Una dictadura es un daño en sí misma, pero continúa agrediendo durante décadas después de abolida, como lo demuestran las de España y Chile. Después de años sigue desarrollándose el mal: PP español y la llamada Concertación, que encadena la vida pública chilena.
Están los traumas que pasan lisos de generación en generación, recordando mal al tío de quien no se puede hablar porque habría que contar que murió torturado, exiliado, lanzado desde un helicóptero. Y el clima general del peor clericalismo, retrógrado, gazmoño; el conservadurismo en la cultura y la educación; el terror, el mejor no, el no te atrevas, el no seas imprudente, pierdes el empleo si te quejas, si vas a esa manifestación, si te inscribes en ese partido, esconde ese libro. Es el clima de traba y tiniebla que paraliza lo mejor de toda sociedad, la conmoción emocional, el hábito de dejarse maltratar de todas las maneras imaginables por una mente fascista fértil en la invención de infamias, como la de los “demócratas” que te dicen no sé dónde te vas a meter cuando caiga Chávez.
Pero las bases militares gringas tienen su cuota infernal de esto mismo. A su alrededor germina la ecología brutal de quienes gozan de impunidad, es decir, de privilegios medievales. Un soldado y un mercenario gringos tienen derecho de pernada sobre cualquier mujer. Proliferan prostíbulos, bares, casinos, tráfico de drogas generalmente protagonizado por la soldadesca misma, amparada en el derecho de los invasores para hacer estrictamente lo que se les pegue la gana con la población civil y aun con los militares derrotados. Es la cultura de la humillación.
Europa es un continente ocupado. Ello ha bloqueado el ascenso de los partidos de izquierda, salvo los socialistas, porque no son de izquierda. Jamás ha prosperado una candidatura comunista o similar y cuando los comunistas han accedido al poder ha sido en pareja mal avenida con los socialistas, siempre en alianza táctica y por tanto endeble y efímera o a cambio de concesiones degradantes. Ese clima amolda para la humillación cotidiana, que nos va enseñando desde la niñez que somos radicalmente inferiores, como pasó a la ultraderecha venezolana que por eso fantasea con ese infierno para Venezuela.
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