros están concentrados en edificaciones que tienen nombre en las entradas, con escaleras que no se ven y se usan menos porque sirven los ascensores; después siguieron cerros como los de Santa Fé y, después, Las Mercedes. Últimamente se habían sumado los cerros de Bello Monte y Santa Mónica. La gente de Los Campitos, Cumbres de Curumo y otros cerros, se fueron sumando a la tan temida y esperada "bajada".
En efecto, cuando los cerros por fin bajaron en 2017 resultó que ya no estaban en el mismo sitio donde se creía; google earth como que se equivocó. Se suponía que los cerros estaban en Petare, La Vega, Lídice, y otros de menos fama. Ni la gente que bajó tenía el mismo color: eran un poco más claritos, hablaban con otra cadencia diferente a la de los habitantes de los históricos "cinturones de miseria" -tal como se mostraban en los libros de primaria-. Eso sí, conservaban la violencia tan esperada: destrozan, queman, asesinan,… El problema es que no son negros; sino caféconlechitos que queman gente con cara de pobre, o que tengan pinta de militares, o el que se les ocurra.
Estos recién descubiertos "cerrícolas" han recibido una esmerada educación de la Cuarta República: pobre es pobre porque es flojo; negro no es gente; votar no es democracia; derecho a destruir es libertad; el diálogo es de comunistas, y comunista no es fiable según Holllywood; chavista no es ciudadano; la cultura es de élites; …bla…bla… bla…
Los cerros de ahora, los que bajaron en esta oportunidad (porque pudieran seguir diciendo que Venezuela es un país de oportunidades), trajeron a las calles su carga de resentimientos a cuestas: dificultades en el ejercicio de la libertad, desconocimiento de sus deberes y derechos ciudadanos, ignorancia sobre el pasado histórico, incomprensión de la condición humana de las personas, falta de reconocimiento que tienen las personas sobre sus derechos al libre pensamiento religioso, político, de género, y un largo etcétera. Como toda masa violenta y acrítica (simplemente "masa", como antes nos llamaban a todos), bajaron la violencia a las calles y dejaron en sus cerros, allá en la cumbre, sus vehículos, sus títulos de conocimientos científico tecnológico y, sobre todo, la humanidad.
Estos jóvenes y viejos enfermos de odio, han estado juntándose y peleando con otros jóvenes y viejos en las calles de sus teléfonos inteligentes, donde no existen las diferencias de altitud residencial, ni latitud urbanística. Tal vez descubran que existen escenarios reales de diálogo, y que las calles no son sólo virtuales. Tal vez podamos verlos en la Asamblea Nacional Constituyente, dialogando, proponiendo.
Como sociedad venezolana, como patria grande de Bolívar, ¡VIVIREMOS! ¡Y VENCEREMOS!