El que la administración Bush haya nombrado al Secretario Adjunto de Defensa Paul Wolfowitz para dirigir el Banco Mundial ha provocado una tormenta de controversia internacional. Después de la nominación del enemigo de la ONU John Bolton como embajador ante Naciones Unidas, la selección de Wolfowitz es vista en general como un enérgico mensaje enviado al resto del mundo.
Y ese mensaje es decididamente poco amistoso. Wolfowitz es un importante arquitecto y símbolo bélico de la administración Bush en Irak, su desprecio por las instituciones multilaterales y su desdén general por la opinión pública mundial.
Pero ¿qué significará para el futuro del Banco Mundial? Aquí en Washington, existe un profundo sentimiento de horror y malestar en el personal del Banco Mundial. Naturalmente no quiere ser visto sólo como un instrumento más de la política exterior de EE.UU.
La mayoría de la gente no se da cuenta de la medida en la que el Banco Mundial ya juega ese papel. Ante todo, casi todos los préstamos basados en la política del Banco Mundial están subordinados al Fondo Monetario Internacional (FMI). En otras palabras, el Banco pone su (mayor) peso crediticio detrás de las políticas macroeconómicas del FMI, negándose a prestar en la mayoría de los casos a menos que el país que pide el préstamo cuente con la aprobación del FMI. El FMI, por su parte, está dominado casi completamente por el Departamento del Tesoro de EE.UU. Aunque europeos y japoneses podrían teóricamente derrotar a Estados Unidos en una votación, no lo han hecho en los últimos 60 años.
Esto da al Tesoro de EE.UU. el control sobre un poderoso cartel de acreedores, ya que el Fondo y el Banco juntos pueden generalmente persuadir a otras entidades crediticias multilaterales, gobiernos ricos, e incluso al sector privado a no prestar si un país no cuenta con la aprobación del FMI/Tesoro. En los últimos años este poder se ha debilitado en algo, cuando Argentina – uno de los principales prestatarios de esas instituciones – enfrentó al cartel y ganó. Después de no pagar 100.000 millones de dólares en deuda privada, Argentina amenazó dos veces con no pagar al propio FMI – un acto de desafío casi sin precedentes – y sorprendió a los expertos al hacer partir su recuperación con un rápido crecimiento y una menor carga por endeudamiento.
Pero el cartel FMI/Banco Mundial sigue teniendo una inmensa influencia sobre la política en la mayoría de los países en desarrollo. La historia de los últimos 25 años indica que esta influencia ha sido abrumadoramente negativa: afuera de Asia, la vasta mayoría de los países de bajos o medianos ingresos han sufrido una ralentización aguda de su crecimiento económico. No hay casi ejemplos exitosos que señalar – el Banco Mundial y el FMI difícilmente pueden pretender haber tenido parte en el acelerado crecimiento chino desde 1980. Pero en los casos en que esas instituciones han tenido una participación de importancia, el fracaso económico ha sido impresionante: en Latinoamérica, el ingreso por persona ha crecido un 12 por ciento en los últimos 25 años, en comparación con un 80 por ciento sólo en las dos décadas anteriores (1960-1979). A África le ha ido mucho peor, y el Banco Mundial y el FMI han sido lentos y mezquinos hasta para asegurar la cancelación de la deuda para los países más pobres – algo que puede ser hecho de un solo plumazo.
Wolfowitz se hará, por lo tanto, cargo de una institución que, desde todo punto de vista económico, ha fracasado. Pero el Banco se niega incluso a considerar esta posibilidad. Gran parte de su investigación económica tiene motivos políticos. Por ejemplo, antes de una votación crucial del Congreso sobre el comercio el año pasado, el Banco publicó un estudio mostrando que el NAFTA había aumentado el crecimiento en México. Su resultado principal proviene de un error de modelo económico; pero el informe sigue sin corregir, en su sitio en la Red.
En breve, a pesar de sentimientos liberales de gran parte de su personal, el Banco Mundial no es una institución liberal. En realidad es tan poco liberal en la práctica que algunos de los fondos de inversión socialmente responsables más destacados de Estados Unidos (por ejemplo, el grupo Calvert), los principales sindicatos (Sindicato Internacional de Empleados de Servicios), y diez gobiernos urbanos se han todos comprometido a boicotear los bonos del Banco Mundial – que están comúnmente en posesión de inversionistas institucionales – hasta que reforme algunas de sus políticas más abusivas hacia los países en desarrollo.
Es poco probable que Paul Wolfowitz vaya a hacer progresar esas indispensables reformas. Pero hasta que los demás 183 países que son miembros de la institución tengan algo que decir en sus decisiones es poco probable que el Banco Mundial corresponda a su misión de reducir la pobreza y mejorar los niveles de vida de los países en desarrollo – no importa qué estadounidense esté formalmente a cargo.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación Económica y Política en Washington DC. Su correo es: weisbrot@cepr.net
http://www.counterpunch.org/weisbrot03192005.html
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