La globalización no es un modelo político-social-económico de los dos últimos siglos. Puedo aseverar que su inicio data de la época en que los malvados imperios europeos imponían una forma de vivir en los países colonizados. La religión no está exenta de instaurar un modelo religioso ante la falsedad del único dios y de la doctrina o fe universal. De esta manera los ominosos conquistadores “globalizaron” la religión católica en América, parte de Asia y África.
No cabe duda que las alianzas, que luego se transformaron en concordatos, entre los avaros imperialistas y los cicateros frailes, en asociación con los aristócratas esclavistas, dio grandes beneficios a esta cáfila de zánganos al implantar una forma de vivir a los vasallos residentes en sus dominios. Esta forma de vivir incluía todo lo referido a la cultura de los pueblos, imponiendo el idioma, la moda, la alimentación, la música, el arte, el modelo político, el racismo…obligando a los vasallos desdeñar los valores culturales de sus ancestros, los pueblos originarios. Fue tal el benéfico que obtuvo la religión católica con tales alianzas que los más grandes latifundistas en América fueron los vicarios de dios.
Me voy a detener en uno de los efectos de la globalización, como es el de la globalización alimenticia. Tal como lo afirmé anteriormente uno de los objetivos de los agentes globalizadores, conquistadores y colonizadores, era y es imponer la forma de vivir del modelo político-económico-social traído por el imperialista. Una manera de sojuzgar a través de la cultura fue la de obligar a los súbditos a consumir lo producido en tierras lejanas. Fue así como la comida autóctona, que era el modelo gastrónomo que predominó durante miles de años fue menguando por la fuerza de la armas hasta borrarse por la pátina del tiempo. Solo para que la mercancía proveniente de Europa fuese incrementada, tanto en su comercio como en su lucro, dado la existencia de un mercado cautivo. Es decir, las colonias se convirtieron en un medio para subsidiar la economía del colonizador.
Actualmente el mundo está padeciendo del grave problema de la obesidad producto de los efecto de la imposición del modelo globalizador como resultado de la importación de una forma única de comer. Esto produjo una modificación en los patrones de alimentación en diversas regiones del planeta sobre todo en centro y Suramérica, así mismo, en la zona caribeña. A tal grado que los porcentajes de obesidad como en México, Chile, Venezuela entre tantos países son alarmantes. Evidentemente, sus habitantes, sobre todos los niños y jóvenes, redujeron el consumo de sus comidas tradicionales, basadas en cereales, legumbres, frutas, tubérculos, frutas y verduras para cambiarlos por productos procesados de baja calidad nutritiva y con alta cantidad de azúcares, sal y grasas, sin ningún valor nutricional, es decir, calorías vacías. Agregado a lo anterior, la comida chatarra devorada en los mal llamados restaurantes de comida rápida, donde se consume las grasosas hamburguesas, acompañadas con gaseosas de alto contenido de azúcar y un helado, también de alto aporte de azúcar.
Es evidente que la influencia globalizadora en materia alimentaria es determinante en la salud de los pueblos, razón por la cual el alto índice de enfermedades cardiovasculares, las padecimientos renales, la obesidad y la osteoporosis han aumentado de manera impresionante. Por tal motivo el estado debe asumir una política alimentaria para enfrentar a las empresas capitalista productora, vendedoras y distribuidores de comistrajos que atentan contra la buena salud y la calidad de vida de los habitantes.
En artículos pasados he insistido que las mejores fuentes de vitaminas, minerales y proteínas son los productos provenientes de la granja o de la finca, los cuales poseen un alto valor energético entregado por los nutrientes de la tierra y por su exposición al Sol. Todos aquellos productos procesados, empaquetados, envasados en frascos, en latas o en botellas tienen un alto contenido de químicos, colorantes, azucares y otros agentes que reducen al mínimo, o casi ninguno el valor nutricional del producto, convirtiéndolo en un verdadero comistrajo nocivo para la salud que solo sirve para engordar.
Es el estado el único ente capacitado para enfrentar a estas poderosas empresas mal llamadas de alimentos. Debemos volver a la dieta basada en los productos de la tierra y para esto se deben cambiar los patrones alimenticios, sobre todo en Venezuela que dependemos de la comida importada o de componentes provenientes del extranjero. El país se desangra entregando divisas para importar trigo, que solo sirve para subsidiar economías foráneas y atentar contra la salud de los consumidores de estos nocivos productos. Por qué no aumentar la producción de nuestros excelentes carbohidratos como son la yuca, el plátano, el ocumo, la batata, el ñame, el topocho entre tantos que son más saludables que el trigo, lo cual contribuiría a bajar el precio del producto, así mismo para generar empleo a los agricultores en una economía realista. Así mismo, está probado que tales productos poseen alto valor nutricional que no contribuyen a la obesidad.
Es imperioso educar a los niños desde la escuela y para eso se debe emprender una jornada de información y preparación de los maestros y profesores que desconocen, en su mayoría, los tópicos relacionados con una alimentación sana y balanceada. La educación nutricional debe incluirse en el currículo de los programas de estudio. Así como aprenden las operaciones básicas de la matemática, las reglas de la lectura y escritura y hasta caminar, también se debe aprender a comer. Es urgente que el gobierno tome carta en el asunto y comience una cruzada para modificar la tendencia actual en materia alimentaria, dado que estamos convirtiendo tanto a jóvenes como a los adultos en seres obesos y enfermos.
Hay que enseñar a los padres que la buena alimentación no comienza a la mesa, ni en la cocina, aquella se inicia en el mercado, no en los supermercados que venden todo tipo de comistrajos. Se debe impulsar la creación los mercados a cielo abierto donde se vendan hortalizas, legumbres, frutas, verduras, granos y todos aquellos productos provenientes de la tierra que son los que al final le transmitirán a los consumidores la energía almacenada en tales alimentos. Es obligatorio incluir en la dieta de las personas alimentos frescos, sanos y nutritivos que nos entrega la pacha mama. No son las galletas, ni los caramelos, ni los panes, ni las gaseosas, ni las tortas, ni los dulces de pastelería, mucho menos los jugos pasteurizados y toda esa retahíla de comistrajos empaquetados en bolsas de aluminio de colores los que nos proporcionarán las proteínas, los minerales y las vitaminas necesarias para realizar con éxito nuestra actividades.
El gobierno debe entender que la salud comienza con una medicina preventiva y esta arranca con una alimentación sana y balanceada. Si el gobierno desea ahorrar divisas en la importación de medicinas, es indispensable proporcionarla a los venezolanos una dieta sana y balanceada. Los fabricantes de comistrajos procesados no están preocupado por una dieta sana de los consumidores, solo les interesa las ganancias pecuniarias en menoscabo de salud de los consumidores. No son las leyes del mercado la que a final decidirá sobre la alimentación de los habitantes de la tierra, es la Ciencia de la Nutrición las que nos mantendrá informado sobre la forma de erradicar los malos hábitos alimenticios que mucho de nosotros arrastramos desde la época colonial. Lee que algo queda.