En todos los tiempos los justificadores del orden de dominación y explotación de humanos por humanos han enfrentado los reclamos de justicia deformando la verdad, atacando flancos fáciles que ellos mismos han construido y ocultando la esencia de los planteamientos justicieros. Lo hacen desde sus bastiones de prepotencia, amparados en los asimismo dominantes mecanismos, formas e instituciones que producen saber “bueno” o “aceptable” y construyen alienación. Cuando los reclamos tienen aliento revolucionario, se entra en el paraíso de los rábulas. Así ha sido en el transcurso de este proceso bolivariano, frente al cual los oposicionistas no han hecho otra cosa que mentir, calumniar y deformar, ayunos como están de razones valederas y atrapados en la desnudez de sus tropelías y delitos sociales y de lesa patria.
Esta conducta ha alcanzado niveles de exacerbación en los momentos críticos, vale decir, discusión de la Constitución bolivariana, golpe de estado, golpe-sabotaje petrolero, campañas electorales y otros, y la vemos ahora de nuevo con motivo de la propuesta de reforma constitucional que el Presidente ha planteado al país. El problema para ellos, que lleva su furia al paroxismo, es que ya perdieron la capacidad de engañar a las multitudes y sus intentos lucen como cabezazos contra paredes. No obstante, ahí están finitos y lo único que pudiera reconocérseles es una persistencia digna de mejor causa.
Deforman la propuesta aduciendo, entre otras irrealidades, que “viola los principios fundamentales”, “altera las bases del contrato social”, “lesiona la propiedad privada”, “concentra el poder en el Presidente”, “imita a Cuba, que es pobreza y hambre” y hasta, apogeo de la ridiculez, “que se le cambia el nombre a Caracas”. Tales acusaciones no pasan de ser afirmaciones acomodaticias para despacharse y darse el vuelto.
La propuesta es un desarrollo de la Constitución a partir de sí misma, un enriquecimiento. Los principios fundamentales --soberanía popular y nacional e independencia, libertad, justicia, igualdad, solidaridad, democracia, responsabilidad social, preeminencia de los derechos humanos, la ética y la dignidad, etc., así como el desenvolvimiento de un Estado democrático y social de derecho y de justicia-- no pueden hacerse realidad en el capitalismo, aunque chillen los burgueses; no, en una sociedad de clases, con propietarios de trabajo ajeno y trabajadores alienados, con privilegiados y marginados, con explotadores y explotados. Sólo pueden serlo en una sociedad que persiga la supresión de tales aberraciones, y es eso lo que busca la propuesta y se condensa en la idea del socialismo bolivariano o del siglo XXI, un socialismo que para ser pleno tiene que ser democrático y una democracia que para ser plena tiene que ser socialista. Nuestro pueblo, desengáñense señores y señoras, no tiene ningún “contrato social” con el capitalismo, aunque, tranquilícense, respeta y garantiza la propiedad privada, vía carta magna y Código Civil. La condición soberana del pueblo lo hace dueño legítimo del poder, el cual le ha sido confiscado en el proceso histórico por las clases dominantes: ahora está construyendo las vías para recuperarlo y, con las banderas del Libertador, una conciencia creciente y un firme liderazgo que cumple la función de transvasarlo y no de concentrarlo, nadie podrá evitar esa recuperación. Nuestro proceso es auténtico, surgido de la entraña popular, por tanto no imita a Cuba ni a nadie, aunque sí extrae de esa valiente Isla la lección de dignidad impar de quien ha padecido y rechazado la agresión imperialista y construido, por encima del bloqueo y la guerra económica, una sociedad donde ningún niño carece de escuela; ningún enfermo, de atención; ningún ciudadano, de alimento --aunque la calumnien los responsables de sociedades repletas de marginalidad y miseria--; ninguna reivindicación social, de impulso organizado; ninguna necesidad solidaria, de respuesta, y ningún propósito noble, de aliento. ¿Caracas? ¡Imbéciles! Bien puede recibir los apelativos y homenajes con que la fantasía poética quiera honrarla. ¿Le ha hecho algún daño acaso llamarla “la sultana”, “la odalisca”, “la virgen musulmana”, “la gentil”, “la de los techos rojos”, “la cuna del Libertador”, etcétera? Usen la cabeza, por Dios.
freddyjmelo@yahoo.es