Hay vocablos que en boca de ciertos individuo debieron producir cierto escozor, es el caso de la palabra hereje en la lengua de un inquisidor, o la palabra negro en los labios de un miembro del ku klux klan o en tiempos más recientes, el término comunista en el hocico de un digepol o sotopol o manzopol (¡Ah memoria indiscreta! en oportunidades me trae recuerdos aciagos). Tal comentario lo refiero porque al escuchar al majunche el término “progreso”, vienen a mi mente, sin poder controlarlo, evocaciones “non santas”. El progreso en boca de un capitalista es más peligroso que un borracho con un revólver con el dedo en el gatillo. Para esto vamos recordar parte de los fastos de la historia del mundo.
Cuando los Reyes Católicos decidieron que debían buscar el progreso para el reino, le dieron miles de maravedíes al desventurado Cristóbal para que buscara una nueva ruta hacia las indias orientales, dado que los portugueses e ingleses tenían el monopolio de las rutas marítimas. Resultado de este afán de progreso, la colonización y conquista de América y como corolario, más de cincuenta millones de aborígenes aniquilados y numerosas culturas erradicadas. Todo en nombre del progreso y de la Santísima Trinidad.
Los latifundistas europeos y los colonizadores españoles, ingleses, franceses, holandeses, portugueses, alemanes…necesitaban que sus plantaciones progresaran. Según esos protervos, los indígenas sometidos bajo la ley del látigo, no rendían en el brutal trabajo, tanto en los cañaverales como en las plantaciones de algodón. Lo mismo ocurría con los dueños de las minas para sacar de las entrañas de la tierra la materia prima. Para subsanar estos “detalles” y para alcanzar el progreso deseado, exportaron de África, en complicidad con sociedades secretas de gente de color armada por los ingleses, a más de cien millones de negros en calidad de esclavos. Surge así la inclemente esclavitud que contribuyó al negocio de construcción de buques negreros, los viajes en las galeras, dirigidos por crueles capitanes quienes hicieron de la venta de la carne humana su manera de vivir, igualmente, el fructífero negocio de la esclavitud financiado por bancos europeos. Así se enriquecieron los señores de la plantaciones de algodón, caña entre otros, y los dueños de la minas de Perú, Bolivia y México. Tenían mano de obra gratis para extraer oro y plata de las entrañas de la tierra. Así progresaron las economías europeas, españolas, portuguesas, holandesas, francesa, alemanas… a consta del trabajo esclavo. Tal negocio rentable duró trescientos años. Secuela del progreso de la economía europea, murieron millones de africanos y lo peor, el desequilibrio la pirámide poblacional de África, donde sólo quedaron niños, ancianos y ancianas. En aquel tiempo fue en las vísceras, los músculos de aquellos africanos(as) de color y en las pulsaciones de sus corazones donde radicaba parte del avance de la economía mundial. Como se ve, el progreso de tales capitalistas nunca fue humano. Estimado lector, siempre cuando observes con complacencia hermosas mansiones, carros, jets, yates lujosos y un dispendio inmoderado de dinero, ten la seguridad que detrás de ese fastuoso decorado millones de personas están sufriendo o han fallecido consecuencia de tales iniquidades.
La pérfida Albión, es decir, el Reino Unido, no se conformó con la esclavitud y el control de las rutas comerciales del Oriente, debía buscar más progreso y para esto impuso el monopolio del opio y del té, utilizando la Compañía de Indias Orientales, propiedad de los nobles monárquicos. Como corolario de tan vil comercio (el del opio) millones de chinos enviciados en su consumo y un infausta guerra entre China la Gran Bretaña. Es decir más muertos, sólo por la voracidad y las apetencias de un grupo aristócratas.
