Un determinado modelo económico no sólo tiende a reproducirse, sino a ejercer los mismos modelos de reproducción, de explotación.
Hoy en día Europa se está dividiendo, enfrentándose entre un norte “rico” y un “sur” pobre, explotado, avasallado por la deuda y las ‘reformas’. Pero esta situación es muy conocida fuera del viejo mundo.
Entre 1970-80 la deuda externa de los países africanos aumentó de 6.000 a 38.000 millones de dólares. En 1988 ese total alcanzaba los 134.000 millones y seguía aumentando. Ello después de los “años del optimismo”, preconizado por economistas europeos. El FMI, abrumado por la ‘incompetencia’ de los africanos (a pesar del enorme beneficio que sacó de sus gobiernos corruptos) decide que es la única institución que podía prestar dinero, imponiendo condiciones a cambio de su ayuda, lo que llevó en muchos casos a violentas protestas en las urbes africanas. Ya no es necesaria una colonización directa, puedo controlar el continente a través del control de deuda, o con acciones militares concretas (o financiando a la contra directamente).
¡Y no hablemos de Latinoamérica! Allí directamente lo llaman la “década perdida”. Muchos economistas ya han avisado de las similitudes. El elemento homogeneizador es el mismo: la deuda externa. Los diversos estados tuvieron que asumir tanto la deuda pública como la privada. Además, el pago sólo se aceptaba en dólares, no les digo más: había primero que comprar dólares. En 1989, más del 44% de la población estaba por debajo del umbral de la pobreza. El trabajo no era estable, no estaba bien pagado… Y no hablemos de las privatizaciones en ambos países, que desmontaron las mínimas coberturas que se habían conseguido.
En fin, las comparaciones son odiosas. Es cierto que es proceso histórico es distinto y existen notables diferencias (como la existencia de una burguesía financiera monopolista más desarrollada en Europa, o el ser ellos mismos actores imperialistas), pero los procesos de reproducción del imperialismo y de las relaciones de producción capitalistas son iguales.
Así, ante una crisis el modelo tiende a reproducirse buscando una salida –como ya hiciera en el imperialismo decimonónico– a sus contradicciones inherentes. Ante el reparto del mundo, ante los nuevos competidores, al imperialismo occidental no le queda otra que ejercer los mecanismos imperialistas sobre aquellos países capitalistas occidentales más débiles: el sur europeo.
Todo ello no quiere decir que desaparezcan los viejos métodos de explotación colonial, como reflejan tan bien la Inversión Extranjera Directa (IED) en países de África u Oriente Próximo.
Estamos ante unas verdaderas “colonias financieras”, a través de las cuales sólo se benefician los compinches de la burguesía nacional de cada país y las grandes ballenas bancarias que manejan, en muy pocas manos, la mayor parte del capital del mundo, el cual van “colocando” en los países dependientes para la reproducir la deuda, que la pagan siempre los trabajadores, en beneficio de las más diversas plutocracias.
El germen de toda esta necesidad especulativa radica en la petrificación de ingentes cantidades de capital en las cuentas de los grandes accionistas, reproduciendo el nuevo capital de forma artificial con la especulación, además del trasvase de las pocas rentas acumuladas por los trabajadores.
Todo ello, en definitiva, es el resultado de la concentración de toda la riqueza de las sociedades en unas estrechas oligarquías, de todo el capital en los bancos. Éstos controlan la casi totalidad del dinero del mundo, y a través de estas relaciones se sitúan por encima de los propios mercados nacionales, por encima de los continentes, superando el capitalismo monopolista de estado y formando una gran colmena parasitaria que somete todos los estados bajo su yugo a sus intereses.