La Revolución está en grave peligro, la derecha internacional, como hienas, se aprovecha de las grietas que el gobierno se ha causado. Las elecciones del 6, por los errores de los dirigentes, se han convertido en una trampa, en un callejón ciego, y el imperio, que como decía el Che tiene fino olfato, prepara paciente el zarpazo a lo que queda de posibilidad socialista.
Si el gobierno gana, lo dicen los voceros oficiosos del imperio, se cerrarán las posibilidades electorales de sustituirlo, es decir, el fantasma del golpe tendrá justificación. Si el gobierno pierde, los niveles de gobernabilidad se irán al suelo. Los socialdemócratas más conspicuos hablan de reconocer los resultados, esa es su clave para devolvernos a los tiempos del pacto de la cuarta, pujan para que el gobierno reconozca su derrota y saben, de antemano, que la oposición no aceptará sino su triunfo.
Pero, ¿cómo les conseillers del gobierno nos trajeron a este escenario y cómo salir del atolladero? Veamos.
El 1x10 es de dudosa eficacia, pero si de algo sirve es para elevar el egoísmo; es una solución individual, apresurada, improvisada, impulsada por intereses particulares, que en realidad demuestra la falta de organización partidista. Si a este sistema organizativo fragmentador le unimos la política francamente clientelar, el despojo a la masa de razones sagradas por las cuales luchar, los coqueteos con quienes debían ser enemigos, los capitalistas, el estímulo a los ya formados y la creación de nuevos empresarios enemigos del socialismo, entonces debemos concluir que la campaña electoral que adelanta la socialdemocracia gubernamental ha debilitado la conciencia de pertenencia a la sociedad, la conciencia revolucionaria. De esta manera el gobierno, tal como Chacumbele, está cavando su propia derrota.
Es una ley histórica: "el revolucionario que busca alianza, certificación con la oligarquía siempre pierde". Es que los dominantes exigen de los dominados sumisión total, y si éstos dieron ejemplo de rebeldía o son herederos de próceres, entonces ni la sumisión total les basta, exigen que sean borrados, sacados de cuajo, que no quede la más mínima posibilidad de retoñar la insurgencia. Así pasó con el Generalísimo Miranda, no había terminado de firmar el armisticio cuando estaba preso en La Carraca. Ya recordaba el Che en aquella memorable carta: “En una Revolución se triunfa o se muere si es verdadera”. Y añadimos nosotros: el camino de la claudicación es espantoso. Cuando esta Revolución, contradiciendo el mandato de Chávez, buscó alianza con los capitalistas comenzó su deterioro.
La Revolución Chavista está amenazada, el principal enemigo es la socialdemocracia interna que, en su afán de conciliación, deja grietas que son aprovechadas por el enemigo imperial; la principal de ellas fue menguar la capacidad, la moral combativa de la población, cambiarla por dádivas que supuestamente debían traer votos.
En estas debilidades, el enemigo imperial diseña el zarpazo. Parece tarde para revertir la situación, agravada por lo errático de la conducta del gobierno que luce desesperado frente a la posibilidad de la derrota: no hay crítica, sólo envalentonamiento inútil. Lo que queda es aceptar la derrota, si la hubiere, y abrir un periodo de reflexión, de autocrítica, de rectificación. Si el triunfo acompaña al gobierno, entonces, no caer en la embriaguez de ganador, reflexionar sobre lo apretado y costoso del triunfo, abrir un proceso profundamente autocrítico, rectificar, que significa ir al espíritu y no al mercenarismo.