En enero del año 2000, Lucio Gutiérrez era un desconocido coronel del ejército que, en unión de un grupo de oficiales jóvenes, apoyó la revuelta indígena y campesina que derrocó al entonces presidente de Ecuador, Jamil Mahuad. Aprovechando los acontecimientos que suceden actualmente en ese país-con huida del ex coronel incluida-ya han surgido voces interesadas que, con evidente mala intención, tratan de crear, sin lograrlo, un falso paralelismo entre Lucio Gutiérrez y Hugo Chávez. Pierden el tiempo. Esa comparación es imposible porque la verdad tiene un solo camino. Mientras que a Chávez sus reflexiones le han llevado a unirse para siempre con la causa de los pobres y los desposeídos, a Lucio se le despertaron todos los demonios del poder desde el momento en que fue elegido presidente de la Junta Nacional de Salvación, creada en aquellos momentos
Sólo la prensa occidental, portavoz de las excelencias de la ”democracia” burguesa (que siempre representa a los mismos), puede denominar golpe de Estado al ejercicio de la democracia popular que se puso en marcha para expulsar de su cargo al corrupto Mahuad, al igual que ha sucedido ahora con Gutiérrez. En aquella ocasión, Lucio Gutiérrez fue dado de baja en la carrera castrense cuando la oligarquía restableció la situación, pero el ex militar, hábil en el arte del engaño y consciente de la buena imagen que proyectaba en su pueblo, creó un partido político con el que ganó, poco después, la presidencia, gracias al apoyo del movimiento indígena.
Cuando asumió el mando en enero de 2003, prometió acabar con la corrupción y reformar la Corte Suprema de Justicia, un auténtico nido de bandidos y ladrones, pero ahora se sabe que su única intención era impedir el robo a los demás para quedarse él con todo. Afortunadamente para Ecuador. la democracia real, como la que acostumbra a ejercer el pueblo en la calle, no ha podido ser arrojada al baúl de los recuerdos, lo que ha propiciado que Lucio sea el tercer presidente expulsado del cargo en pocos años.
La destitución de Gutiérrez no se produce sólo porque reformara la Corte Suprema de Justicia para amnistiar a legisladores corruptos y ex presidentes, dando así un giro de 180 grados a su promesa. Durante su mandato, Estados Unidos consiguió reforzar cinco oficinas de seguridad en el país (algunas ya existentes) enlazadas directamente con el Comando Sur, con sede en Miami, entre las que destacan, por sus actividades, la del Grupo Consultivo de Ayuda Militar y la de Control de Drogas. Aproximadamente quinientos militares yanquis ensucian con sus botas el suelo ecuatoriano dedicándose fundamentalmente a campañas “médicas” y de seguridad; es decir, al espionaje y a la organización de paramilitares mercenarios. A todo ello hay que sumar el reforzado control de la base de Manta que está en manos del Comando Sur norteamericano.
El 11 de abril, Lucio Gutiérrez tuvo un encuentro con su superior jerárquico, el jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército estadounidense, general Richard Myers. Este hombre del Pentágono es el mismo que hace unos días acusó veladamente a Venezuela de no cooperar en la lucha contra el terrorismo que -según él- impera en la región, lo que podría desencadenar una intervención directa de Estados Unidos. Quizá Myers felicitara a Lucio por el entusiasmo y apoyo que siempre ha prestado para que los soldados norteamericanos que hollan el suelo ecuatoriano no pierdan nunca esa impunidad que les permite asesinar, violar y torturar, pues ningún Tribunal Internacional los juzgará por los delitos de crímenes de guerra o contra la Humanidad. Poco después de ese encuentro, el 15 de abril, Lucio decretaba el estado de sitio, no sabemos si asesorado por la embajadora de Estados Unidos en Quito, señora Kristie Kenney, o también, señora “KK” como se le conoce por aquellos lugares.
Ahora ha ocupado el sillón un nuevo vendepatrias que cuenta con el apoyo de Estados Unidos para lograr el objetivo de apagar el fuego encendido por las protestas populares. Pero la mentira prolongada no puede vivir lo suficiente como para perpetuarse; y si bien llega muy lejos, tiene pocas posibilidades de regresar y repetirse indefinidamente en el tiempo, sobre todo cuando los pueblos no quieren ser gobernados por un grupo de genuflexos, lacayos y siervos del Imperio. En este sentido, las organizaciones campesinas y el pueblo ecuatoriano en general, tienen la suficiente experiencia acumulada para exigir, como están haciendo, que se vayan todos. Lo que sucede en Ecuador va más allá de lo que muchos creen. El pueblo no sólo está denunciando la condición corrupta de la clase política. También denuncia el carácter fascista de ese neoliberalismo impuesto desde fuera que empobrece al país, y exige el fin del protectorado yanqui, así como el cierre de sus oficinas y bases militares. La apuesta que el gobierno de Estados Unidos hiciera en su día por el presidente derrocado, no le ha salido bien. Se lució Lucio Gutiérrez. Pero, afortunadamente, para mal del Imperio.