Marx advirtió la necesidad de alcanzar una cabal comprensión del capitalismo, como paso previo, para fortalecer a las organizaciones de los trabajadores en su lucha y, posteriormente, facilitar la construcción del modo de producción alternativo, socialista, que redima a los pueblos de las cadenas de la explotación. Cumplió la tarea con tanta solvencia y rigor, que todos los esfuerzos de los factores reaccionarios se han estrellado con el sólido y monumental edificio que es su obra cumbre: “El capital. Crítica de la economía política”, cuya publicación marcó un hito definitivo en la historia de las ideas de la época moderna.
Es interesante enfocar la atención en el subtítulo que le dio a su obra más importante, “El capital”, porque tiene un significado fundamental. “El capital” es una “crítica de la economía política”, entendiendo por economía política la materia abordada o desarrollada por los economistas políticos, autores como Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill y otros, a los que Marx consideraba “clásicos”, o Thomas Malthus y otros, a los que calificaba de “vulgares”. A los clásicos los utilizaba como referencia, para hacerlos objeto de su aguda crítica, mientras que a los vulgares los tomaba para la burla, por la pobreza de sus ideas. Pero, ambos, clásicos y vulgares, eran para él economistas políticos o “burgueses”. En muchos lugares de sus escritos, Marx identifica economía política con economía burguesa, usa ambas denominaciones como sinónimos.
Es paradójico que quienes se proclaman marxistas actualmente, al mismo tiempo se digan economistas políticos y que en las universidades de los países antes socialistas, se estudiara el marxismo en las cátedras de “economía política”. Para ser consecuentes con el autor de “El capital. Crítica de la economía política”, su obra debería estudiarse en cátedras de “Crítica de la economía política” o “Crítica de la economía burguesa” y los marxistas deberían reclamar el título de “economistas críticos” o de “críticos de la economía política” y no de economistas políticos, que equivale a decir “economistas burgueses”. Esta es una pequeña muestra de la incomprensión del marxismo, que comenzó con los mismos contemporáneos de Marx y que afecta todavía la apropiada interpretación de los fenómenos económicos, políticos y sociales.
Si ocurrió esta distorsión del pensamiento de Marx en algo tan evidente, más fácil resultaba que se cometieran equivocaciones al interpretar su teoría del valor, que ofrecía una explicación completamente novedosa del origen del valor de las mercancías producidas por el sistema capitalista. Él insiste en destacar lo que llama el “doble carácter de la mercancía”, como “valor de uso” y “valor de cambio”, que se origina, a su vez, en el “doble carácter del trabajo”, como “trabajo concreto” y “trabajo abstracto”. A pesar de los términos, aparentemente complejos, el estudio de “El capital” permite apreciar que el trabajo concreto es el del obrero concreto (mecánico, electricista, carpintero) y da lugar a las características concretas de las mercancías (muebles, piezas de metal, motores) y el trabajo abstracto viene a ser el del obrero “abstracto”, el que vende su fuerza de trabajo por horas e incorpora “tiempo de trabajo” a los productos, de donde se deriva el valor de cambio de estos y, por tanto, su condición de mercancías, de objetos intercambiables.
Las ideas de Marx son de una riqueza inagotable y lograron descifrar las interrogantes que los economistas burgueses no pudieron o no quisieron descifrar, sino que se dedicaron, más bien, a ocultar bajo una espesa capa de ideología. De ahí la importancia de su estudio, para quienes emprendemos la tarea de entender el funcionamiento del capitalismo para combatirlo y promover la construcción de formas nuevas de relaciones sociales de producción, en Suramérica y el mundo.
Como todo verdadero gran hombre, Marx debe ser reconocido no solamente por sus frutos intelectuales, sino también por su excepcional condición humana. Se entregó en cuerpo y alma a la investigación y a la escritura y sacrificó a su tarea la salud y la comodidad, sin que por ello dejara de tener una vida familiar ejemplar y una relación con su mujer y sus hijos digna de admiración. Igualmente fueron fraternales y admirables sus relaciones con los obreros y los luchadores revolucionarios de su época, aunque se mostraba implacable con los adversarios, especialmente en el terreno de las ideas, cuando consideraba que estaban tergiversando el buen rumbo de las organizaciones y confundiendo la orientación de las luchas.
En este sentido, fue un polemista agudo y dotado de una excepcional capacidad para la ironía y el sarcasmo, que refutaba con certera precisión los argumentos y soportaba con singular erudición sus proposiciones, citando autores antiguos y modernos, en una colosal muestra de rigor investigador e insaciable voracidad lectora.
El mundo del trabajo, es decir, los trabajadores de la industria, emblemáticos del escenario capitalista en que vivimos, le deben a él la más completa doctrina de su proceso emancipador, pero, su alcance va más allá, porque la superación del capitalismo es hoy un asunto de vida o muerte para la humanidad en su conjunto.