Polo Patriótico y Revolucionario: la Acumulación de Fuerzas desde el Doble Poder Revolucionario (2)

Polo Patriótico y Revolucionario: Construir el Instrumento Político para la Nueva Hegemonía Socialista (1)

“Movimientos democrático-burgueses de amplio espectro han existido y existirán en la América Latina porque existen problema burgueses no resueltos…Los sectores avanzados de las masas latinoamericanas hacen recuento de esas experiencias, y enfrentándose con burguesías que en muchos casos son extremadamente débiles, tratarán de transformar las movilizaciones democráticas en revoluciones socialistas. Al tránsito entre una cosa y otra es a lo que ha venido a llamar dualidad de poderes”. Rene Zavaleta

“La dualidad de poderes consiste en que lo que debía ocurrir sucesivamente ocurre sin embargo de una manera paralela, de un modo anormal; es la contemporaneidad cualitativa de lo anterior y lo posterior” Rene Zavaleta

I.- SIN DOBLE PODER REVOLUCIONARIO NO HAY AVANCE HACIA EL SOCIALISMO:

Hemos planteado que en los modelos socialistas inspirados por la experiencia soviética surgieron nuevos privilegios de clase alrededor de nuevos grupos de poder: la “Burguesía Burocrática”, que en sus peores manifestaciones presentó tendencias parasitarias-especulativas, actitudes de nepotismo, mafia y corrupción (peculado) de recursos públicos.  Una “nueva oligarquía” que habló en nombre de la “misión histórica del proletariado” o de la “voluntad general” del pueblo. Esto ocurrió básicamente porque en el despliegue del proceso de construcción del gobierno revolucionario se bloqueó el desenlace de la inversión de las relaciones de fuerzas entre las clases, grupos y sectores a partir del doble poder revolucionario. Los de abajo fueron llevados a mantener su condición de asalariados y dominados por nuevas mediaciones despóticas.

Toda esta problemática implica, junto a la transformación-superación del Estado capitalista, la necesidad de alterar y desplazar radicalmente de la propiedad, control y apropiación efectiva de las estructuras, procesos y relaciones económico-sociales del conjunto de las clases, fracciones sociales y sectores dominantes a favor de los intereses de los sectores dominados; sustituyendo los viejos órganos de poder por nuevos órganos de poder del bloque social subalterno (desenlace del Doble Poder), con una lógica de apropiación y ejercicio efectivo de la nueva hegemonía socialista, popular y democrática en el terreno económico, con protagonismo efectivo del poder popular y las organizaciones de base de los trabajadores y trabajadoras.

Allí reside la línea de demarcación fundamental entre una revolución social y el mantenimiento de una política timorata, maniobrera, gradualista y reformista de los populismos desarrollistas que han plagado de promesas demagógicas a los pueblos de Nuestra América.

Para la construcción del Doble Poder Revolucionario (DPR) se requieren nuevos órganos de poder, nueva acumulación de fuerzas, se requiere del avance en un nuevo Sistema Hegemónico, que en momentos de transición coexiste con el viejo sistema hegemónico, pero llegado a puntos de crisis precisos debe pasar a tener ventaja lo nuevo sobre lo viejo hasta superarlo claramente. He allí la importancia de un polo patriótico y revolucionario de fuerzas.

Lo anterior implica que el Socialismo significa una alteración fundamental de las correlaciones de sectores, grupos y clases (plano histórico-estructural), así como de fuerzas sociales y políticas (plano coyuntural) en el terreno de la producción, distribución, circulación y consumo material; es decir, en el conjunto de las actividades económicas, lo cual requiere de instrumentos organizativos de movilización, lucha y gestión del poder económico-social, que articulen los ya existentes, como los sindicatos, los consejos de trabajadores, el control obrero, cooperativas, y otras fórmulas de autogestión y cogestión productiva, por una posesión efectiva de los productores y consumidores organizados en Consejos del Poder Popular.

El control popular las decisiones y palancas fundamentales del proceso económico, es la clave del proceso de transición socialista, pues si no existiera como tal no afectaría al núcleo decisivo de la actividad económica estratégica: ni sus fuerzas productivas ni sus relaciones sociales de producción, ni su división jerárquica del trabajo, ni su función de mando y despotismo en la Fábrica-Empresa. No hay socialismo sin unidades productivas ni sistema económico bajo control de la hegemonía socialista (conducción económica socialista), sin control económico del poder popular.

