“La lección de Venezuela es extraordinaria. Muestra que los pueblos de América Latina asimilan la vida democrática y constitucional mucho mejor que sus dirigencias. Ilustra acerca del destino de las aventuras extralegales y la torcida utilización de las fuerzas armadas. Denuncia que el poder mediático de las derechas económicas sirve para soliviantar a los ricos pero no es suficiente para sostener gobiernos espurios. Advierte a los autoritarios y fascistas que ya no pueden imponerse como lo hacían antes, a puro engaño y mentiras. Y le avisa, a los gobernantes de extracción popular legitimados por el voto, que los pueblos quieren que los cambios prometidos se concreten en la realidad y sin medias tintas.
Y sobre todo, informa que los tiempos de la Historia se están acelerando dramáticamente.”
Esta cita no es propia, pertenece a Mempo Giardinelli, Premio Internacional Rómulo Gallegos 1993, y es parte de un artículo que el novelista argentino publicó el 18 de abril de 2002, denominado “La Lección de Venezuela”.
Vale la pena en este momento leer la siguiente cita, también de un argentino:
“Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina. Lucha en masas y de ideas, epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraban rebaño impotente y sumiso y ya se empieza a asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos en los que advierte ya sus sepultureros el capital monopolista yanqui.”.
Ernesto Ché Guevara, pudiéramos decir fue un profeta. Ya el guerrillero latinoamericano en el discurso que pronunció el 11 de noviembre de 1964, ante la Conferencia de Naciones Unidas, asomaba al mundo, pero especialmente al imperio norteamericano, la realidad que casi 40 años después viviríamos en Latinoamérica. Incluso, podía oler la “preocupación” reiterada de Washington frente a las políticas sociales del gobierno bolivariano.
Todos debemos estar preocupados; unos por realizar mejor nuestro trabajo y otros, los del lado contrario, porque si hacemos bien el trabajo, no habrá posibilidad alguna que retornen al poder. Está claro que sí hay razones para la preocupación.
Los gobernantes como bien lo dice Mempo Giardinelli, deben trabajar rápidamente en el proceso de transformación. Es decir deben acelerar la revolución o de lo contrario, las masas hartas de indolencia, se volverán en su contra.
En 1810 la preocupación y lucha del pueblo se expresó el 19 de abril, en la declaración de Independencia de Venezuela del imperio español. Con lo que se dio fin a la colonia, pero la traición de las oligarquías nacionales sometió progresivamente a nuestras repúblicas a la dominación del nuevo imperio. La emergencia de los Estados Unidos y el supuesto destino manifiesto que le confería la providencia de hacerse responsable de las republicas recién emancipadas, conllevó al establecimiento de un nuevo sistema de dominación y ultraje. El panamericanismo, tesis esgrimida desde el norte era contraria a la de Simón Bolívar, otro profeta, que buscaba la integración de las nuevas republicas en un solo bloque, para hacer frente a los intereses del nuevo imperio. La idea de integración de las nuevas republicas era contraria a la doctrina Monroe que se sustentaba en el principio de “América para los americanos”. El libertador previendo el interés hegemónico de la nación del norte se negó
al establecimiento de una confederación de países aliados con los Estados Unidos, ya que estos impondrían sus prerrogativas en función de sus intereses. Pero Estados Unidos logró imponerse, a través de tratados, por medio de sus asociaciones económicas, creando organismos multilaterales, etc, que solo han servido a su imperio.
Coherencia imperial
Nos vemos obligados a reconocer lo siguiente: mientras Estados Unidos ha sido consecuente en sus políticas: imponer el neocolonialismo, luego el capitalismo, el neoliberalismo y la globalización como forma de dominación ideológica. La complacencia de las oligarquías locales o regionales ante las prerrogativas del imperio, han impedido la reunificación de nuestras naciones. Demos un vistazo rápido a todo el proceso de fractura entre nuestros pueblos. Estados Unidos ha hecho todo por dividirnos y hasta hace poco había tenido muy buenos resultados. Por ello la aparición de un gobierno de participación popular, que defiende el derecho del pueblo a gobernar, es calificado de un peligro para la región.
