Las grotescas imágenes ofrecidas al mundo en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, colocan una vez más en el tapete público, la cuestión de la Diplomacia Internacional, emplazando una urgente reflexión en torno a las prácticas tradicionales que se han venido empleando en este ámbito, y a la necesidad apremiante de una seria evaluación de sus resultados.
Y nuevamente es Venezuela quien activa estas “fuertes sacudidas” a la la cabeza del Presidente Hugo Chávez. En este sentido no he de negar que he rechazado en ocasiones, la tendencia compulsiva de nuestro líder hacia la irreverencia. Y lo he hecho, no porque considere que la ruptura de las máscaras o de los formalismos hipócritas, no sean dignos de las mayores imposturas, sino por un principio de ahorro de energías.
Cada día que pasa, el panorama mundial reclama una actitud más prudente y reflexiva. Un día antes de morir, Martí, en carta a Manuel Mercado, admitía:
“...ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber – puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alacanzar sobre ellas el fin.”
No obstante, el reclamo de Zapatero al mandatario venezolano, y la intervención del rey Juan Carlos de España, no son otra cosa más que el reflejo de la falsedad con que actúa la diplomacia internacional y algunos jefes de Estado, dedicados a querer mostrar a la opinión pública los modales más refinados de su alta jerarquía, mientras sus acciones y procederes desdicen de sus posturas diplomáticas.
Hugo Chávez, una vez más, se erige en instrumento mundial para el necesario cuestionamiento del papel que cumple esta dirigencia, y que nos da la oportunidad de preguntarnos si aún no viaja en el inconsciente colectivo de un número significativo de europeos, norteamericanos, y en el de muchos desclasados latinoamericanos que se arrodillan ante cualquier imperio, la creencia insólita de que los países de Nuestra América, le debemos obediencia a los mal llamados países desarrollados, y que como dice Galeano, el retraso con que llegamos al reparto del mundo, siempre nos garantizará un puesto de tercera en el escenario mundial.
Soplan vientos de cambios. El imperio y sus lacayos se estremecen. En la diplomacia de salón, el rey olvida los modales, se encoleriza, manda a callar al adversario...
Definitivamente, hasta en la vieja Europa, Chávez los tiene locos.
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