Muchos contrabandos ideológicos se trasvasan cuando se supone que la división capitalista del trabajo en sus aspectos técnico-económicos, no encierra una racionalidad burocrática de mando concentrado en una capa técnica de gerentes o de patronos burocráticos, impregnados de cabo a rabo de la racionalidad de funcionamiento del metabolismo económico capitalista. Sin superar el despotismo de fábrica, su división jerárquica del trabajo, la “cultura organizacional” de empresa capitalista,  la gestión y planificación tecno-burocrática, si el “modelo productivo socialista” no constituye una modalidad distinta de “cooperación social en el trabajo” que rompa con el patrón dominante del trabajo asalariado capitalista, sin democracia económica y social, sin autogestión social generalizada, sin planificación democrática, entonces, los riesgos del Capitalismo de Estado aumenta.

En consecuencia, los problemas de la transición del Socialismo Bolivariano deben encararse evitando repetir estos graves errores, pues si no se aborda la construcción del “modelo productivo y de gestión económica socialista” que lo distingue del capitalismo, la Revolución Social sería simple “buche y pluma”, discurso de líderes “pico ´e plata”, “maniobras de distracción política”, “jardín de infancia revolucionario” pues no va a la raíz de la dominación social: ¿Quiénes controlan efectivamente el proceso de acumulación capitalista en Venezuela, cuáles clases y sectores se benefician?

Esos Socialistas que no superan siquiera a los discursos radicales de los constituyentes Adecos del trienio, no serían otra cosa que el ala derecha de AD: Adecos avergonzados de serlo: una “revolución” pomarrosa: roja, rojita de palabrería, pero blanca, blanquita en sus acciones, de esencia. De manera que no luce descabellada una alianza entre fracciones de la dirección del PSUV y la dirección de AD, pues hay una forma de vida y una demagogia compartida.

II.- LA VÍA PACIFICA DE LA TRANSICIÓN POST-CAPITALISTA

Ciertamente, las características que tiene la transición en aquellos países cuyos bloques políticos emergentes han decidido avanzar hacia alternativas post-neoliberales o hacia nuevos proyectos socialistas, por vía pacífica o institucional, conllevan dificultades y singularidades históricas frente a las conocidas “estrategias de asalto” o de “guerra popular”, donde predominó un acelerado desplazamiento de las relaciones de fuerzas a partir del empleo abierto de formas de lucha armadas, modificando desde la “violencia revolucionaria”, las correlaciones de fuerzas entre las clases fundamentales, sus grupos auxiliares y sectores dominantes.

En la vía pacífica hay ritmos distintos, medios de acción distintos, objetivos intermedios distintos y tiempos históricos distintos, pero no se trata de reformismo, corrupción y oportunismo. Se trata, sin embargo, de una variante de la “estrategia revolucionaria de poder”, no de una recaída en el reformismo populista o socialdemócrata.

¿Qué define a una revolución socialista? Transformar la estructura de explotación, dominación y opresión social presente en la sociedad, generando como era de esperarse oposiciones violentas, asonadas de factores de derecha, conspiraciones permanentes, desestabilizaciones e intervenciones imperiales.

Revolución que se declara en su carácter anti-imperialista y anti-capitalista comporta riesgos inevitables. O se avanza o sencillamente de declina en su carácter revolucionario, decantándose por una dirección pragmática y oportunista, por una coexistencia pacífica con el imperialismo y los sectores monopólicos capitalistas. Cuando “todos los gatos son pardos”, es que se ha declinado en avanzar hacia el doble poder revolucionario, y desde allí hacia la inversión de las relaciones de fuerzas a favor del bloque social subalterno.

Ese es un riesgo permanente de la llamada “vía pacífica” (que algunos intelectuales llaman “institucional”), pues la lucha se establece por lograr posiciones de control e influencia en espacios de la “sociedad política” (Partidos + Aparatos de Estado) y la “sociedad civil” (espacios de una gelatinosa red de asociaciones y organismos cuasi-privados y privados), a través de una batalla por ocupar y controlar los centros estratégicos de decisión políticos, jurídicos, mediáticos, militares y culturales, así como por establecer una lucha entre sistemas hegemónicos de conducción e influencia social.

