Lo que está sucediendo en Bolivia en este momento reviste suma gravedad. A Bolivia la quieren partir en dos, algo así como lo que pasó hace poco más de un siglo con la Panamá de Colombia. Y los intereses que promueven esta estrategia siguen siendo los mismos: imperialistas y económicos.
Bolivia tiene la reserva de gas más importante del continente. Una fuente energética fundamental, que hasta la llegada de Evo Morales prácticamente se regalaba a quien la quisiera tomar, sin dejar casi ninguna ganancia para los nacionales. Por otro lado, la minería boliviana ha cobrado, durante más de 5 siglos, la vida de millones de bolivianos, para enriquecer las arcas de los países del norte. Las tierras de Bolivia han estado dominadas por latifundistas que han impuesto su salvaje ley a punta de bayonetas que se han subastado siempre al mejor postor.
Hasta hace sólo 55 años los indígenas bolivianos no eran considerados ciudadanos, por lo tanto no tenían ningún derecho, ni siquiera el de votar. Por eso, este país, con una mayoría étnica claramente indígena, ha tenido presidentes que incluso hablan mejor el inglés que el español, y solo hasta ahora, por primera vez, llega a la jefatura del Estado un miembro de las comunidades originarias.
Hoy en día las cosas están cambiando. Pero la fuerza que ha tomado el movimiento popular e indígena boliviano, liderado por Evo Morales, está siendo salvajemente atacada por todos los flancos. Le duele demasiado a la oligarquía perder el control de la explotación gasífera y minera del país. Les duele mucho más que alguien ponga en vilo sus intereses terrófagos. Pero mucho más le preocupa al imperio que un aymara, que se ha negado a utilizar la corbata que impone el protocolo del norte, asista a las cumbres de la ONU con gran humildad pero a la vez con gran firmeza, y que en el mismo podium que minutos antes había ocupado el presidente de la gran superpotencia, le grite al mundo que la coca no es cocaína.
El imperio ha recibido una estocada noble en el corazón de Suramérica, cuando este indígena que hoy es presidente por voluntad del pueblo boliviano, propone una constitución en la cual, entre otras cosas, se prohíbe el latifundio, se declara que los recursos del subsuelo son nacionales y no pueden ser privatizables, que no se puede instalar en ese país ninguna base militar de ningún país extranjero y se prohíbe taxativamente cualquier movimiento que pretenda la división de Bolivia.
La oligarquía boliviana quiere dividir a ese país. Que las zonas que poseen la mayoría de los recursos energéticos queden, por supuesto, del lado de ellos, y que los indígenas y el pueblo llano se queden con el resto. Así como suena, por increíble que parezca. Impúdicamente reclaman una autonomía absurda, que lo único que esconde es la intención clara de desmembrar al país que tomó su nombre del Libertador.
Evo Morales está firme. Tan firme que ha retado a sus contendores, los gobernadores de los departamentos secesionistas, a que se sometan todos a un referéndum para ser ratificados en sus cargos, una vez que, también por referéndum nacional se apruebe el nuevo texto constitucional. Una propuesta como esa sólo se hace cuando se está seguro del liderazgo popular. Sin embargo, no hay que confiarse. El imperio tiene sus brazos incrustados en Bolivia, porque sus intereses más íntimos están en juego en ese hermoso país. Si Bolivia es independiente, todo el continente lo será. Por eso es que el Tío Sam está tan preocupado.
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