El proceso de cambio, la soberanía y la pertinencia de los aliados. Los trabajadores no pueden ser marginados y víctimas

La situación actual de Venezuela es complicada. Tanto que lo que llamaría las vanguardias, incluyendo en ellas a todos aquellos que se definen como revolucionarios y partidarios de un estado de cosas justo y equilibrado, distinto a lo que lo impone el modelo capitalista por su esencia y, en particular en países sujetos a estados de crisis, depresiones, como lo que vivimos en Venezuela, que constituye un universo muy amplio, incluyendo a buena parte de quienes gobiernan, pese sus ejecutorias parecieran desacertadas, resultados de diagnósticos equivocados o presiones insoportables, lo que no excluye la existencia de factores contrarios a la buena fe, dado que el oportunismo es un elemento infaltable en todo proceso, viven enredadas y hasta enfrentadas sin verdadera justificación, sin la existencia de eso que llamaremos contradicciones insalvables.

Es innegable el enorme daño que comportan las numerosas sanciones que el capital externo, concretamente el representado por EEUU y sus aliados, aplican a Venezuela. Negarlas o subestimarlas, a la hora de hacer un acertado diagnóstico del momento, constituye un grave error. Ellas son reales y tienen efectos inmediatos y trascendentes, sobre todo en la vida de la mayoría de los venezolanos. Uno no puede negar que el modelo petrolero, rentista, que ha operado en Venezuela, ha sido afectado por esas sanciones en términos sustantivos. Uno de los fallas del proceso bolivariano, en lo que tienen mucha responsabilidad quienes ahora gobiernan y hasta quienes antes también lo hicieron en los tiempos de Chávez, es haber diferido, por razones puramente electoralistas, tareas inherentes al cambio del rentismo, mientras al mismo tiempo se defendía y protegía con políticas pertinentes la operatividad del modelo prevaleciente. El petróleo era y aún sigue siendo, como los otros minerales de los cuales poseemos en abundancia y se dilapidan en políticas también inadecuadas, como las correspondientes a las minas de oro, sustento invalorable para el cambio de modelo; por uno que nos garantice mayores libertades y oportunidad de generar más empleo, presencia en el mercado externo, independencia alimentaria y, en general, soberanía económica. El rentismo sigue siendo la fuente de capital para alcanzar esas metas.

Pero los venezolanos todos estamos empeñados en una controversia que parte de un diagnóstico desacertado y en consecuencia, el desarrollo de unas políticas que conllevan al distanciamiento, uno mayor que antes entre quienes deberían estar unidos dentro de un proyecto realista, soberano y en favor de las mayorías. No sería desacertado ni de mal gusto decir que, vivimos como en "una hora loca", donde se impone el desorden, las parejas o grupos coincidentes se rompen y cada quien rota demasiado libremente, produciendo choques, enfrentamientos innecesarios y desencuentros; pero también acercamientos y hasta "arrumaques", ente quienes, por razones históricas y de clase deberían estar sustancialmente distanciados.

Vivimos pues como en una borrachera colectiva, donde los sentimientos, odios personales, viejas discrepancias y formulaciones infantiles generadas por el dogmatismo, han vuelto a posesionarse. La gran tarea de Chávez que, según nuestra particular concepción, fue haber unido a un inmenso universo distanciado sin motivos, por percepciones y diagnósticos grupales y hasta personalistas, sin atender a la dialéctica de la vida, parece, para decirlo de modo que no seamos fatalistas, haber naufragado.

Mientras algunos sectores, no hablo de derecha comprometida sin ocultamiento alguno con el capital externo, lo que es muy abundante por razones de la operatividad del modelo, pues hablo también de grupos económicos que han existido y se conforman como para imponer una supuesta nueva "orientación nacionalista; lo que pareciera haber convertido en un lugar común, sino de factores que han estado en la lucha por el cambio y unas nuevas formas de convivencia política y económica, niegan los efectos de esas sanciones, otros que destacan los efectos de ella, se confunden e intentan combatir lo existente con una estrategia donde todo el peso caiga sobre los hombros de los trabajadores. Uno no sabe, hablo de mi caso particular, si se piensa que favoreciendo a los grupos económicos, a corto plazo,para que puedan hacer las tareas pertinentes para que la economía crezca y, en el momento oportuno, convengan por una distribución equilibrada. Es lo que parece desprenderse de la circunstancia que "revolucionarios" se amparen en las teorías monetaristas y esperan por un aumento de la producción que anteceda al de los salarios. Por eso se dan esas conversaciones interminables que posponen lo relativo al establecimiento de un salario equilibrado, mientras los precios de las mercancías crecen desaforadamente y el dólar se impone en el mercado cambiario y deteriora al bolívar, moneda con la cual se paga a los trabajadores.

