De la leche y los virus derramados, entre otras crisis

Sin ir muy lejos, aquí mismo en Venezuela, durante los hechos próximos al 11 de abril de 2.002 (antes y después), algunos empresarios nuestros tiraron la producción de leche al río para así generar desestabilización y presionar al gobierno central hacia el abandono del poder.  Su holgura económica fue entonces el duro de su razonamiento para justificar la acción, criaturas dueñas de todo –como se pintaban-,  además que en su imaginación se izaban como especies de próceres de la libertad al figurarse que colocaban su grano de arena para salir del “régimen” y de su incómodo “tirano”.

Perdieron su leche, no ganaron nada y, por el contrario, su sueño político de seguir vegetando entre los olores medievales de sus señoríos feudales tuvo que despertar.   Llegaba un proceso de cambios cuya mayor virtud era el reclamo popular de por qué tenía que haber tanto pozo con caimanes alrededor de tanto castillo también, suerte de anaqueles de acumulación de la riqueza.  Se empezaba a pedir una mejor distribución de los dineros, o, para molestar más, su socialización.

Fue entonces cuando tanto dinosaurio político disecado, dueños de la tierra y otros bosques, empezó a sacar titularidades y linajes por doquier.  Amañaron papeles de propiedad, ahumándolos mediante la técnica del fraude; echaron mil veces la historia que los pintaba como descendientes de la reina Victoria o los reyes Borbones, como si ello le diera derecho a la propiedad infinita de lo que en justicia tendría que ser de y para el beneficio de todos.

Esfuerzos para nada, dado que el “proceso” (palabra temible a sus oídos) no tuvo marcha atrás y se metió de lleno a reformar las peculiaridades humanas de la tierra.  Hasta hace muy poco seguían oyéndose los chillidos de esos “grandes empresarios” cuyos ojos se aclimataron a ver normal que ellos y los suyos y nada más los suyos e iguales monopolizasen el bienestar de los demás mortales.  Casi nada.  Se dirá que no querían ser mortales, de paso.

Fijaos en lo siguiente:  hubo también otro lecheros, por allá en el norte, cuyo comportamiento respecto del rubro que producían fue ejemplar para sus ánimos clasistas.  Preferían tirar la leche también al río antes que verse obligados a venderla a precios que ellos consideraban miserables, es decir, valoraciones que no le reportaban la ganancia acostumbrada.  La cosa fue durante los entretelones de la Gran Depresión, por allá en los treinta del siglo pasado, si mi imaginación no me falla ( y digo imaginación por si acaso fallo).  Al hecho que la gente no pudiese comprarla ni ningún comerciante revenderla o procesarla, era mejor botarla antes que contemplar el ofensivo acto de que alguien la tomase gratuitamente.  Egoísmo primero, antes que altruismo; capitalismo a ultranza antes que comunismo o socialismo, entendiendo por “comunismo” lo que las matrices de opinión divulgan como concepto:  el objeto social, comunitario, compartido; la pérdida, en fin, del sentido de propiedad y costo.  El acabose de un tiempo presente.

Pero también fuera de recesiones se ha botado la leche.  ¡Como no!  Allá mismo, en el Gran País del Norte, los empresarios prefirieron en un tiempo lanzársela a los peces, como única medida para obligar a la ascensión de los precios.  Hecho que demuestra, olímpicamente, cómo la prosperidad y la abundancia son contrarias al espíritu monetarista y despiadado de las prácticas capitalistas o neoliberales:  ante la omisión o violación de una de las más nítidas reglas del “mercado”, esto es, que la (sobre) oferta  afecta la demanda, se hacía necesario equilibrar nuevamente la situación pero jamás favoreciendo al habitual demandante con la gracia de regalarle el producto.  ¡Ni en sueños!  Había que tirarlo y punto; aplicar alguna otra regla de esas canónicas del liberalismo económico.  No vaya a ser que el mundo se contagie con otras novísimas prácticas de la degeneración y la barbarie.

Semejante acto, por supuesto, deja mucho que criticar a la condición humana, si el caso fuera que a la baza capitalista lo tomáramos por modelo.  Ellos mismos, sus grandes exponentes, no pueden nunca renegar de esa condición humana que empuja hacia la socialización o piedad para con el prójimo (al menos, cuando se ven confrontados a ello, en el pequeño círculo de sus humanas relaciones).  Al final de las cuentas, son humanos.  Entonces, como para recordar que pertenecen a la especie, ecuménicamente humanista desde el punto de vista de todas la religiones, fundan también grandes empresas digamos de expiación de culpas, centros de ayudas para las grandes masas pobres, estudiantes de bajos recursos, enfermos de toda plaga, etc.  Ni más ni menos como en los viejos tiempos, cuando el rico compraba la bula papal y luego se moría yéndose directo al cielo, con el alma y los pensamientos depurados.