Pero allí surge un gran peligro a medio camino: el equilibrio de fuerzas puede conducir a la posibilidad de no avanzar, sino a la “línea de menor resistencia” que planteaba Chávez, de pactar un nuevo arreglo institucional o régimen político a partir de reformas consensuadas con sectores dirigentes de lado y lado, sin amenazas revolucionarias ni contra-revolucionarias aparentes.

La “consigna revolucionaria” utilizada por dirigencias influencias por los valores e ideales de los sectores medios, es utilizada solo para movilizar al pueblo trabajador en momentos de peligro de sus privilegios, utilizando demagógicamente “ideas e imágenes socialistas”, para luego de equilibrar sus fuerzas con los sectores dominantes tradicionales, gobernar con medidas que favorecen fundamentalmente a los sectores monopólicos capitalistas. Ese es el alfa y omega del reformismo de la pequeña y mediana burguesía: azuzar a los de abajo para asustar a los de arriba, lograr espacios de poder, luego administrarlos para compartir el botín capitalista.

De modo que en la vía pacífica hay que evitar encallar en pragmatismos y gradualismos sospechosos. La estrategia revolucionaria de poder requiere de la ciencia y el arte de la maniobra cultural, simbólica e ideológica (espacios, aparatos y agentes de hegemonía),  de la ciencia y el arte de la maniobra política (espacios, aparatos y agentes de dominación), así como aquello que deja de lado el reformismo: ciencia y el arte de la conducción económica socialista (espacios, aparatos y agentes económicos).

El desenlace de la situación económica depende de una confrontación a fondo con opiniones que sostienen la posibilidad de construir el transito socialista con medidas capitalistas. Leamos:

“(…) hay que partir de un correcto análisis de la estructura económica heredada, de la herencia cultural desde la que tienen que operar; de la correlación de fuerzas en la que están inmersos —tanto interna como internacional—, algo que a menudo obvian los sectores de la izquierda más radical, que exigen a sus gobiernos la adopción de medidas más drásticas (…) Comparto la opinión de Valter Pomar, quien sostiene que las condiciones existentes pueden obligar a un gobierno revolucionario a adoptar medidas capitalistas, pero que estas medidas adquieren un sentido estratégico diferente dependiendo del gobierno que las adopte: si son adoptadas por un gobierno capitalista o un gobierno socialista.”  Y yo precisaría, siempre que esas medidas capitalistas permitan crear las condiciones para avanzar luego hacia relaciones de producción socialistas.” (Marta Harnecker: Un mundo a construir)

¿Cuáles medidas capitalistas permiten crear condiciones para avanzar luego hacia relaciones de producción capitalista?

Aquí se encierra un verdadero impase. ¿Es posible construir el socialismo con “las armas melladas del capitalismo” como increpara acertadamente Ernesto Guevara?

Sólo partiendo de la realidad de cada país y analizando la correlación de fuerzas existente, sabremos qué es lo que esos gobiernos pueden hacer y no hacen, pero lo que pueden hacer depende no de una apreciación estática de las correlaciones de fuerzas sino de una intervención política en los proceso de acumulación de fuerzas económicas, sociales, políticas, culturales y militares. Sin acumulación de fuerzas no es posible alterara la correlación de fuerzas.

Así mismo, no hay vía pacífica ni institucional al socialismo popular sin compromiso orgánico del “factor militar” (en todos su mandos) con un Proyecto Constitucional de Justicia Social, Desarrollo Integral de la Nación y Defensa de las Garantías Sociales (como preconizó el Libertador Simón Bolívar), bajo una nueva Doctrina de Seguridad y Defensa que convocaría sin dudas ni vacilaciones a una “guerra de resistencia de todo el pueblo” ante cualquier escenario de intervención imperial. Allí cobra todo su sentido lo expresado por el Comandante Chávez: La Revolución Bolivariana es una revolución pacífica, pero no desarmada.

