Imaginen que, por desgracia, sufre usted una grave enfermedad. Y que mientras un médico le explica claramente que necesita cirugía y quimioterapia, otro le dice que basta con unos calmantes y seguir con su “vida normal”. El primero y su terapia le serán, sin duda, más desagradables, pero le curarán. El segundo se le presentará con “mejor rollito”, pero le llevará a la tumba.
Ante la brutal crisis del capitalismo –que no de los capitalistas–, y ante las feroces políticas de recortes y ajustes, es más seductora la idea de “volver a la normalidad”, a los “buenos viejos tiempos”, que plantearse medidas radicales, acciones difíciles y colectivas que atajen el mal de raíz. Al fin y al cabo, late en todos nosotros la esperanza de que pase algo, de que venga alguien, que solucione las cosas y nos retrotraiga a una situación anterior más soportable.
En esas tesituras siempre aparecen los curanderos, los “sanadores”, los que ofrecen soluciones que no exijan sacrificios, sino imposiciones de manos, hierbas mágicas, pociones milagrosas. Lo que sea con tal de no recurrir a la cirugía.
De ahí la proliferación de quienes nos ofrecen soluciones benignas, fácilmente aceptables, a la crisis capitalista. Bastaría, según estos simpáticos taumaturgos, con volver al “Estado del Bienestar”, al “Estado [capitalista] Democrático y Social de Derecho”, quintaesencia de todas las bondades. Con unas cuantas píldoras fiscales y unos retoques a la legislación laboral, solucionado. Todo ello tragado en infusiones de puro electoralismo, porque en su cabeza no cabe otra administración del brebaje que no sea la estrictamente “legal”.
Para no ganarse poderosos enemigos, y para no tener que pelear con el “sentido común” burgués, a nuestros moderadísimos nigromantes no se les ocurre plantear tratamientos que pudieran atacar la esencia del capitalismo. ¿Nacionalización de la banca? ¡No, por Dios! ¿Salir del entramado imperialista UE-OTAN-euro? ¡Déjese usted de radicalismos! ¿Descolonización de Canarias? ¡Ni que no fuéramos europeos!
Lo que estos aprendices de brujo quieren no es acabar con el capitalismo, solo retrotraerlo a su forma más “amable”. Por eso hablan de un programa de “mínimos” (esto es, lo que no moleste a nadie). Y claro, lo mínimo es no tocar la dominación capitalista. No es como si fuesen unos “rojos de mierda”.
El problema es que no ven –o no quieren ver– que el sistema capitalista, que ha entrado en una fase histórica de barrena en sus potencias centrales imperialistas, no puede volver a ser “amable”, aunque quisiera. Los recortes y los ajustes no son fruto del capricho o de la maldad intrínseca de los grandes capitalistas y sus partidos lacayos, a los que de repente les ha dado por jeringar hasta el paroxismo a los trabajadores.
Lo que ocurre es, simple y sencillamente, que, llegados a este punto, al capitalismo le es imposible sobrevivir si no es aumentando todo lo posible –y hasta lo imposible– la tasa de plusvalía. No puede permitirse que se estanque ni retroceda. Y para ello lo único que cabe hacer es sacar dinero de nuestros salarios, reduciendo tanto los directos (lo que nos pagan en la nómina) como los indirectos (sanidad, educación, cobertura de paro, pensiones, servicios sociales, etc.).
Por mucho que hablemos de que, en vez de ajuste, se haga “inversión para el crecimiento”, tal cosa es imposible si no se dispone de capital. Ya quisieran los propios capitalistas poder entrar en una fase de crecimiento. Pero ello no es posible si sólo se dispone del capital público, esto es, de la parte del capital proveniente de los impuestos –por muy “justos” o “progresivos” que sean–: hay que disponer de todo el capital. Y eso significa que hay que expropiar de todo su capital (y de sus medios de producción) a los capitalistas.
Claro que éstos –y sus servidores– no lo van a consentir pacíficamente. Como ha ocurrido siempre en la historia, van a sacar toda la artillería –literalmente– contra quién pretenda tal “atentado” contra sus sacrosantos “derechos”, contra sus leyes, contra su Constitución, contra su “Estado de Derecho”. Bueno fuera.
Y nuestros modernos hechiceros reformistas no están por afrontar tan tremendo berenjenal. ¡Por Dios, si sólo quieren ganar unas elecciones, no meterse en una guerra! ¡Programa de “mínimos”, porfa, que estos jodidos comunistas –“radicales”, “dogmáticos”, “antiguos”– nos quieren meter en un lío!
Ni puñetero caso les haría uno a estos eternamente fracasados curanderos del capitalismo, si no fuera porque su “medicina” levanta falsas expectativas entre la clase obrera y los sectores populares, alejándolos de la verdadera solución. Al fin y al cabo, la tendencia humana es la de preferir salidas fáciles, aunque sean ilusorias, a soluciones difíciles, complicadas y dramáticas.
“Desgraciadamente, nosotros, / que queríamos preparar el camino para la amabilidad / no pudimos ser amables”, escribía Bertolt Brecht. Sí, a todos nos gustaría el camino afable. Pero tenemos el doloroso deber de explicarle al paciente, a nuestras hermanas y hermanos, las trabajadoras y los trabajadores, que en esto no hay soluciones fáciles. Y también el deber ineludible de prepararlos y organizarlos para la revolución.
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