Terrorismo étnico

Imagina la llegada de los europeos a lo que luego se llamó América. Luego de los primeros escarceos de amabilidad y cordialidad de los indios con los conquistadores, comenzó una violencia de intensidad y magnitud desconocidas hasta entonces para los indígenas. Hoy apenas podemos imaginar su estupor, pues la manía de los invasores era el oro, que para los indios tenía otro valor y otro uso. Deben haber quedado estupefactos ante la barbarie de fundir imágenes para convertirlas en lingotes, que es como volver polvo la piedra de la Venus de Milo para venderlo como cemento o hacer leña de un mueble Chippendale.

Fue un encarnizamiento descomedido, inconcebible, para quienes no estaban aún en esa fase capitalista de acumulación primitiva. Conocían guerras, incluso guerras imperiales, pero no esta furia delirante de la codicia llevada a su máxima exacerbación.

La violencia se hacía con pólvora, es decir, no solo con máxima eficiencia sino con espectáculo, ruido, fuego, estallidos, etc. Ruido y furia, como diría Shakespeare.

Esta violencia no solo se daba en la forma de genocidios, sino en la destrucción del patrimonio cultural, en la forma de demolición de templos y otros edificios, destrucción de iconos y exterminio deliberado de la élite cultural, la casta sacerdotal y demás intelectuales. Algo parecido está ocurriendo ahora en Iraq, donde hay un exterminio masivo y deliberado de técnicos, científicos, intelectuales, amén de la devastación del patrimonio cultural de la humanidad, al ser destruida la Biblioteca de Bagdad, con un millón de documentos, incluyendo los mesopotámicos que aún no habían sido descifrados. En nombre de la cultura occidental, Bush destruye las fuentes y raíces de la cultura occidental. ¿Cabe imaginar que esta destrucción sistemática fue un «daño colateral» accidental? Obviamente no es ni colateral ni accidental sino occidental.

La devastación fue enorme. Aún es imposible calcular cuántos indígenas fueron exterminados, pero algunos han calculado la cifra en decenas de millones. Hubo ciudades enteras que desaparecieron.

El asunto se expandió rápidamente no solo en la impaciencia por el oro, la plata, las perlas, sino en las condiciones de trabajo forzado, que implicaban la muerte masiva de indígenas y más tarde de africanos.

Lo que no mataron los metales y la pólvora invasoras lo hicieron los gérmenes. ¿Es posible imaginar el sobresalto de los habitantes de ciudades enteras muriéndose de alguna peste traída por los conquistadores y por ende desconocida por los médicos indigenas?

Añadamos a esto la incertidumbre de una cultura asesinada por otra. Esa cultura vencida fue deliberada y sistemáticamente satanizada y vilipendiada, porque la labor terrorista fue perfecta. Aún lo vivimos en forma de desprecio étnico, cultural, racial, social, hordas, monos, Lumpen de siempre, etc., porque la historia no ha terminado. ¡Cómo nos han envilecido los signos primordiales de nuestros ancestros no europeos, cómo vivir con esa supervivencia prohibida, estigmatizada, infamada, amén de dispersada, demolida, triturada de mil maneras durante más de quinientos años! La joya de esta corona es el endorracismo, es decir, cuando los vencidos se convencieron de que su cultura y hasta sus rasgos físicos son vergonzosos. Aún vemos la lucha que cuesta defender la coca, explicar que así como uva no es vino, coca no es cocaína. Defensa que no tiene que asumir la Coca-Cola, que aún no ha explicado qué hace con la coca que adquiere si alega que no se la pone al refresco.

Qué casualidad que las sustancias sicotrópicas populares prohibidas son las vinculadas con etnias oprimidas, opio, marihuana, coca, hongos alucinógenos, etc., y no en general las producidas por Europa, como las bebidas alcohólicas (ver Más adicto será usted). Son a menudo sustancias vinculadas a experiencias religiosas, místicas, como el vino para los cristianos, pero de religiones desprestigiadas, cuyos sumos sacerdotes fueron quemados vivos en plazas públicas, en autos da fe de los que aún resuena el recuerdo en forma de terror étnico. Porque el invasor encontró un arma formidable en la incapacidad indígena para comprender lo que estaba pasando. Aquello se les vino encima como un vendaval, como un terremoto. Es más, en su tradición los indios entendían mejor esos desastres naturales que este desastre antinatural, social, que tenían por delante. En pocos años se vieron esclavizados, envilecidos, destruidos, sin memoria, sin recursos intelectuales propios, salvo los residuos que les fueron dejando en el naufragio. Con todo, aquellos Crusoes de la resistencia mantuvieron sus tradiciones hasta hoy en la operación de rescate cultural más formidable conocida en la historia. Los pueblos conquistados por los romanos, los árabes, los chinos conservaron tanto. Apenas sabemos fragmentos de los etruscos, casi nada de los cartagineses. Solo los cristianos mantuvieron sus fogones encendidos bajo el dominio sarraceno de un modo comparable a como los indígenas y africanos mantuvieron sus raíces en América.

Fue así durante la Conquista y la Colonia, pero aún dura. El modelo cultural y económico de Occidente implica la devastación de la energía fósil así como de la biodiversidad. El automóvil, erigido en religión sin poesía, como tanta religiones del capitalismo, se nos ha hecho imprescindible, pero no solo contamina la atmósfera sino el espacio urbano, invadiendo vastos territorios llamados estacionamientos, para no hablar de calzadas y aceras. Para no hablar de los restaurantes McDonald’s que contaminan prácticamente todos los espacios urbanos, salvo el de Disneyworld, que los ha expulsado por un conflicto financiero, no por preservar los espacios urbanos de Disney. Ya promoverán otra comida plástica.

Se trata, además, de cómo el cine de Hollywood nos invade el 96% de las pantallas y de cómo ha ido debilitando el cine mundial y cuando no lo debilita deja instalado un territorio minado por la estética y el código cinematográfico hollywoodense. Es decir, ya conviven varias generaciones incapaces de asimilar otro cine que no sea el de Hollywood. No solo se trata de defender la parte física del planeta, sino de defender las culturas amenazadas por diversos mecanismos: los tratados de libre comercio y las guerras de devastación tipo Iraq.

Otro efecto, que tampoco es colateral ni accidental, pero sí perverso, es la resaca de esta catástrofe: el resentimiento contra toda manifestación percibida como europea o estadounidense. Este resentimiento nos lleva a tirar el agua del baño con el niño dentro, y encima nos lleva a hacer la denuncia contra la influencia europea en una lengua europea. Me recuerda a aquellos que se llamaban a sí mismos «no descubiertos» y hacían sus denuncias en español, la lengua de los «descubridores». Ahora nos explicamos por qué evolucionaron hacia las posiciones más reaccionarias de este momento venezolano (cf. los artículos de Agustín Blanco Muñoz). El resentimiento social no es más que el deseo de ser como el dominante, de ser dominante y termina siendo peor, como el capataz, que era más racista que el amo. No debemos responder con barbarie a la barbarie, tanto como no debemos responder con terrorismo al terrorismo.

Toda cultura conlleva civilización y barbarie, la europea, nos lo ha dicho Edgar Morin (Edgar Morin (2005), Culture et barbarie européennes, París: Bayard), no es una excepción. Esto nos obliga a la máxima lucidez para no morirnos de viruela porque su vacuna la inventó un europeo.


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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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