De manera que no puede perderse de vista, la relación entre la orientación estratégica hacia el proyecto socialista y los ritmos de avance que un bloque político bolivariano, democrático, revolucionario y popular emergente podría darle a la política del Gobierno en la transición socialista, pues de esto depende tanto de una apreciación estructural de la correlación de fuerzas, como una apreciación dinámica e histórica de los planes y operaciones para la acumulación de fuerzas sociales, políticas, militares y ético-culturales, lo cual supone alterar significativamente las correlaciones de poder entre las clases, grupos y sectores del bloque social dominante frente al bloque social subalterno.

Si no se alteraran las correlaciones de fuerzas entre las clases no hay avance revolucionario. La acumulación de fuerzas opera en la dirección de invertir la correlación de poder entre clases dominantes y clases dominadas, no en dejarla como está o simplemente barnizarla.

III.- “ACUMULACIÓN DE FUERZAS”: TRANSFORMAR UNA CORRELACIÓN DE FUERZAS “EXISTENTES” EN UNA CORRELACIÓN DE FUERZAS NECESARIAS.

Es en la relación entre acumulación de fuerzas y la correlación de fuerzas (flujo y avance revolucionario) donde realimentan las condiciones objetivas y subjetivas de una revolución en cada país, donde operan los Planes de Batalla Política (PBP) para la coyuntura.

Al igual que en un campo de batalla donde las fuerzas militares conducen operaciones con un Plan Operativo Vigente (POV), las fuerzas sociales y políticas operan en el terreno del avance revolucionario con Planes de Batalla Políticos (PBP), donde se definen estrategias, tácticas, operaciones, responsabilidades de comando, tareas principales y secundarias, así como un sistema de evaluación, control y seguimiento de operaciones para comprender si es válido “el análisis concreto de las situaciones concretas” y si se avanza en las relaciones de ventaja relativa entre fuerzas confrontadas.

No tomar en consideración los factores de voluntad organizada, fuerza moral, intelectual, ético-cultural, político-militar en la apreciación de las correlaciones de fuerzas, implica reducir la dialéctica histórica del proceso de cambio a la consideración unilateral de los “factores objetivos”. Es entregarse a la pasividad. 

En este reduccionismo, se trataría de apreciación estructural de la “correlación de fuerzas” sin intervención de la “la praxis”, sin intervención del “factor político subjetivo”; o si se prefiere, sin la intervención de una “voluntad colectiva de poder” en la producción de acontecimientos y hechos revolucionarios: sin el momento del protagonismo popular revolucionario.

En el pretexto de las correlaciones de fuerzas existentes se refugian aquellas concepciones que no tienen Planes de Batalla Políticos, pues renuncian al avance, a la iniciativa, a la ofensiva. Muchos derrotados históricos se anclan en la táctica de la “Defensa pasiva”, en el “arte de lo posible”, en la “línea de menor resistencia”.

No se trata sólo de la tesis archiconocida y manoseada: “Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria” (Lenin), sino que la teoría debe encarnar una “voluntad de poder revolucionaria”, una apreciación correcta de las posibilidades históricas objetivas que permitan transformar una correlación de fuerzas existentes en una correlación de fuerzas deseadas y necesarias. Es allí donde se determina si hay o no hay avance, ascenso o flujo revolucionario. Es allí donde existe apreciación del momento político, de sus tendencias principales y secundarias.

Reiteramos, la dialéctica histórica es la correlación eficaz entre los “factores objetivos” y los “factores subjetivos” para mantener o transformar situaciones sociales; para que el avance o cambio favorable de situaciones modifique la tendencia dominante del sistema hegemónico de  la coyuntura; para de este modo, lograr producir mediante la acción colectiva una secuencia articulada de coyunturas revolucionarias favorables, que permitan maximizar ventajas frente a los oponentes, y así, modificar en profundidad las estructuras y sistemas históricos vigentes.

Un Polo Patriótico y Revolucionario en Defensa de la Unidad Bolivariana debe convertirse en el instrumento de intervención política activa en la situación histórica presente, producir un cambio de situaciones, modificar la tendencia predominante del sistema hegemónico, lograr un cambio efectivo en la correlación de fuerzas, apalancar una modificación de las relaciones de poder entre las clases, grupos y sectores unificados en Bloques Sociales y Políticos. Derrumbar definitivamente el viejo Bloque Histórico.

