Jamás vió este país una reprimenda de la cúpula católica por la infame conducta del extinto Cardenal Ignacio Velazco, cuando con su rúbrica “bendijo” el zarpazo fascista más perverso que se le haya podido infligir a este pobre pueblo en su existencia de 1.500 años. Se instauró una dictadura, con matanzas, allanamientos ilegales, torturas y autosilencio informativo, y la Iglesia, nuestra “madre” Iglesia católica, celebraba oronda junto a militares gorilas, grandes empresarios, políticos de la IV, banqueros, dueños de medios, y toda esa oligarquía diabólica, la desgracia de millones de compatriotas pobres cuyo único pecado ha sido esperanzarse en una revolución que ofrece redimirlos.
Jamás vimos tampoco una condena y execración a todos esos obispos y sacerdotes que se solazaban en Globovisión, RCTV y Venevisión, narrando sus hazañas durante el golpe, y de cómo certificaron el ultraje a la embajada de Cuba, las detenciones ilegales de Rodríguez Chacín y de Tarek William Saab, y las órdenes de violación de los derechos humanos que expedía a diestra y siniestra la “señora” jueza Mónica Fernández, hoy adalid de la justicia y del amor por los pobres.
Se sabe de las reuniones de los monseñores Roberto Lücker y Baltazar Porras con los generales Medina Gómez, Molina Tamayo y Ramírez Pérez, en casa del contralmirante Carrero Cuberos, para planificar la parte de la torta en el gobierno golpista de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV). Hubo discrepancias porque los militares exigían que fuesen sacerdotes quienes ejercieran esos cargos, mientras que los curas pedían dárselos a “civiles” copeyanos y a otras figuras de la vomitiva guanábana puntofijista.
Por estos lares de Cumaná, la impunidad eclesiástica es asqueante: La iglesia Santa Ana de Caigüire, comandada por el padre Marcelo Rivas, fungió como comando de campaña de la conspiración en Sucre, al punto que desde allí mismo se planificó el asalto a la gobernación, y se recogió firmas para el frustrado referendo consultivo aquél, que la oposición quiso convertir en revocatorio. El mismo cura párroco se atrevió, el domingo 14 de abril de 2002, a expulsar de misa a los chavistas, con total desparpajo.
Aquí el Arzobispo Diego Padrón Sánchez, único “lector” de los venenosos acuerdos de la C.E.V., se cuadró con la onda oposicionista de Ramón Martínez, dejando atrás sus diferencias por la “sacada”, por parte del jerarca papal, del padre Manuel Fernández de la Catedral local. Fernández venía siendo el mayor apoyo del gobernador en la esfera “espiritual”; así que el golpe de Estado propinado por Monseñor Padrón, cayó como patada en un testículo en aquella casa de gobierno.
Y no olvidemos la euforia del cura “sifrino” Mikel de Viana, cuando espetaba ante las cámaras del golpismo que (sic) “todo el mundo sabe que yo soy adeco”; como si esa vaina fuese un orgullo para alguien. Y Luís Ugalde, rector de la UCAB, en otrora comunista convicto y confeso, tampoco pierde tiempo en castigar a Hugo Chávez, a quien expurga del reino de los cielos por su sola existencia.
Pareciera que nuestros curas están por encima de la ley, cuando a la vista de todos conspiran, mienten, justifican masacres, bendicen violaciones a los derechos humanos y ejecutan perfidias contra el sufrido pueblo, mientras que en Argentina se envía a cadena perpetua a un sacerdote por su participación en la macabra Operación Cóndor.
Urge entonces un nuevo Torquemada pero al revés: Que le “corte” la cabeza a todo aquél mensajero de la curia que se atreva a enterrar sus colmillos en la carne virgen de los pobres de esta tierra, por el sólo hecho de granjearse el favor de los malos de la película. ¡El premio sería el descanso eterno!... ¿Te atreverías, José Gregorio Valencia?...
(jeramedi@yahoo.es)