Y su único delito ha sido, combatir con canciones las falacias capitalistas, los eufemismos plutocráticos. El único delito de Julián Conrado -lo sigue cometiendo cada día desde su mazmorra acondicionada-, es cantar con profundo amor a la Patria Grande. Julián les canta a sus torturadores cuando le canta a las ganas que tenemos todos los civiles, y algunos militares, de una sociedad libre de ataduras económicas con potencia alguna. Julián le canta a la misma esperanza de Alí, de una soberanía petrolera para convertir el petróleo en bienestar colectivo y no en lucro imperial. Julián nos canta cuando le canta a la vida cotidiana del pueblo luchador, ese que trabaja la tierra, que trabaja en la fábrica ajena y el patrón le roba su trabajo y su vida, ese que lucha con la Constitución en el bolsillo y se organiza en El Partido y vota y aplaude y asiste y sigue trabajando, creyendo, confiando en que está construyendo socialismo.
El único delito de Julián es cantarle al pan, pan, y al vino, vino. El pan y el vino de los pobres de la tierra con quienes Julián ya echó su suerte, el pan y el vino del cura de parroquia, no del Cardenal, como cantó para siempre Alí.
El único delito de Julián es ser un sencillo colombiano de cualquier lugar del mundo, tener una ancha y franca sonrisa, un chorro de voz andina, una dulce mujer que se parece a su guitarra, y un corazón guerrillero para acribillar con versos la crueldad burguesa.
Porque Julián es culpable de sus canciones, de su amable figura, de su mirada franca, no pedimos sobreseimiento, indulto, beneficios, ni perdón; pedimos que se tome en serio la opinión de Luis Britto García, se cumpla la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y se le otorgue ya, asilo y plena libertad a Guillermo Enrique Torres Cueter.
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