Las luchas en sociedades abigarradas por composiciones sociales, étnicas y de clases heterogéneas y diferenciadas (como en el caso de países con fuerte presencia de mayorías indígenas), implica considerar  necesariamente una acción hegemónica de articulación de múltiples grupos, sectores, clases y etnias para la constitución de bloques sociales y políticos emergentes. Allí son claves las articulaciones entre luchas anti-coloniales, anti-imperiales y anti-capitalistas.

La base social de la revolución bolivariana es inevitablemente poli-clasista, multiétnica y multisectorial, pero eso no significa que el Bloque Social Subalterno sacrifique su dirección revolucionaria bajo los intereses del capitalismo (ni grande, ni mediano ni pequeño) y sus representantes políticos.

Se trata de una nueva dirección política cuya hegemonía es popular, democrática y socialista. Es este el nudo estratégico que no se comprende: un nuevo Bloque Histórico democrático y popular es un bloque social anticapitalista para derrumbar un viejo sistema de dominación.

De modo que las demandas de sectores específicos, los colectivos de lucha, los movimientos de movimientos, las redes de redes, los círculos de lucha, los frentes de partidos confluyen en una plataforma para Bloques de Lucha de los Comunes.

El enfrentamiento hegemónico implica construir un Bloque Histórico con fuerza mayoritaria frente a un Bloque Histórico con una fuerza cada vez más minoritaria. Se trata de llevar a su mínima expresión de poder posible al bloque adversario: neutralizarlo, aislarlo, debilitarlo, dividirlo, reducirlo hasta doblegar su voluntad de resistencia y lucha. Esto implica alterar significativamente el eje de clases dominantes fundamentales, sus alianzas, sus grupos auxiliares y bloques intelectuales.

En la transición al socialismo, las clases políticas y económicamente dominantes y hegemónicas no pueden ser entonces las clases capitalistas. Eso sería un contrasentido. Hablar sólo de la correlación de fuerzas existentes sin promover la dinámica de cambio del sistema hegemónico predominante, a partir de instrumentos de acumulación de fuerzas, es una actitud quietista, que pudiera apelar incluso a teorías mecánicas que argumentan a partir de las siguientes premisas: las llamadas “leyes de la historia”, “las estructuras” (marxismo estructuralista) o “el sistema mundial” para justificar una actitud de pasividad política frente al problema concreto de acumular o perder “recursos de poder”, así el problema  de las ventajas relativas frente a oponentes inteligentes.

Se pierde de vista la fluidez de las situaciones, las oportunidades no aprovechadas, la movilidad y maniobra en las relaciones de fuerzas. Se pierde completamente de vista la importancia de contar con “Planes de Batalla Políticos”.

Sin embargo, la clave de una apreciación de situaciones es considerar en una situación de conjunto, donde están las ventajas, oportunidades, capacidades y fortalezas para avanzar; donde están las desventajas, dificultades, debilidades y riesgos para no hacerlo, cómo mejorar las posiciones de combate relativas: cómo maximizar ventajas y minimizar desventajas propias, cómo maximizar desventajas y minimizar ventajas del oponente; cómo transformar “paso a paso”, “momento singular a momento singular”, las correlaciones de fuerzas, las coyunturas, sus estructuras históricas, a partir de la intervención consciente y planificada de una acción colectiva organizada, con un proyecto de referencia y de movilización de recursos políticos.

En este sentido, el concepto fundamental es el de “acumulación cuantitativa y cualitativa de fuerzas económicas, sociales, políticas, militares, mediáticas, ideológicas y culturales”, si queremos construir un Sistema Hegemónico alternativo a la dominación y hegemonía capitalista. Es necesario sumar, multiplicar y potenciar fuerzas propias; por otra parte, es necesario restar, dividir y reducir al máximo a las fuerzas adversarias.

