Hay unas cuantas categorías de antichavistas, unas cuantas distinciones que es preciso establecer. En lo personal, cada vez creo menos en que hay antichavistas buenos y antichavistas malos, pero sí he detectado unas cuantas variantes de ese blancoynegro tan difícil de soportar para quienes se han formado una idea casi santificada de eso que llaman “equilibrio”. Creo que hay antichavistas güevones y antichavistas que se hacen los güevones. Ignorantes y otros que quieren parecer ignorantes. Simplistas y sofisticados que venden un discurso simplista a ver si con eso se ganan alguna simpatía, se cogen a alguna sifrina idiota (que las hay, por supuesto que las hay) o son entrevistados en plan de analistas. Precisamente estos, los que no son pero se la dan, son los que han llevado al antichavismo de fracaso en fracaso. Porque hay mentiras que pasan fácil de contrabando, pero en general eso de asumir la mentira como política, conducta o proyecto de vida suele terminar en catástrofe.
Lo anterior ha tenido en estos días varios ejemplos prácticos, que además sirven para verificar cómo diciendo algo que es verdad, de manera simplista y ocultando datos, se puede incurrir en una mentira. Eso es una de las formas de perpetrar una “falacia”: aunque digo una verdad estoy mintiendo o deformando la verdad. Como eso de repudiar el que el Gobierno haya celebrado los 15 años del 4-F, a partir de argumentos tan estúpidos como que “es una apología del delito porque aquello fue un golpe de Estado contra un Gobierno legítimamente electo”.
¿Lo desmenuzamos? Con gusto: es verdad que aquello fue un golpe de Estado contra un Gobierno legítimamente electo. Entonces ¿dónde está la mentira o la trampa? Al menos en dos lugares: en querer hacerles creer, a los imbéciles que se dejan, 1) que el régimen contra el cual se insurgió era democrático tan sólo porque convocaba a elecciones cada cinco años; 2) que si Chávez y los suyos intentaron un golpe en el 92 entonces ahora se justifica cualquier golpe en contra de su Gobierno.
Hay otro comodín: “Es absurdo que se celebre esa asonada porque la misma culminó con una derrota”. A lo cual hay que responder con una pregunta: si Chávez fue el derrotado en esa ocasión, ¿quién fue y dónde está el elemento victorioso del 4-F del 92? ¿Es Carlos Andrés Pérez? ¿Quién es hoy el líder latinoamericano de más influencia y prestigio mundiales y quién anda escondiendo sus vergüenzas y su vejez como la rata corrupta que siempre fue?
Los antichavistas idiotas que creen todo cuanto ven en Globovisión y leen en El Universal se lo creen fácil y automático, y además lo argumentan con un aire de especialistas que te cagas. Los que se hacen los idiotas (es decir, los responsables de tales matrices de opinión) saben dónde está la concha de mango de su discurso, pero insisten. E insisten. E insisten. Tanto, que corren el riesgo de creérselo también un día de estos.
Otra hazaña de los propagandistas del antichavismo, madre de la anterior, es empeñarse en medir con las varas del régimen pasado al régimen presente. Cada vez que lo hacen les chorrea el origen de toda su frustración: ellos, que se empeñan en decirse amantes de la libertad, demócratas e incluso gente de izquierda, acuden a armas discursivas conservadoras, despóticas y fascistoides para enfrentar a Chávez, a quien llaman fascistoide, déspota y conservador.
Ellos se dicen demócratas pero tiemblan en presencia del tema Ciudades Federales y Consejos Comunales: creen en la democracia pero le tienen horror al gobierno del pueblo.
Ellos se dicen libertarios pero creen que las leyes son entidades sagradas que nadie puede jamás violentar. Por eso invocan tan seguido el artículo 350: ellos creen que pueden tumbar al Gobierno porque la Constitución les da permiso para hacerlo. En 1992, así como en cualquier lugar y en cualquier época de la humanidad, es ilegal intentar un golpe de Estado. Ahora, para saber cuándo un golpe es legítimo y necesario hay que tener intuición histórica: fue la que tuvimos los jodidos de la tierra cuando salimos a robar y a que nos mataran el 27-F y el 13-A.
Si el ser humano detuviera el avance de las sociedades tan sólo por miedo a desafiar aquello que está escrito en papel, todavía viviríamos en la Edad de Piedra. A los regímenes podridos y en cuya debacle está amenazada la estabilidad de toda la sociedad hay que tumbarlos a la fuerza o al menos ayudarlo en su demolición: los soldados del 4-F le dieron un empujón a un régimen que se tambaleaba y seis años después ya ese régimen estaba liquidado. El antichavismo, donde pulula el güevón y el que se hace el güevón, quiere creer que al régimen actual podrá derrocarlo en breve tiempo, y esa convicción tiene su origen en una falta espantosa, lamentable y a veces risible de intuición histórica: creen que el proyecto bolivariano caerá como el puntofijismo. Creen, como reza el dicho popular, que como el machete se para entonces puede caminar.
Al antichavista güevón (y a mucho chavista también) le han inculcado el fetichismo de la ley, pero no le han explicado cómo es eso de que la libertad es un valor pero hay que sujetarse a unas normas rígidas que lo obligan a postrarse ante las figuras de autoridad. La estrofa hímnica ha ayudado mucho: “La ley respetando / la virtud y honor”. Persignarse frente a un papel sellado y firmado por un poderoso forma parte del adoctrinamiento de muchos años de Estado burgués, de republicanismo barato y santurrón. El antichavista que no es güevón pero se la da, se esfuerza en aprovechar ese elemento para vender una “idea”: si Chávez violentó la Ley en 1992 entonces los Poleo, Peña Esclusa, Granier y demás criminales tienen derecho a violentarla hoy.
Tarea para aprenderse de memoria: 1) las sociedades han avanzado a fuerza de violentar leyes y de desafiar regímenes en decadencia; 2) no insurge quien quiere sino quien puede; 3) no se puede ser libre si no se conoce la libertad desde adentro, desde el cuerpo.
Estas reflexiones tendrán que continuar.
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