Con la llegada de la industrialización, los nobles hidalgos de la pérfida Albión descubrieron que era necesario masificar la producción y para eso era más barato pagar sueldos de hambre que mantener un esclavo. A partir de allí la humanidad se convirtió en una máquina misma y de nuevo resurge el apetito por más dinero, la codicia y la ambición capitalista. Se inicia el periodo de las máquinas vinculada al destino de los habitantes del planeta y una amenaza para la naturaleza. De esta forma se convierten los seres humanos en obreros con jornales de hambre, resignados a la servidumbre cruel del trabajo. Millones de asalariados debían cumplir hasta dieciséis horas de trabajo para que los grandes capitalistas progresaran. Era evidente el desprecio del pobre, el asco hacia el obrero, la delicia de atormentar al débil, con el único interés de logar un buen rendimiento para que el dueño de la fábrica progresara. Es por eso que los capitalistas adoran la propiedad privada, sin embargo es capaz a de expropiar hasta el tuétano de los trabajadores en aras del progreso.
Pareciera que para el capitalista el dinero es una energía social y por eso hay que buscar esta fuente de donde sea; la más inmediata y sobrante es la mano de obra barata. A finales de la primera y segunda guerra mundial millones de europeos emigraron hacia los EEUU buscando una vida mejor. A las costas de esta tierra prometida llegaron millones de irlandeses, polacos, italianos, portugueses, chinos, japoneses, serbios, yugoslavos, entre tantas fuentes de energía que alimentarían las nacientes fábricas estadounidenses. Aquí vemos una nueva forma de progresar del capitalismo. Aquellos hombres y mujeres que llegaron con la ilusión de encontrar una nueva vida, al poco tiempo se vieron explotados de la manera más cruenta e ignominiosa. Factorías donde se trabajaba hasta dieciocho horas diarias, donde los empleos pasaban de padre a hijo y mientras el padre entrenaba a su progenitor, el joven no percibía ni un salario. Aquellos almacenes de almas carecían de todo desde el punto de vista de un ambiente de trabajo, hasta lo mínimo, desde el punto de vista sanitario. Así progresó el mundo capitalista.
Pareciera que los oligarcas usureros, en su afán de progreso son igualmente perversos en sus planes, su única debilidad es el dinero; la honradez y la sensibilidad no pertenecen a su jerga. Para ellos todo se puede negociar, hasta existen empresas que compran sangre en los países del tercer mundo para venderlas en clínicas europeas y estadunidenses. Hay una cruzada hipócrita contra las drogas, dada las muertes que causan, pero las fábricas de armas, responsables de millones de muertos en el planeta, es el palmario ejemplo del progreso capitalista.
El progreso capitalista es el responsable de la contaminación ambiental, destrucción de bosques, calentamiento global, explotación depredadora y desmesurada de la Pacha Mama. Agreguémosle, muertes por armas de fuego: bombas, misiles, bombas nucleares, ametralladores, bombas de racimos, granadas, fusiles, armas biológicas y químicas de destrucción masiva, aviones y helicópteros artillados, aviones inteligentes con misiles, portaviones, submarinos nucleares…entre tanta barbarie, para invadir a otros pueblos y todo, en el nombre del progreso.
Por lo anterior, cuando escucho en boca del majunche la palabra progreso, me produce tembladera del párpado derecho. Pienso en la privatización de PDVSA, de la CANTV, MERCAL y PEDVAL, el Cardiológico Infantil, de los CDI, en la eliminación de las Misiones, entre éstas Barrio Adentro, porque los pobres sólo sirven para explotarlos y no para beneficiarlos con el dinero de la renta petrolera. Así mismo, eliminación de la Ley del Trabajo y de todas aquellas leyes habilitantes que favorecen a los excluidos. Además, la imposición del libre mercado, vinculado con la política de corte neoliberal. Todo en afán del progreso de los chulos de la oligarquía que acompañan al majunche.
Por suerte, la revolución venezolana cuenta con mi comandante Hugo, quien cada día nos señala la importancia de que millones de obreros se unifiquen se arropen bajo la bandera del socialismo, con la convicción de lo imperioso de socializar la tierra y los instrumentos de trabajo. Una forma de suprimir el rigor capitalista, una manera de culminar el proceso de emancipación que nos legó Simón Bolívar hace doscientos años. El poder en manos de los majunches no pasa de ser un deseo mientras mi comandante Hugo sea candidato a la presidencia. Es un axioma: los oligarcas más nunca volverán.