En esta dinámica se producen “saltos de calidad”, bifurcaciones, cambios de “centros de gravedad”, cambios de atractores, cambios de “masas críticas”, cambios de estado en un sistema de relaciones dinámicas, conflictivas y adaptativas. Un cambio revolucionario es cambio en los sistemas históricos, no es un simple cambio interno de una estructura dada, es más bien un cambio de las estructuras históricas, nuevas relaciones y componentes, cambio de relaciones de fuerzas entre las clases, grupos y sectores, entre bloques sociales dominantes y bloques sociales dominados, es cambio de Bloque Histórico a partir de una crisis orgánica de una vieja Hegemonía. Si no hay nueva hegemonía no hay revolución.

IV.- HEGEMONÍA ECONÓMICA NO ES DOMINACIÓN, AMBAS SE COMBINAN EN EL ENFRENTAMIENTO ENTRE SECTORES, FRACCIONES Y GRUPOS DE PODER.

Adicionalmente, es incorrecto, desde una perspectiva rigurosamente inspirada en Gramsci, confundir el término Hegemonía con la Coerción/Dominación (que se ejerce con medios violentos o que amenazan con el uso  la violencia organizada).

Si bien es cierto que en sus orígenes el término hegemonía deriva de su inscripción en el campo militar como “supremacía” o “ventaja relativa en el campo de batalla”; para Gramsci la clave está en el terreno de las ventajas de liderazgo moral, del prestigio, de la ampliación de una esfera de influencia, de la capacidad de consentimiento y el convencimiento ético-cultural, intelectual y moral que produce una “masa crítica mayoritaria”.

El problema entonces no es vencer o doblegar por la fuerza (aspecto que no debe descuidarse en el enfrentamiento político-militar), sino en convencer, persuadir y ser reconocido con legitimidad de “liderazgo mayoritario” en el terreno político, intelectual, moral y ético-cultural.

Si la base social de la revolución es poli-clasista, multiétnica y multisectorial, el “liderazgo mayoritario” será hegemónico si logra articular sobre sí mismo, en primer lugar, las demandas de vastas multitudes de grupos, estratos, sectores, etnias y clases de la sociedad, configurando a la vez un polo de antagonismo, desplegando la hegemonía democrática sobre las “fuerzas motrices” de la revolución a la vez que identificando adecuadamente y con precisión el factor que se combate y sus representación política: adversario, oponente y enemigo.

Existe acción hegemonía expansiva cuando se conquista, se neutraliza, se divide o reduce la influencia de la voluntad del campo adversario, de su base social, de sus estructuras intermedias o de sus fracciones de dirección política. Aquí hay que ampliar la consigna: “Divide y vencerás”, “Debilita y vencerás”, “Reduce y vencerás”, “Gana apoyos en los adversarios, neutralízalos sin debilitar tus fuerzas propias y existirá probabilidad de victoria”.

En la lucha hegemónica, se compite por la obtención del “liderazgo mayoritario”: voluntades, corazones y mentes. En términos elementales, se combate por la “popularidad” del liderazgo: obtener el mayor “respaldo-apoyo”; a la vez que el menor “rechazo o indiferencia”, sin afectar en todo momento los principios fundamentales del proyecto revolucionario. Vistas estas consideraciones elementales, es preciso pasar a la historia.

Mientras el horizonte bolchevique conservó el uso político de la noción de hegemonía como supremacía en las relaciones de poder políticas (incluso se habla de hegemonía económica, militar y política); con Gramsci el sentido predominante se re-orienta hacia la necesaria “Reforma Intelectual y Moral” que acompañaría el desplazamiento del Bloques ideológico-intelectuales encargados de dirigir y organizar un Sistema Hegemónico.

La hegemonía remite directamente a la conformación de bloques ideológicos emergentes: nuevas voluntades, corazones, mentes; o con mayor precisión: conductas, sentimientos, pensamientos, ideales y sueños. Y si hay alguna duda sobre esto, constatemos cómo la ideología-cultura del capitalismo mundializado intenta seducir las fantasías e imaginarios sociales.

Ya no se trata de inducir “necesidades artificiales”, sino de conducir “sueños, deseos, fantasías e imaginaciones” encarnados en satisfactores: objetos de consumo, de reverencia y reconocimiento de masas.

