El proyecto de un connotado ciudadano I
Lo conocí muy pequeño, desde que comenzó en la escuela primaria hasta la culminación de toda su carrera, por eso puedo considerarme como su amigo y biógrafo oficial.
Hijo de un notable político, quien peleó contra la dictadura, torturado y preso en una isla lejana de la capital, donde fue sometido a agotadores trabajos forzados. A la caída de la tiranía, el padre de mi amigo, comenzó a ocupar cargos políticos dentro de su partido como sindicalista en diferentes centrales obreras. Fue diputado y en la actualidad es un honorable senador de la república. De sus tres hijos, vio en uno de ellos la continuación de su prolija obra política y por eso se esmeró en la educación de su segundo vástago, Andrés Luciano Vaamonde De la Hoz, hijo y heredero del pensamiento político de su padre.
Andrés Luciano, estudió en las mejores instituciones educativas de la capital. La primaria la cursó en un distinguido colegio religioso; esto le permitió vincularse con aquella burguesía criolla que ha dominado al país desde la época de la colonia, la cual siempre estuvo bien relacionada, tanto en dictadura como en democracia. Esto le permitió a Andrés Luciano adquirir los modales y los gestos refinados, necesarios para alternar con los párvulos y más tarde con los infantes y adolescentes de las más ilustres sociedad capitalina.
Su primaria fue lo suficiente buena. No podía ser de otra manera, aparte de sus maestros del colegio, contaba en su casa con tres tutores particulares quienes lo ayudaban en sus tareas escolares diarias y le explicaban lo que para Andrés era difícil de comprender.
Los padres de Andrés Luciano, se mostraban orgullosos del desarrollo precoz y de la inteligencia de su heredero. Su hijo, se la pasaba volcado en la biblioteca en los trabajos de alto valor académico, siempre estaba escribiendo algo.
Fue en la secundaria, al final del último año cuando Andrés Luciano, ya adolescente, cuando dio muestra de gran precocidad en asuntos políticos y sociales – herencia de su padre –. En una asignatura de las Ciencias Sociales, Andrés fue sorprendido por una pregunta de su profesor, mientras se encontraba enfrascado en la solución de un difícil problema, el cual le ocupaba gran parte de su tiempo. Desconcertado por la interrupción y desconociendo la pregunta que le formulara el profesor, se arriesgó a decir:
– Bueno, creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo, no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren sacarlos del proceso del subdesarrollo en que se encuentran –. El profesor ante tal respuesta se mostró sorprendido por las frases que acababa de escuchar; su estupor no había culminado, mientras continuó atento a las palabras de su alumno: – es necesario que exista un acuerdo político entre las diferentes potencias económicas, con el fin de plantearse la elaboración y culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos del subdesarrollo en que se encuentran –. Andrés Luciano, sólo había repetido parte de un discurso que su padre había pronunciado en el inicio de unas jornadas sindicales y que por algún mecanismo maravilloso del cerebro se les quedaron grabadas, arengó con tal seguridad y convicción, que dejó a sus compañeros anonadados. Fue tal la impresión, que al profesor se le olvidó la pregunta que le había formulado. Tengo la convicción que en su interior el docente pensó: he descubierto un genio político.
Me contaron, que el profesor, conocedor de los coeficientes de inteligencia, se dirigió a la oficina del director del colegio y le comunicó:
–Es necesario conversar con el padre de Andrés, considero que podemos sacar de ese muchacho un líder natural, de ese muchacho puede estar orgulloso nuestra comunidad.
Después de informarle a la máxima autoridad escolar parte del discurso de Andrés, el profesor culminó su exposición: – Andrés me hizo saber que conocía de un proyecto que permitirá sacar del subdesarrollo a los países del tercer mundo.
El director telefoneó de inmediato al padre de Andrés Luciano para que hiciera acto de presencia en la dirección del colegio con la finalidad de informarle algo de suma importancia.
Cuando llegó el padre de Andrés Luciano a la oficina el director, después de contarle la opinión que tenía de su hijo un profesor veterano, le notificó al notable político:
–Es necesario que entre usted y nosotros nos ocupemos de Andrés con mucha atención. Debemos desarrollar en su hijo ciertas destrezas y capacidades que lo podrían conducir hacia un liderazgo internacional.
El padre recibió la buena nueva del director y agarrándose con ambas manos la correa del pantalón exclamó con orgullo: – Igualito a su papá.
El progenitor de Andrés Luciano, una vez conocida la opinión del director sobre la brillantez de su heredero, al llegar a su hogar, con expresión de satisfacción, le comunicó a su esposa:
–Mira Frida, creo que vamos a sacar un gran político de Andrés Luciano. Me hicieron saber, por boca del director del colegio, que nuestro hijo es un líder natural, por eso debemos volcar nuestra atención y esfuerzo en la educación de nuestro vástago.