En este enredo, los distintos grupos, empezando por quienes gobiernan, suponiéndoles uno, actuando de buena fe y, en el interés de mantenerse en pie, para llegar a la meta que ansían, la misma que han definido desde hace 20 años en programas y proclamas, contraen compromisos, establecen relaciones de clases, definen prioridades, preferencias y hasta adversarios que, pudieran dar como resultado cruces inadecuados. Todo eso por malos diagnósticos y aderezándose con sentimientos impropios.

Este estado nos recuerda la controversia entre el PRV (Partido Revolucionario Venezolano) formado básicamente por un grupo de exiliados venezolanos en México, entre quienes destacaba Salvador de La Plaza y la vanguardia de los estudiantes del año 28.

Para estos jóvenes, entre quienes brillaban Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, etc., lo importante era derrocar a Gómez y cuanto antes mejor. Esta actitud los llevaba a conciliar y coincidir con los caudillos desfavorecidos por el dictador.

Contra esta concepción combatió con ardor Salvador de la Plaza y, en el número 05 de la revista "Libertad", sostuvo que: "Los estudiantes, mientras subsiste el régimen feudal (se refería con ese término al status gomecista), son indiscutiblemente una fuerza revolucionaria capaz de poner en movimiento a todas las clases oprimidas. Pero una vez desaparecida la dictadura, la estudiantada toma conciencia de clase, se olvida de sus promesas a los trabajadores". Y, continúa de la Plaza, "....son antiimperialistas mientras la política de los banqueros extranjeros permanece en alianza sosteniendo a la dictadura feudal......".

Tal argumentación tendía a fortalecer su idea primaria de que todo movimiento revolucionario necesariamente tiene que apoyarse en los sectores más progresistas de la sociedad, específicamente en los hombros de la clase obrera y en quienes se encuentran en la misma dirección táctica y estratégica.

Toda política socialista, más en un estado que se proclame como tal, requiere el concurso directivo, el entusiasmo de la clase obrera. La clase debe dirigir para sí misma y administrar en su propio beneficio. Debe tener conciencia de las dificultades. La identificación con el proceso y la conciencia de responsabilidad militante, no inducida por una propaganda alienante, la gana para hacer lo que necesita y lo que las posibilidades le permiten.

Otro caso es cuando un grupo gobierna, decide, programa al margen de la clase y las masas en general y pretende, por un mecanismo publicitario, convencer a la clase de lo contrario. Esta conducta se define como burocrática.

Pero la situación se extrema cuando ese grupo dirigente ni siquiera procede de la clase obrera. Tal es el peligro que Salvador de la Plaza veía en los estudiantes.

Pensar que una cúpula militar, por muy identificada con el partido y sus metas que sea, al tomar el control de la sociedad, pasando por encima de aquel, de las organizaciones de masas y de la propia clase trabajadora, garantizará la profundización del proceso de cambio, no es más que una utopía. Identificar a un régimen como socialista y suponerle bondadoso con el hombre, sólo por una política internacional determinada o la buena fe y el origen militante de sus integrantes, es una falsedad, infantil e imperdonable error.

De los militares polacos, se podría decir casi lo mismo que en "Libertad", dijo Salvador de La Plaza de los estudiantes del año 28. Los grupos militares revolucionarios (aun admitiendo que los polacos lo son), podrían ser unos aliados importantes de la clase obrera en un proceso de cambio, pero jamás puede pensarse que deban convertirse en sustitutos de ésta, sin el riesgo de caer en una revitalización del estalinismo.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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