El énfasis de Gramsci en la Hegemonía lo llevó a estudiar el papel de las funciones intelectuales (diríamos hoy comunicacionales, afectivas y simbólicas) de los procesos de dominación, legitimación y gobierno (como lo ha analizado Hugues Portelli en su texto: Gramsci y el Bloque Histórico citado ampliamente por el Comandante Chávez).

Para Gramsci, no basta analizar las relaciones de fuerzas en sus momentos económico-corporativos, políticos o militares, sino que es esencial comprender las relaciones de fuerzas simbólicas que operan entre las “concepciones del mundo y sus normas de conducta” correlacionadas, sus valores, normas, ideas, símbolos, actitudes y comportamientos.

Quizás cierta lectura eurocomunista de Gramsci supuso una centralidad de los valores culturales en la concepción de la hegemonía, pero queda claro otra línea de interpretación: la relación entre la política como “afecto-pasión”, como “sentimiento”, como “comprensión”, como “buen sentido” y “sentido común”; y finalmente como “saber”, “elaboración intelectual” y “conocimiento” que, conformando y homogenizando concepciones del mundo (e imaginarios sociales), permite pasar a relacionar una “Reforma Intelectual y Moral” con la “Dirección Política” y con la “Dirección Económica” de la sociedad.

En la hegemonía, Gobierna quien Dirige, no quien Domina simplemente. Y a pesar que existe un Gobierno político formal que se identifica con el aparato ejecutivo del estado político, en la sociedad en la práctica hay una multiplicidad de centros de ejercicio del gobierno, de conducción, de dirección y liderazgo, que producen sus propios efectos ascendentes y descendentes, sus efectos de agregación y desagregación, sus afiliaciones y desafiliaciones.

Usted puede ejercer el gobierno político, pero puede no ejercer el gobierno económico. Y eso es lo que ocurre actualmente en la sociedad venezolana. El Gobierno político no ejerce su hegemonía en los espacios, palancas y circuitos socio-económicos. Su síntoma se expresa como “pérdida de control”, pero más allá del “control” significa que no conduce ni posee la “esfera de influencia decisiva” en los procesos y aparatos económicos. No tiene “hegemonía económica” aunque controla el Gobierno Político. Una de las tareas fundamentales del Polo patriótico y revolucionario es conquistar la hegemonía económica del pueblo trabajador sobre el proceso económico. Demostrar que sin necesidad de burguesía, se puede conducir y organizar el aparato económico de la sociedad en manos de los trabajadores y trabajadoras, en conjunción con el trabajo vivo de especialistas, técnicos, gerentes y profesionales comprometidos con la superación de la economía de explotación salarial.

Por otra parte, la eficacia histórica de un “sistema de signos o símbolos” ideológicos es lo que asegura el consentimiento o la integración parcial de las sociedades históricas alrededor de un sistema central de valores, afecciones, creencias y juicios.

Sin lugar a dudas duda, la contribución de los analistas de los dispositivos y aparatos de hegemonía ideológica (Familia, Escuela, Iglesia, Medios de difusión, Industria Cultural, Aparato científico-tecnológico) es importante, pues desenmascaran el discurso fetichista de la “socialización primaria y secundaria”, propia de las Ciencias Sociales instrumentales del Capitalismo, como un asunto de reproducción o cambio de las relaciones de poder/dominación social.

Pero hay que ir más allá, recuperar la importancia de Gramsci en la Hegemonía de los aparatos económicos, de la estructura, proceso y relaciones económicas. Si la economía no es dirigida por una hegemonía socialista significa que los significados que los agentes económicos le atribuyen a sus actividades y conductas se realiza para asegurar la reproducción cada vez más ampliada de la acumulación-valorización-explotación capitalista.

En conclusión, para el caso venezolano, la disputa por la renta petrolera tiene sólo dos posibilidades: o a favor de las condiciones materiales, intelectuales y culturales de la mayoría del pueblo o a favor de los sectores capitalistas dominantes y sus aliados internacionales. ¿Hacia dónde apuntan las decisiones? ¿Podrá el polo patriótico y revolucionario asumir las tareas de la unidad bolivariana y avance en la transición al socialismo utilizando a su favor el control popular de la renta petrolera y de las actividades económicas decisivas?

Allí esta una de las claves de la transición al socialismo.



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Nahual Zapata


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