El último recuerdo antes
de la declaración de emergencia en toda la costa pacífica, fue la
señora Hillary Clinton abonando los últimos agrotóxicos en el jardín
imperial. Declaraba prácticamente la guerra. Tan solo detalles protocolares
para invadir a Libia en un tiempo que estimo no será más de las próximas
dos semanas. Era la respuesta airada de un imperio que se deshace ante
su fallida intención de generar una “insurrección popular”
que hoy se torna en el despertar del pueblo libio, que derrota a los
insurgentes, no desarmado pueblo que pide la dimisión, sino paramilitares
árabes mantenidos desde Túnez y Egipto.
El planeta ahora también
es parte de la historia, el terremoto y el alerta del tsunami es la
voz de la tierra cansada del abuso milenario de una civilización
que pensaba que las piedras no tenían alma, que la desequilibró
y amenazó de extinción. El olor de la guerra la hace gemir y estremecerse.
Igual pasa con nosotros, los seres humanos. Hemos llegado al límite.
Este imperio, esta sociedad inhumana, tiene que ser intervenida con
la fuerza de la unión de todas y todos los que habitamos el presente.
El grito de quienes estamos vivos debe ensordecer hasta el último rincón
del universo. ¡Basta ya!
Basta ya de miseria y de poderes,
basta ya de explotarnos, de condenarnos a un mundo distante de nuestro
sentido original, basta ya de bombas y disparos, basta ya de opresión
y de mentiras al servicio del egoísmo que produce la obsesión por
el dinero. Basta de seguir dando pasos hacia el abismo, hacia el vacío
de una humanidad sin sentido. Basta de personalismos y protagonismos
yoistas, basta ya de dolor y de llanto. Basta ya de humillación y de
irrespeto a la creación universal.
Al llegar a casa, Yara, una
perrita que convive en mi familia, como suele, se acerco a olfatear
mis pantalones, leía los olores, repetía unos, se detenía en otros.
– Ella está como yo, cuando leo el periódico- pensaba. Los olores
le traen información, quien podrá entender su contenido. Quizá olía
la guerra, quizá mi angustia ante el destino de la humanidad a la que
pertenezco. Yo leía en su olfato el gran olvido, la ignorancia a la
que sentenciamos al resto de la tierra. Animales, plantas, ríos, mares
y montañas que tan solo eran el entorno, el escenario de nuestro egocentrismo
imbecil que hoy nos castiga. ¿Qué tan importante somos? Veía las
aguas de un río en Japón llevarse en su ira a casas y carros como
si nada. Las fuerzas de la naturaleza nos devolverán a nuestra dimensión
mortal y verdadera. La naturaleza en mayor que nuestra capacidad de
destruirnos. Todo me hace entender que el destino es impredecible.
La furia de las aguas, de los
volcanes, de los cielos, podrá borrarnos de la faz del planeta y no
seremos necesarios. Hace falta volver a ser humildes y valientes. Hace
falta entender que por más que la suprema palabra imperial ya haya
tomado la decisión de apropiarse de Libia y perpetuar la dominación,
así como las aguas hoy se sublevaron, así debe nuestra moral levantarse
ante el destino y cambiar la voluntad de los amos. Así, con esa fuerza
suprema podremos cambiar el curso de la historia.
¿No somos capaces de detener al imperio? Si lo somos.
Cada día que nos levantemos
con la bendición del sol, será un paso gigante en nuestra historia.
Croacia, el pueblo saharaui, los mapuches, Ohio, México, Panamá o
cualquier sitio, será escenario de la cadena de sucesos que inevitablemente
marcarán uno de dos caminos: o nos domina el imperio y se extingue
nuestra raza, o hacemos la revolución imprescindible para vivir.
Aunque hay muchas y muchos
que creen que todo esto pasa y que vuelve siempre la calma, ya
es la hora de entender lo que está sucediendo. Estamos en la crisis
final de una era, en el posible comienzo del despertar de un nuevo tiempo.
Venceremos.