Si el aire pudiera embotellarse seguramente los pobres se morirían asfixiados. Lo anterior no es ningún aforismo, ni tampoco la sentencia de algún encumbrado sino más bien una lamentable realidad. Tal afirmación comparece a mi magín al tener presente los recientes acontecimientos del panorama mundial. Los registros en los fastos de la historia son indicadores palmarios de lo que son capaces los dueños del dinero.
En épocas remotas nadie era dueño de nada en lo que respecta a los bienes prodigados por la naturaleza: aire, tierra, agua y los productos encerrados dentro de estos. Pasado el tiempo, cuando los hombres poderosos se apandillaron para dominar a los más débiles surgió el concepto de la propiedad privada. Ciertamente, este término, concebido por los latifundistas en cierne, sirvió para que estos elaboraran sus propias leyes para consolidar el concepto de propiedad privada mejor dicho, propiedad despojada, como un hecho natural y posteriormente, como un acto divino.
La concepción sagrada de la propiedad privada le corresponde a los jerarcas de las iglesias, tanto católica, protestante, cristiana ortodoxa, al brahmanismo, entre tantas, dado que muchas de tales instituciones religiosas eran dueñas de miles y miles de hectáreas de las tierras fértiles del planeta. De esto estuvieron al tanto los naturales de México, Tíbet, China, India, Colombia, Ecuador, Perú, Rusia, México, Italia, España, Inglaterra y en la mayoría de las naciones donde, en un momento dado, los aristócratas y los sacerdotes actuaban en perversas y fructuosas sociedades. De allí que, en la actualidad, los jerarcas de la iglesia católica defiendan la propiedad privada como un ente sacrosanto. No cabe duda, los patrimonios asentados en diversos registros y notarías, dan fe de los "bienes sacros" pertenecientes a muchas de las instituciones religiosas y sectas cristianas.
No se puede negar que los primeros terratenientes fueron los jerarcas de las iglesias, ellos fueron los amos y señores de magnas extensiones de tierras y para obtener beneficios de estos latifundios tenían bajo su señorío (dominio) a numerosos siervos: feudalismo puro. Los labriegos y pastores eran monjes analfabetas e indigentes quienes obtenían como pago un exiguo bocado de comida y unos raídos ropones a guisa de sotana; una variedad de esclavos. En algunas casos, por la heredad de estos terratenientes religiosos pasaban caudalosos y ríos cristalinos que ellos (los sacerdotes, pastores, popes, monjes…) asumían como de su propiedad.
Los hombres y mujeres que vivieron durante el medioevo conocieron los embates del poder de la iglesia, el cual se debilitó pero nunca desapareció totalmente. Era el empeño de unos cuantos de apoderarse de los bienes que nos provee la pacha mama. Con el tiempo la avaricia no cambió y el afán de unos pocos de arrogarse las riquezas provenientes de la madre naturaleza está presente, lo cual pone en peligro la existencia del planeta. Opino que unos capitalistas cicateros están empeñados en apoderarse de nuestro errabundo planeta azul y para esto disponen de una maquinaria militar, política, económica, mediática, financiera y de políticos, siempre dispuestos a vender su país, como si la patria fuese propiedad de una cáfila de cínicos.
Las multimillonarias y sórdidas compañías industriales operan como si fueran dueñas del planeta. No les importa verter sus residuos tóxicos, bien sea en el aire, en la tierra, en los ríos, en el mar o en donde a ellos les dé la real gana. Ciertamente, la vida en globo terráqueo les incumbe un comino. Qué carajo les puede interesar a los capitalistas que una tierra contaminada produzca alimentos tóxicos o en el peor de los casos, convertir el antiguos terrenos fértiles en tierras yermas. Olvidan que las aguas de los ríos sirven para el regadío y que tales torrentes, junto con las del mar contienen peces, excelentes fuentes de proteínas y puestos de trabajo para millones de seres humanos. Tampoco recuerdan que aire contiene oxígeno que le permite al planeta resguardar a los seres humanos, a los animales y las plantas. El afán de las empresas agroindustriales es apoderarse de tierras fértiles en diversas partes del mundo, con el objetivo de sembrar, bajo el eufemismo de la biotecnología, alimentos modificados genéticamente. Así mismo, imposible olvidar el peligro de la basura cósmica que gira alrededor del planeta y que en un inopinado momento podrá caer sobre nuestra testa. Excelente negocio.