No habrá problemas con Estados Unidos, ni con cualquier imperio, si quienes gobiernan son títeres o borregos de ese imperio.
Otra fecha que debemos rescatar es el 27 de febrero de 1989. Ese día y los días siguientes, 1, 2 y 3 de marzo, el pueblo, ese mismo que 179 años antes se independizó de la colonia española, tomó las calles. Protestó enérgicamente otra de las hipotecas que los gobernantes de turno firmarían con los organismos del imperio y se apropió de lo que le pertenecía. Cogió de las vitrinas los productos que el imperio le ofrecía a través de los medios, sus aliados, pero que le era imposible comprar, pues al mismo tiempo ese imperio, con sus leyes, acuerdos y paquetes, lo tenía condenado a la miseria, desarrollándose un perverso sistema económico. Hay que recordar como los medios criminalizaron el hambre y las luchas de la gente esos días de 1989. Cuando se tildó de “hordas” a quienes protestaron las medidas económicas anunciadas por el recién coronado presidente Pérez. Ese hecho no sólo nos conmocionó a nosotros quienes estamos aquí hoy. Sensibilizó a un grupo de militares que tres años después, en 1992, se levantó contra el sistema. Entonces hablamos del 4 de febrero. Fecha que ahora conmemoramos como el “Día de la dignidad”. El 27 de noviembre de ese año fue la continuación de esas acciones comandadas por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, entre otros hombres que le acompañaron. Fue la inspiración del “por ahora” lo que devolvió la esperanza a esas masas que conocían muy bien el sabor dulce de las luchas, pero que en muchas ocasiones lo amargaron con la depresión y el desconsuelo.
Después Chávez llegó al poder apoyado por ese mismo pueblo ultrajado, asesinado y criminalizado durante años por los medios de difusión masiva y por los gobernantes que cada cinco años lo usaba para llegar al poder.
Vino entonces: el 6 de diciembre de 1998 y 7 procesos más de legitimación de poderes. Entre ellos el referéndum para aprobar la nueva Constitución que le devolvió al pueblo sus derechos. Que reconoció a las poblaciones indígenas; que defiende la igualdad; la libertad; donde se rescata el valor de la solidaridad; que condena la discriminación, pero sobre todo que nos hace soberanos.
He aquí el problema. La soberanía.
En ejercicio del gobierno, el presidente Chávez, cumple con lo que dicta la Constitución. A finales del año 2001, decretó “La ley habilitante”, el detonante que terminó con un golpe en contra del pueblo y del gobierno bolivariano.
Pero no fue “La Habilitante” en su conjunto el detonante. Fue la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, el combustible para encender el fuego. Porque el dominio sobre la tierra es igual a soberanía. Y ¿quiénes trabajan la tierra?, los campesinos. ¿Quiénes reclaman la tierra?, los indígenas. ¿Quiénes son explotados por la apropiación indebida de los recursos de la tierra?, los obreros. ¿Quiénes padecen por la injusta distribución de la tierra?, los hambrientos. Las masas que ahora están escribiendo y protagonizando esta epopeya que anunciaba el Ché, quien una vez más debemos reiterar nos dijo:
“Nos consideraban rebaño impotente y sumiso y ya se empieza a asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos en los que advierte ya sus sepultureros el capital monopolista yanqui”.
El pueblo, aletargado y no beligerante, como parte de una estrategia impuesta por los partidos que desde el año 1958 asumen el poder, rescata de su memoria el abandono, la ignominia, la ignorancia y la exclusión que lo mantuvieron durante décadas alejado de la participación popular del poder político.
“La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva. Lo salvará su conciencia, y en eso me apuesto el alma”. Alí Primera.
Y la lucha por la soberanía, esa que reclamó el pueblo el 12 y 13 de abril de 2002, luego que las oligarquías secuestraron al presidente del pueblo, después de engañar y asesinar, pasa por combatir el capitalismo y construir un nuevo sistema donde lo social esté por encima del capital. Es decir, donde el hombre y sus necesidades sean lo importante y no el dinero.
La lucha por conquistar la soberanía definitivamente no acabó el 13 ó el 14 de abril cuando Chávez regresó a Miraflores. Esta lucha sigue…hasta que el imperio caiga.