Como el marchismo inveterado en un grave caso clínico y patológico, mi amigo el psiquiatra llegó una la conclusión que “las marchas realizadas por el sector opositor no son más que la evasiva hecha a la medida de las represiones y las fantasías de escleróticos cerebrales incapaces de distinguir la realidad de sus ruidos mentales”.
Por tanto, considera que “el oposicionista -sugestionado por las dictaduras catódicas que le vende realidades inexistentes- se apresura a echarse a la calle como un zombi porque en la soledad de su sombrío y bloqueado cuarto mental siente que le van creciendo cadenas en las manos y grilletes en los pies, mientras los sicarios al servicio de la autocracia mediática le cierran la boca con tirro para que no pueda ejercer su libertad de expresión”. Y esta escena va repitiéndose y grabándose con un procesador psicoacústico una vez tras otra en el dispositivo del desgastado pendrive mental del marchista obsesivo.
De tal modo, victima del caudillismo radioeléctrico, el oposicionista perturbado -creyendo que realmente lleva colgado al cuello éste autocreado rosario de despropósitos e injusticias- siente que su única alternativa para alcanzar su liberación total está en marchar, marchar y marchar inexorablemente, como un achacoso marchadependiente.
El oposicionista no se da cuenta que sus marchas son su más auténtica y única esclavitud. Las marchas son la servidumbre, la droga política que lo subordina a una tiranía mediática que sustenta en los propios miedos del marchista todos los engaños para que arremeta ciegamente contra algo inexistente, pero que ha ido engendrado en el vientre de alquiler de su mente alienada. “Esto es masoquismo en su forma más degradante y humillante, como el que retrata Sacher-Masoch en su obra La Venus de las Pieles”, afirma mi amigo el psiquiatra.
Frase certera para los que embisten siendo ciegos ignorantes, en el sentido convincente de la palabra, es lo que sostenía el poeta Antonio Machado: ”Es propio de hombres con cabeza mediana embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”.
Por esto, es que todas las marchas son iguales. Tediosamente salen de los mismos lugares, a las mismas horas del día o de las noches y se dirigen a los mismos sitios antes visitados , pero sin ir a ninguna parte.
Además se imponen persistentemente el mismo propósito: entregar -a los mismos funcionarios de siempre- unos papeles manoseados, arrugados y sucios que no dice nada que antes no se haya dicho a través de los canales televisivos, pero que se repite de manera irremediable como un discurso fotocopiado. Así lo falso de las marchas se convierte en un agotado espectáculo que se torna inquietante y habitual. Decadente y manoseado. El mismo miasma. Marchar y girar en un circulo vicioso y viciado.
Nacida de una frustración fantaseada, pero alimentada desde lo más interno del alma por los globoperiodistas, las marchas oposicionistas se han transformado en un manadero de odio y de desquite; de diatriba e improperios; de quítate tú para ponerme yo y para que el monstruo de la beligerancia de los medios privados engorden su intolerancia y su fascismo. Por esta razón, el oposicionista -ante el temor de que se desaten los demonios apoyados por su soledad interna- exige marchar siempre acompañado de efectivos policiales, quienes muchas veces superan en número a los sempiternos marchistas.
En efecto, contaminada de delirios mediáticos, las marchas oposicionistas son también un ejercicio de vanidad como de quien va de shopping al Sambil, al San Ignacio, al Tolón o a Fort Lauderdale, sólo a exhibirse radiante con un glamour enfermizo e inútil, a hacer gala para que lo vean y lo saluden; a verse enfocados por las cámaras de quienes le desazonaron la vida; a esperar soñando que el tropel de luces de la gloria de un nuevo 11-A se lo lleve por delante. Así las marchas del oposicionismo se han convertido también en un ejercicio de vanidad como otro cualquiera, en una burla escandalosamente perversa que responde a la liturgia política de los desplazados por el pueblo del poder.
Lo grave de la disociación psicótica que sufre el marchista, es que produce una condición patológica que altera el genoma que permite la correcta visión e interpretación de la realidad, lo que condena a sus descendientes a padecer de una enfermedad hereditaria llamada “marchitis crónica”, cuya prevalencia es mayor entre las clases alta y media.
De ahí, que en los últimos meses -como manifestación de la crónica enfermedad hereditaria que sufren- hemos visto que los hijos de papi y mami han salido a marchar de arriba a bajo, girando en círculo tratando de morderse la cola, visitando instituciones para entregar los mismos documentos añosos que machaconamente han entregado sus progenitores en los últimos seis años, en un inservible ejercicio de marchistas tragamillas. Es decir, una muchachada que repite al dictado lo mismo que en su día también repitieron -chuleta en mano- quienes les antecedieron en el desenfreno de marchar hacia ninguna parte, sólo siguiendo el guión pautado por una agencia publicitaria apátrida, pero dictado desde el imperio .