En tiempos del Imperio Romano las legiones de soldados chamuscaban bosques completos para evitar que el enemigo se escondiera en la espesura, hoy los avaros ambiciosos de oro acaban con frondosas selvas para satisfacer las apetencias capitalistas. Se compra un planeta.
Juzgo que los agentes del neoliberalismo, los capitalistas, desean comprar el planeta. No hay nada que exista dentro, sobre y por encima de nuestro suelo que no sea de interés comercial para los referidos. Todo artículo que se pueda comprar o vender es propicio para que dichos operadores se dirijan hacia todas las regiones del globo con el fin de negociar aquello que sea de su interés y con valor lucrativo. Lo único malo de todo esto es que son ellos, los poderosos, quienes imponen las condiciones para comercializar el bien y establecer funestos monopolios.
Un ejemplo palmario de lo expuesto lo constituye la Exxon Mobil, una de las empresas más contaminantes del mundo, la cual ha dejado una estela de residuos tóxicos de crudo en Alaska, Nueva Jersey, México, Ecuador…entre otros. Esta misma empresa, apoyada por los gobernantes de EEUU, instiga al presidente de Guyana para agredir al gobierno bolivariano y socialista de Venezuela, solamente con la intención soterrada de derrocar al presidente MM y con esto, continuar con la desestabilización de otros países de gobiernos progresistas. Las cicateras transnacionales energéticas, entre estas la nombrada, no admiten la negativa de comprar nuestro país a precio de saldo, primero porque no está en venta y segundo, porque, por fortuna, contamos con un gobierno inflexible a los intereses neoliberales, además siempre se encontrarán con una pared inexpugnable: un pueblo irreductible.
Ya los pueblos sumisos están desapareciendo del planeta. Esto lo demostraron los griegos negados a soportar las impías condiciones de la troika. Los helenos están dispuestos a recuperar los beneficios sociales que los antiguos gobiernos neoliberales le arrebataron, simplemente para complacer los mandatos de los aciagos centros financieros. Los mismos que intentan convertir a los herederos de Sócrates, Aristóteles y Platón en una borrega colonia europea.
En la actualidad, paulatinamente están desapareciendo aquellos pueblos ahogados desde hace tiempo bajo las cenizas de un falso entusiasmo de las llamadas democracias representativas. Se vislumbra el resurgimiento de hombres y mujeres jóvenes quienes abren sus ojos y utilizan sus talentos ante un nuevo concepto de libertades civiles dentro de una democracia participativa y protagónica, por las cuales están dispuestos a luchar. Muchos jóvenes y adultos, con la experiencia de los gobiernos progresistas, advirtieron que los derechos no son una utopía, que todo aquello que se les había negado por los gobernantes neoliberales se convirtió, a través de la revolución bolivariana, en una realidad palpable. Nada de esto fue una concesión, todos estos logros son producto de una lucha pertinaz de un pueblo aguerrido y agobiado por el oprobio burgués. Más de quinientos años de ignominia transcurrieron, aquellos sufrimientos de nuestros antepasados quedaron plasmados en los libros de historia, en la prensa y en la mente de muchas personas quienes hoy trasmiten aquellos nefastos y luctuosos hechos a través de relatos orales.
Señores capitalistas, la pacha mama no está en venta. Permitámonos que el aire que respiremos no esté embotellado, que el agua que ingerimos no esté contaminada y que la tierra de donde emanen nuestros alimentos no contenga residuos tóxicos, ni mucho menos alimentos modificados genéticamente. Debemos recordar que estamos de paso por nuestro hermoso globo azul y obligados a confiarle un mejor planeta a quienes vienen detrás de nosotros.