Esta semana ha sido de una trascendencia indudable en cuanto a la batalla de las ideas que, día a día, Venezuela viene librando en el campo internacional junto a los pueblos del Sur. Y batalla de las ideas fue, en realidad y en verdad, la que tuvo como escenario la 64ª Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en Nueva York. Quiero destacar, en primer término, que en Nueva York no hubo la menor duda a la hora de condenar al régimen dictatorial hondureño. El mundo en pleno, salvo el sombrío estado de Israel, exige el retorno a su puesto del heroico presidente Zelaya —quien, con decisión y coraje, ha vuelto a su Patria— y el restablecimiento de la democracia en esa hermana nación, gloriosa en su empeño y en su indeclinable resistencia popular.
Ahora bien, la condena verbal ya no basta. Honduras está en una hora aciaga: nos queda a nosotros demostrar con entereza si somos hermanos o no de este bravo pueblo centroamericano. Dilatarnos es darle licencia a la muerte.
A la hora del balance, tres intervenciones me parecieron tan memorables como medulares en esta Asamblea: me refiero a las de Muammar Gaddafi, Luiz Inácio Lula da Silva y Evo Morales.
Gaddafi puso los puntos sobre las íes sobre la necesidad impostergable de refundar a la ONU: suscribo, punto por punto, todas sus consideraciones sobre la organización y funcionamiento del Consejo de Seguridad y, también, sobre el rol protagónico que debe tener la Asamblea General.
Lula hizo énfasis en la refundación del orden económico mundial sobre bases nuevas. Coincidimos plenamente con él en que el mundo no puede seguir rigiéndose por las mismas normas y los mismos valores dictados tras la Segunda Guerra Mundial.
Por la voz de Evo habló nuevamente la sabiduría de los pueblos originarios: lúcida y conmovedora fue su defensa de los derechos de la madre Tierra en relación con la gravísima amenaza del cambio climático. Y, con toda razón, propuso que los países desarrollados deben reconocer la deuda que tienen con el planeta.
Venezuela fue a Naciones Unidas a recordarle al mundo que si aspira a cambiar, como se evidenció en el ánimo que inundó esta Asamblea en distintas voces, debe contar con los pueblos de Nuestra América y el Caribe.
Quiero retomar lo que fue el centro de mi intervención el jueves 24 de septiembre: hay una revolución en Suramérica, en Nuestra América, en el Caribe, y es necesario que el mundo lo vea, lo asuma y lo acepte porque es una realidad irreversible. Además, es una revolución que trasciende lo ideológico: es geográfica, geopolítica; es una revolución de los tiempos, una revolución moral; es una revolución necesaria.
Es grande esta revolución necesaria y va a seguir creciendo a medida que pase el tiempo. Es grande por el tiempo que carga por dentro: es grande por el espacio que abarca.
No quiero concluir estas reflexiones sobre la 64ª Asamblea General de la ONU, sin hacer referencia a la intervención del presidente Obama. Reconociendo ciertos y alarmantes vacíos e inconsistencias en su discurso —ni una sola mención a Honduras por ejemplo— su lenguaje es muy diferente al de Bush. Ahora bien, la diferencia en materia verbal que ha marcado con respecto a su antecesor, debe traducirse en una praxis consecuente. Pero primero tendría que resolver la dualidad que hasta el día de hoy caracteriza su desempeño.
Si Obama está dispuesto a acompañarnos en la creación de un nuevo orden mundial signado por el entendimiento, la sensatez y el respeto, bienvenido sea: si se deja presionar por el Pentágono —ese Estado dentro del Estado— y se resigna a seguir el mismo guión imperialista de siempre, entonces pasará a la historia como aquél que tuvo la oportunidad de dar una sólida contribución a la causa de la humanidad y prefirió echarse a un lado por temor a enfrentar, con el resto de las naciones, el reto de construir un mundo sin hegemonía imperial, esto es, en igualdad de condiciones y en paz.
Los historiadores del siglo XIX se encargaron de falsificarnos al continente africano poblándolo de falsas concepciones que son las que han reiterado los medios de comunicación. Nos vendieron perversas ideas, como que la historia llega a esos pueblos a raíz de la presencia europea; que son, por condiciones raciales, inferiores, violentos, ignorantes; que son holgazanes porque no han sabido aprovechar sus recursos; que no han podido darse estados modernos porque han preferido ser dependientes y atrasados. Esta distorsión de la realidad, hay que decirlo, ha tenido el propósito de perpetuar el discurso y la praxis de la más brutal dominación: ayer por los colonizadores, hoy por el capital transnacional. Desconocen la fuerza y el rico legado cultural africanos porque aún sobrevive, en los fabricantes de mentiras, la ambición y el atropello de nuevas formas de coloniaje.
No puedo dejar de recordar lo dicho por el presidente mártir del Congo, Patricio Lumumba, el 30 de junio de 1960 al proclamarse la Independencia de su Patria: “De esta lucha que fue de lágrimas, de fuego y de sangre, estamos orgullosos en lo más profundo de nuestro ser, ya que fue una lucha noble y justa, una lucha indispensable para terminar con la humillación y la esclavitud que se nos impuso por la fuerza. Este fue nuestro destino durante 80 años de régimen colonialista; nuestras heridas son aún demasiado frescas para poderlas separar de nuestra memoria”.
Parafraseando a Lumumba, queremos agregar: todavía son demasiado frescas las heridas en el año 2009. La memoria de África es una inmensa herida.
Es muy fácil afirmar que el futuro de África depende de los africanos y luego pedirles que se olviden del colonialismo y del imperialismo: la Madre África no puede olvidar, al igual que no puede hacerlo Nuestra América. Nadie puede ser dueño de su destino, si olvida.
Por todo ello, Suramérica hoy se levanta, abre sus brazos y estrecha lazos con los pueblos africanos, porque entiende que, de uno y otro lado del Atlántico, la sangre, la historia y la esperanza son las mismas. Ese ha sido el espíritu que ha reinado en Margarita durante la II Cumbre América del Sur-África: el espíritu que nos alienta a buscar la unión política, social y económica con África toda, teniendo como horizonte el nuevo orden mundial multipolar que estamos forzados a labrar si queremos mañana entonar el himno común de la verdadera justicia y la auténtica fraternidad en el planeta.
África y Suramérica son esenciales en la fundación de un nuevo equilibrio universal, y eso pasa por fundir nuestras voluntades y trazarnos metas comunes y viables. Un nuevo mapa estratégico común y compartido ha nacido a partir de esta Cumbre.
Lo digo con un antiguo proverbio de Senegal: “El que quiere miel tiene el coraje de afrontar las abejas. Queremos la dulce miel para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Coraje es lo que nos sobra: juntos avanzaremos a pesar de las abejas”.
Desde Margarita
¡Venceremos!