Las recientes lluvias, que nos han humedecido con agua y lágrimas, son un doloroso recordatorio de la Pachamama, que estamos obligados a escuchar. El cambio climático, que con sus embates nos demuestra que no es una consigna sino una contundente realidad, debe obligarnos a tomar medidas que ya resultan impostergables para enfrentar sus inevitables azotes, consecuencia del maltrato al que por años hemos sometido el medio ambiente y que hemos acelerado en las últimas décadas, consecuencia de la irracional depredación capitalista. Así, Venezuela y el mundo sufren cada vez más frecuentemente las inclemencias de unas condiciones climáticas que entre sequías y lluvias torrenciales o entre temperaturas extremas desconocidas o extemporáneas, no terminan de asentarse y descifrarse, con el tráfico saldo que arrastran consigo.
Pero los gritos de la Madre Naturaleza no son escuchados por los principales responsables del deterioro ambiental. Año a año se renuevan las Conferencias sobre el Cambio Climático como la realizada esta semana en Cancún, México, donde se repiten incontables saludos a la bandera por parte de los países industrializados, a la vez que muestran con un orgullo vergonzoso sus “avances” ambientalistas, insignificantes ante la magnitud del problema. En estas Conferencias o Cumbres, son cada vez más las voces que exigen medidas contundentes para salvar el planeta, así como los reclamos por rectificar el modelo depredador capitalista. Voces como las del Presidente Chávez, van más allá. Su pedido el pasado abril en Cochabamba, “no cambiemos el clima, cambiemos el sistema”, se desdibuja como opinión y se plantea como obligación.
Mientras se continúa la tarea de muy largo aliento por transformar el mundo en un espacio más humanista y solidario, en el país estamos obligados a tomar acciones contundentes e impostergables que garanticen el resguardo de la vida. Las recientes lluvias, a pesar de afectar de manera localizada a la región norte costera, perjudicaron directamente a más de la mitad de la población nacional. Desconcentrar la población del país ya no es una opción sino una obligación vital. Reasumir los ejes de desarrollo y acelerar los proyectos de infraestructura que permitan la desconcentración en mejores condiciones, deben ser pilares de acción para el Estado en el corto plazo. Es eso o erramos, parafraseando a nuestro Robinson.
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