Así tenemos instituciones Rockefeller (tomando un nombre, nomás) para todo:  para ayudar a los pobres –como dijimos-, para ponerlos a estudiar, para curarlos, entretenerlos o insertarlos en cualquier programa rebaja-culpas con el mismo sello patronímico:  escuela, universidad, hospital, todos Rockefeller.  Así mismo como suena, como para que el cielo y la tierra (y también las estrellas) sean testigo de toda la humanidad de que es capaz un nombre, y, también (¿por qué no?) se haga de la vista gorda de toda la leche derramada (petróleo, para el caso) durante su breve paso como empresario feroz por este mundo.  “La vida es una jungla”, podría con mucha facilidad expresar al respecto un esteta de la doctrina capitalista, transido de filosofía.

Lo mismo puede decirse de los medicamentos, tan en boga hoy mismo, y, seguramente, tan necesarios como la leche para la salud humana.  Ambos son objetos del mercado y del libre mercadear, sujetos a la norma técnica del severo dogma capitalista.  Bota la leche inescrupulosamente el empresario agrícola para obligar a la subida de sus precios, como “suelta” sus virus de enfermedades el farmaceuta sumido en la quiebra de no vender sus medicamentos.  Y ambos justificados, si se quiere moralmente –¡cómo se busca un pretexto de paz interior!-, sobre el universo de la práctica capitalista de acumular riqueza, comerciar y ponerle precio a todo, humano incluido.

Probablemente suene más tenebroso que un empresario de semejante cepa ideológica se ponga a liberar virus a la atmósfera para así enfermar a la población y luego enriquecerse vendiendo sus medicamentos.  Probablemente suene hasta imposible para el entendimiento, sea humano, con matiz religioso o cristiano, para detallar más y poner la cosa más cuesta arriba.  Pero ya sabemos a lo que lleva la masificación y comercialización de lo humano, interpretando al “hombre” como esa dualidad establecida entre idea y tiempo, ideología y época, criatura capitalista, neoliberal, tecnócrata o lo que sea:  el hombre es un guarismo y una moneda que termina ejerciendo peso en el interior del bolsillo.  Un ser político y económico cuya condición lo lleva a aberrar de sus originales esencias, así sean las de la misma especie animal, en nombre de otras de más seria calaña que los instintos mismos.

De modo que vemos cómo entra la política al cuento, desde el mismo momento en que el hombre es esa figura de ideas que defiende su polis como condición económica y su contexto ideológico como arma de combate.  Es decir, caballeros, el gran capitalismo del mundo, el gran país capitalista y los grandes hombres capitalistas, hoy en crisis, defendiendo sus intereses y visiones de mundo.  Por extensión, la gran clase de los ricachones y políticos del mundo defendiendo su mundo conocido en hundimiento.  Los plutócratas.

La gran crisis, pues, que lleva  a la locura de aferrarse al borde del precipicio a costa de los pelos de todos. Los locos kamikaces del sistema que, a título de conservación de su estatus económico y medios de vida para los fines, no les importa ni el completo universo y manifiestan resolución de exterminio.  Todo o nada son sus extremos, y lo que medie en su interior es humana materia de ejecución plausible.  Por ello no extrañan los rumores de que una clase política estadounidense, en nombre, por supuesto, de la defensa de su sistema de vida e intereses económicos, anda hoy desatada dispuesta al todo del todo.

Sea ya a enfermar a una población, para retomar el capital en bancarrota, como se murmura es el caso de ciertos políticos que “soltaron” el virus responsables de la actual pandemia de gripe porcina para recuperar sus empresas vendiendo el tratamiento y, al mismo tiempo, “distraer” la atención de la justicia que actualmente se afana por aclarar sus acciones como torturadores y criminales de guerra; sea ya para volar edificaciones completas y justificar doctrinas de ataque, como se dice fue el derribamiento de las Torres Gemelas y su consiguiente “lucha contra el terrorismo”, hecho que a un tiempo hizo la política de “proteger” a una nación mientras llenaba los bolsillos de quienes inventaban las guerras.

