En los últimos días de la campaña presidencial, a pocos días de la votación, aparece el tema de la “reconciliación entre los venezolanos” con el cual los candidatos tratan de disipar el temor a represalias entre sus adversarios perdedores.
Para el rico Capriles Radonsky la reconciliación no es un problema porque no cree en ella: la única misión que le interesa es la sumisión. Capriles y su partido creen que justicia es “Dar a cada quien lo que le corresponde”, que en latín se escribe "Suum cuique" y en alemán “Jedem das Seine” y era la inscripción que figuraba en los dinteles de entrada al campo de concentración de Buchenwald. El objetivo histórico cultural de la oposición venezolana es poner al pueblo en su sitio. Eso explica que produzca tantas amenazas y mensajes de odio antes de cada elección (o golpe de Estado). De Chávez sabemos lo que hizo y no hizo contra la derecha; de Capriles no sabremos lo que hará, dejará hacer o no podrá impedir que hagan contra la izquierda.
Para Chávez sería fácil tranquilizar a la derecha, por cuanto sus sucesivos gobiernos han respetado los derechos humanos. Pero para los burgueses, y “la gente decente” que los sigue, la Revolución Bolivariana es una ofensa permanente a sus intereses y creencias, una aberración. Los ricos han sido ofendidos por los pobres, y los ricos no perdonan.
La retórica opositora acusa a Chávez de propagar un mensaje de odio cuando denuncia las injusticias del sistema o desenmascara duramente al adversario, pero ni él ni sus seguidores han abusado del inmenso arsenal político-militar a su disposición, salvo como fuerza disuasiva. Aparte del ímpetu verbal revolucionario, los ataques contra las instituciones burguesas se han mantenido dentro del terreno legal.
Pero la reconciliación sigue en el tapete y, por lo que vemos, las cartas seguirán del lado oficial. Parece evidente, pues, que la única jugada posible es una revolución cultural, que no sería otra cosa sino lograr que los opositores ordenaran un cese al fuego en su guerra irracional contra los hechos. Para la reconciliación no es necesario que todos crean en el Socialismo del Siglo 21, pero es imprescindible romper el edificio ilógico del pensamiento antichavista cuya sombra se extiende hasta terrenos insospechados, y lograr que los opositores renuncien a su heroica adopción de la incoherencia y la mentira.
Pero una revolución cultural será imposible mientras la vida cotidiana de los venezolanos respire la atmósfera del espectáculo mediático. La Revolución Cubana ha resistido medio siglo de bloqueo y agresiones del Imperio pero no hubiera sobrevivido a Venevisión o RCTV…y no menciono a Globovisión porque la costumbre de mentir es más fácil de combatir que la mentira de la costumbre: los Medios Públicos ya compiten ventajosamente en audiencia con una Globovisión desprestigiada hasta en la oposición.
Somos en gran parte responsables si 14 años después aún no tenemos una oposición útil a Venezuela sino una torpe ultraderecha dispuesta a desgraciarnos y a desgraciarse a sí misma con una masacre que daría inicio a una guerra civil y a la destrucción de toda Patria y patrimonio. En Venezuela no hay cuatro millones de oligarcas pero hay cuatro televisoras que logran hacer creer que la vida es el cadáver maquillado de la publicidad y el mundo es la versión burguesa del mundo como telenovela.
Esta descomposición espectacular no se combate con petrificación ideológica, con consignas, sino con nuevas pasiones y libertades. La reconciliación no vendrá de un acuerdo estático entre viejos sino de la seducción de los jóvenes por y con el arte y la pasión. Nuestro mayor enemigo conocido es la burocracia, nuestro mayor enemigo oculto es el moralismo, el conformismo moral. Ahora nos toca hacer lo más difícil: a esta revolución que tanto ha construido le ha llegado la hora de la creación.rothegalo@hotmail.com