DOS AUTÉNTICOS TUNANTES
Lo más lastimoso y deplorable, es que a éste torrente de miedo, frustración y fingimiento mediático, le ha salido dos auténticos tunantes: Antonio Ledezma y Oscar Pérez, quienes manipulan a su antojo al oposicionista disociado que responde, como un autómata, al llamado a salir a marchar.
Ambos, son dos fantasmagorías urbanas que cada fin de semana arman su feria de decadencia para tomar el fresco, para exhibir su lenguaje vacuo y verborreico en un arte de auto escucharse guapetonamente. Ledezma y Oscar Pérez se han convertido en un equivalente de comediantes oportunistas que montan su teatro para ocultar su mediocridad, la falta de ideas y sus mentiras. Son dos desolados soldados de lo risible que preparan sus batallitas de comiquitas sabatinas y domingueras del hazmerreír, como clones bufos que han estado al servicio de William Brownfield y Charles Shapiro.
Dos pesadillas sin concesión radioeléctrica, pero ante las que el televisor pierde las imágenes, como espantado de tantas imbecilidades e ignorancias que suelen predicar a sus seguidores. Dos sujetos de una misma familia monoparental que, ante la dificultad de corregir tanta patochada y de tanto ser iguales, terminaron siendo uno solo, pero sin ser nadie. Pero se lo voy a decir más sosegado y despacito: la única diferencia entre Ledezma y Pérez se resume en su aspecto puramente criminológico. O sea, quién de los dos tiene más antecedentes.
Ledezma y Pérez, dos apologías apocalípticas del delito, como auténticos trileros acostumbrados al humo de la palabrería, saben al dedillo de la inutilidad real del producto que cada weekend ponen a la venta en los kioscos mentales de la derechona del oposicionismo. Sin embargo, se figuran y sueñan -en un estado de paranoia- con provocar un terremoto político con sus indigentes marchas.
Con todo, esta pareja de demagogos -en un ejercicio de megalomanía- utiliza las marchas para salir en la pole position mediático, como simples artilugios multiusos que les sirven como orificio de respiradero político; las operan como medio para volver a la chupeta de la infancia cuarta republicana; a la pactocracia del puntofijismo; las manejan con la pretensión de poder retornar a la necia nostalgia de la IV República, a la componenda tras la componenda, al billuyo sobre el billuyo mal habido, a la posición fetal y resignada que siempre han adoptado frente a los representantes del imperio que los arrulla entre sus virginales pechos, aunque el imperio manda y exige mucho.
Cierto es que Ledezma y Pérez podrán adolecer de falta de preparación, pero les sobra un estilo manipulador, rebuscado y altisonante que expresa exceso de ambición, rapacería y retórica. Aunque sus palabras que son un amasijo de despilfarro, ellos se las comen con caviar y las pasan con champaña prepagada por la Casa Blanca bajo el relincho tutelado de George Bush.
Sin dejarnos engañar por lo que comen y con quién lo hacen, si sometemos a Pérez y Ledezma a las estadísticas de la realidad nunca dirán que están arruinados políticamente. Sin embargo, las escuálidas marchas que han realizado en los últimos fines de semanas indican que están a punto de pedir limosna para sobrevivir ante la escasa gente que pueda seguir sus argumentos romos y mellados.
No cabe duda, el aislamiento en que han ido quedando Antonio Ledezma y Oscar Pérez es el residuo que queda tras la combustión de calentar opresivamente las calles con fatigados marchistas patológicos y una muchachada que -afectada por la herencia genética de la “marchitis crónica”- comienza a sentir los mismos efectos que trastocaron a papi y mami. Esto hay que verlo como un problema de salud, porque ahora muchas familias de la clase media y alta –niños, adolescentes, adultos y adultos mayores- están perturbadas por “marchitis crónica”.
Convictos y confesos de que se van quedando sin seguidores, aunque nunca los tuvieron, Pérez y Ledezma no tienen otra opción que ponerse a las salidas de las estaciones del Metro de Caracas con un cartelito de lástima que diga algo así: “Urgente: Se buscan marchistas con marchas propias”.
Pero éste par de desazones opositoras sabe que ya es muy tarde para corregir tanta imbecilidad acumulada en los contenedores de basura de la historia que ellos se han encargado de arrastrar en su despedida hacia el olvido.
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