Para redondear el rumor, diremos que hablamos de gente como Donald Rusmfeld, el “ex secretario de Defensa de Bush […] directivo desde hace 20 años del laboratorio Gilead Sciences, Inc. la firma con sede en California que fabrica y tiene los derechos de ‘Tamiflu’, el supuesto remedio contra la influenza que aterroriza al mundo.”*  Y, lógicamente, de toda su camarilla de trabajo en el gobierno estadounidense pasado, todos interesados en salvar el pellejo ante las investigaciones que se le adelantan como torturadores, conservar su estatus económico y hacérselas de mártir y prócer de la integridad histórica e ideológica de los EEUU.  Pensando siempre como la clase elitista y plutócrata a la que pertenecen figuras nombrables de la misma guisa:  si caen nuestras empresas, caemos; si caemos, cae el país; y, si cae el país, se cae el sistema completo.  Razones sobran para luchar.

Claramente se ve en medio del contexto que botar la leche para recuperar precios o soltar virus voladores para generar  enfermedades son acciones que tienen el mismo propósito procedimental ideológico y no se paran en valoraciones éticas o morales:  el fin justicia los medios.  Héroes para el mundo y la historia serían, pues, personas como Rumsfeld y sus homólogos, salvadores de la patria, del sistema político e ideológico que los cobija, para poner las cuentas grandes, tal como lo fue un Ronald Reagan para la grandeza imperial de los EEUU o lo ha sido un George W. Bush-Dick Cheney para las apetencias mercantilista de la plutocracia política a la que pertenecen.

Lo cierto del cuento es que ya subieron las acciones de la mencionada empresa, así como las ventas en un 4% a escala mundial en el sector farmacéutico; nadie mira que haya políticos asesinos en los EEUU, pendientes todos de salvar el pellejo; así como nadie tampoco cae en la cuenta que el sistema económico imperial se desmorona pedazo a pedazo, soñando como están todos con que no caiga el nuevo sueño americano:  sostener a los EEUU.

Enfermar, pues, matar a un gentío, puede ser sucedáneo en sus consecuencias de anteriores momentos de gloria imperiales, puestos a hablar de un mundo loco, fanático y al revés, donde se pone al mundo a sopesar las bondades de lo que se posee con la muestra cruenta de lo que se puede dejar de poseer.  Es un viejo cuento político, con ribetes maquiavélicos, como es simple pensar.

Cuando la política entra en acción en el cuento de las argumentaciones, el mundo y la razón se pueden poner patas arriba.  Es fácil botar la leche por nada, por ideas, por patriotismo o lo que sea, con tal de cerrar el paso a otras propuestas de crisis o progreso, pero como sea otras.  Con tal de oponerse al paso del tiempo, que tiene que renovar la materia humana con sus nuevas historias.  Tal como ocurrió en Venezuela, como dijimos arriba:  empresarios botando la leche nomás para generar escasez y luego que la gente hable mal de la gestión de gobierno del flamante Hugo Chávez, portador de una propuesta distinta para el pueblo venezolano.  Con tal de desestabilizar.  En lenguaje de guerra, se llama técnica de “tierra arrasada”, emblemáticamente puesta en práctica por los rusos ante la penetración alemana, II Guerra Mundial.

Soltar unos virus, pues, es un juego de niños si con ello se logra “trancar” el paso de la Historia.  El hombre se hace sujeto de sí mismo, de sus propias pasiones, desplegándose en sus dimensiones conocidas, si anacrónicas, hacia la costumbre y el dogma, si más crítica y vitales, hacia un presente o futuro revolucionarios.  No puede defender intereses que no le depare su particular visión de la vida, peor si perteneciente a lo que se denomina como de viejo cuño o en decadencia.  Son los típicos lastres de la Historia, reacios al cambio, pergaminos de la razón, sombra de las cavernas, únicamente aprovechables en su fenecimiento físico y cultural, como en este aspecto razonaba el filósofo José Ortega y Gasset cuando fijaba a treinta años el paso de una generación humana.  Que tal tiempo constituía el ciclo de los cambios.

Notas:

* “Expertos alertan sobre guerra biológica y negocio de Donald Rumsfeld con la ‘gripe porcina” [en línea].  En YVKE Mundial.  - 27 abr. 2.009. - [5 pantallas]. - http://www.radiomundial.com.ve/yvke/noticia.php?23578. - [Consulta:  30 abr.  2.009].

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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