Hace más de 50 años, antes de que hubiese el primer indignado exigiendo justicia en las calles de Madrid o Nueva York, Ernesto Che Guevara plantó los parámetros morales para su identidad y su justificación: “Si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo; entonces, somos compañeros”.
Desde las montañas de América, desde las selvas africanas o desde la tribuna de los foros internacionales expresó con su vida y con su ejemplo esta postura básica de rabia y de protesta. No como respuesta espontánea ante un agravio personal, sino como acto consciente de solidaridad con las víctimas de la injusticia en cualquier parte del mundo. Es hacer con el otro, con nuestro semejante, un cuerpo común en la lucha por la liberación de ellos y nosotros.
Éste es el sentimiento primigenio para rebelarse ante la explotación, la destrucción del planeta, la proliferación de los males sociales, la actuación de los delincuentes financieros. Indignación contra la destrucción de los pueblos y el saqueo de sus recursos; contra las guerras y sus secuelas de muerte y crueldad; contra los corruptos que roban el presente y el futuro de los pueblos; contra los indiferentes. Es el no rotundo al destino que conduce al abismo y a la destrucción. Destino que marcaron los privilegiados para desgracia de la humanidad; pero que hoy recibe el rechazo unánime y formidable de los oprimidos de todos los países.
Es verdad que el movimiento de los indignados no llega todavía a la conciencia del cambio revolucionario y que está agobiado por el peso de la crisis económica, el desempleo, el desalojo y la ausencia de amparo social. Pero es un punto de partida para ascender a una conciencia más plena y a la identificación de los verdaderos responsables de los males de hoy.
También el Che demostró con su acción y su vida que no basta indignarse. Ni siquiera basta con tener una conciencia crítica. A ese sentimiento y a esa conciencia hay que unirle la acción militante y decidida, la organización y la estrategia. No sólo para el cambio sino también para que sea democrático, participativo y solidario.
Por eso, para nada nos extraña que la figura siempre rebelde del Che esté presente en las jornadas de combate y de exigencia de justicia que recorren las ciudades del mundo. Es la voz del ejemplo y de la inspiración; pero, también, el norte ideológico del combate: la lucha por el socialismo como vía para la abolición de la explotación capitalista y la extinción de sus males. Es el indignado mayor. Y en tanto tal exige organización, teoría revolucionaria y compromiso diario por la redención de la humanidad en un mundo de paz, de justicia y de libertad.
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