Obama
riza el rizo a favor de la ultraderecha hispánica cuando afirma en
una actitud hostil y prejuiciada que, antes de cualquier discusión
diplomática, pedirá una "rendición total de cuentas" de
la relación que mantiene el gobierno de Chávez con las Farc. De esta
manera, el candidato presidencial demócrata, con su perorata política,
galantea y le hace guiños a los integrantes de la Fundación Cubano-Americana
creada por Ronald Reagan.
Al
sacar en las últimas semanas lo conspicuo de su repertorio estratégico
contra Venezuela (atacando a Chávez), Obama da muestras de una gravísima
irresponsabilidad política, porque habla sin mostrar ni una sola prueba
de las supuestas relaciones del presidente Chávez con la guerrilla
colombiana. El manoseado enunciado del Tío Sam y su corroída
engañifa. Reflejo del desparpajo de Obama, quien no se
anda con chiquitas a la hora de descalificar a presidentes electos democráticamente.
Esa táctica no es más que la primitiva diplomacia estadounidense de usar el garrote vil, de disparar primero y averiguar después. Es emplear el tiro que alborota el avispero del terrorismo mediático que se pasea en el carruaje de la manipulación. Obama bien sabe que para eso están los hipotéticos documentos encontrados en la supuesta computadora de Raúl Reyes, escritos virtuales que, según el informe de la Interpol, dan para desarrollar más de mil años de campaña sucia. Debemos convencernos que Obama no representa un bello sonido en el pentagrama democrático del mundo.
Como
si el presidente Chávez fuera un pecado de lujuria, Barack Obama al
ser consultado sobre si el mandatario venezolano representaba una amenaza
a la seguridad nacional de Estados Unidos y del resto del continente,
respondió como un Harry Truman del siglo XX: "Sí, creo que es
una amenaza, pero una amenaza manejable". Así Obama, sin corregir
tanta imbecilidad, se nos presenta desde ya como un Nixon, un Reagan
o un Bush de color. O sea, la versión más enraizada del imperialismo.
Por
lo visto y escuchado a Obama, quedamos convencidos que en Estados Unidos
el problema no es si gobierna un blanco o un negro, ya que no se trata
de metáforas anatómicas. Pues, apartando a ambos partidos y el color
de piel del inquilino de la Casa Blanca, en ese país quien manda son
las grandes corporaciones.
Son
los dueños de las corporaciones los que saben donde ponen las garzas,
y son ellos quienes las sueltan para que vayan a poner. De tal manera,
las multinacionales cobran y se dan el vuelto, como eufemismo del saqueo,
la malversación y la alienación a que nos tiene sometidos el imperio.
Simplemente,
el ocupante de la Casa Blanca es una figura decorativa limitada al alto
patrocinio de las reales aspiraciones y pretensiones del gran capital.
Todo esto constituye el elemento constitutivo de una particular cosmovisión,
que converge con éxito en la imposición de las temáticas prefabricadas
en conservación de la agenda cultural, intelectual y moral del capitalismo.
La
trampa está en que los grandes consorcios comunicacionales, ante el
descrédito de George W. Bush, nos quieren mercadear la idea de que
Obama pertenece a otra escuela de formación. Pero todos sabemos que
ambos son de la misma flota aunque viajen en distinto barco, o mas bien
digamos militan en organizaciones partidistas distintas.
En
nuestras relaciones con Estados Unidos siempre hay que estar muy consciente
de que la nube que nos pone encima trae chuzos de punta. Pues, Estados
Unidos, en su política más vil e imperialista, ha puesto de moda atropellar
y matar a los viandantes y exigir una indemnización al muerto.
Por
consiguiente, tememos que se le quemará la sopa a quienes piensan que
con Obama se puede adelantar cualquier gestión revolucionaria en América
Latina. Sólo hay que analizar las posiciones imperialistas sostenidas
por Colin Powell y Condoleezza Rice, para darnos cuenta que el ejercicio
del poder en Estados Unidos no es cuestión de color de quien gobierne.
Eso es un error de diagnóstico garrafal, ya que es secundario, sin
importancia. Sin ningún género de dudas, Obama sigue siendo una garantizada
esperanza blanca.
No
podemos más que estar de acuerdo con quien dijo: “La diferencia entre
un presidente republicano y uno demócrata, es que el primero te mata
de diez balazos y el segundo te asesina de nueve disparos”. El mismo
miasma. Por eso, los presidentes de Estados Unidos son inevitables para
los pueblos del mundo como el mal tiempo.