Doña Frida, asidua concurrente a los té canastas y presidenta honoraria de todas las fundaciones para la atención de los niños huérfanos y desamparados, levantó la mirada hacia la lámpara de lagrimas de cristal de Bohemia, se acomodó las solapas del elegante taller de lino que acababa de comprar en París y susurró, sin que el esposo la pudiera escuchar: –Igualito a su mamá.
La posición política del senador Vaamonde era indiscutible. En época de gobierno, era el honorable senador del gobierno y cuando estaba en la oposición, lo llamaban el honorable senador del partido de oposición. Esto permitió introducir a su Andrés Luciano dentro de las intimidades y chismes políticos del país. De igual manera, doña Frida, llevaba al hijo a todas las fiestas benéficas y recepciones diplomáticas a las que ella concurría. Siempre se le veía acompañada del futuro genio político. Por esta razón, Andrés Luciano aparecía en las páginas políticas, en las crónicas sociales de todas las revistas y diarios capitalinos y de la provincia. Para esa época Andrés Luciano ya hacía una carrera universitaria.
Cierto día, que estaban junto el senador y su hijo, y para demostrar – ante los concurrentes a una reunión – la precocidad de Andrés Luciano. Su padre le pidió que, por favor, hiciera un comentario sobre el proyecto en el cual se encontraba trabajando, el cual le robaba parte de su precioso tiempo desde hacía varios años. En ese momento Andrés Luciano, quien se encontraba en un rincón apartado, guardó el lápiz y el cuaderno que tenía sobre las piernas, colocándolo dentro del maletín que siempre llevaba con él, y entonces tomó la palabra:
–Creo que el desarrollo sociopolítico de los países del tercer mundo no ha dado muestra de presentar nuevas alternativas que logren sacarlos del proceso de subdesarrollo en que se encuentran –. Los dirigentes veteranos comprendieron que estaban en presencia de un nuevo fenómeno político. Había que cultivar a ese muchacho para enfrentarlo en el futuro al mejor líder del otro partido, por lo menos durante tres períodos electorales; solamente él les podía asegurar el triunfo en las urnas. La sonrisa del padre era una muestra de orgullo y satisfacción; sólo atinó a levantarse las elásticas que le sostenían unos calzones de tela importada. Yo, que estaba a su lado lo escuché susurrar: – tenía que ser mi hijo –. Los asistentes hicieron silencio, había que continuar escuchando al nuevo genio, la nueva voz, el único que podría orientar, en un futuro, al partido. Las frases del ungido no tardaron en salir de la boca de quien iba a refundar al país. – Es necesario que exista un acuerdo político entre las diferentes potencias económicas con la finalidad de plantearse la elaboración y culminación de un proyecto, el cual sacará a los países africanos y sudamericanos del subdesarrollo.
El padre de Luciano, el senador Vaamonde, como buen orador, capaz de pronunciar un discurso de hasta cinco horas en el congreso, no se acordaba que las frases anteriores fueron parte de una perorata que había pronunciado años atrás. El congresista, lleno de orgullo y satisfacción, notó que la intervención de su hijo había dado pie a una discusión entre los asistentes a la reunión. Algunos notaron, entre ellos yo, que Andrés Luciano se había retirado del debate, en busca de tranquilidad que le daba la soledad. Sacó de su maletín su cuaderno de notas y nuevamente se puso a pensar y a escribir. En ese momento, todos los asistentes a la reunión le observaron y como si fuera un solo pensamiento que vagaba entre los efluvios del alcohol y el humo del tabaco que inundaba la sala, pensaban en su interior: – Ha nacido un genio –. Como una muestra de respeto a su condición prefirieron no interrumpirlo. No faltó entre los asistentes uno de esos intelectuales que merodean estos eventos, de alta significación para la vida política de la nación, que pronunciara ciertas palabras de halago: – Tal como dijo el gran poeta mejicano Jorge Cuesta “Su fecundidad está en su silencio”.
Mientras todos los amigos del senador se despedían, Andrés Luciano permaneció apartado del grupo, con su bolígrafo y cuaderno de notas. Algunos, destacado en eso de las lisonjas, le reiteraban al ocupante de la curul: – Senador no descuide a ese muchacho, en él tenemos un futuro líder tercermundista. Por algo por sus venas circula sangre de los Vaamonde –. El congresista correspondía a tales encomios agarrándose las elásticas con los pulgares y observaba a su hijo con orgullosa sonrisa.
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