Camarada Chávez: ¡mucho pueblo mucho!

 

Vi, por televisión, salir el féretro del Hospital Militar de Caracas. Por un instante pensé que estaba vacío. Creí, utopía proveniente de un deseo frustrado, que el camarada Chávez, estirando sus alas, se había escapado del cerco y volando libremente había vuelto victorioso al pedestal de su mandato. Las muchedumbres coreaban ¡Chávez vive! ¡Chávez somos todos!, entonces, me imaginé que de tanto vivir y luchar por su pueblo, el camarada Chávez estaba más vivo que antes. Pero mientras más avanzaba el féretro y más creían las muchedumbres que sobre sus pechos marchaba el dolor por la ausencia del camarada Chávez vivo, me fui convenciendo que una parte de él estaba muerta y otra parte, la más grande, estaba viva.

            Los dolores tienen sus medidas, unos más intensos que otros, pero hay dolores que se vuelven en sí mismos hechos de libertad. La conciencia revolucionaria que ha despertado el camarada Chávez en Venezuela y el mundo, es un hecho de libertad. No podía haber silencio ante la marcha del féretro donde iba acostado y reposando el cuerpo del camarada Chávez. El sol era tan intenso como el mar anchuroso de las multitudes de pueblo que iban dando su despedida al líder que ha viajado a continuar el combate por el ideal grande de quienes han jugado el papel de la personalidad en la historia por los pueblos y para los pueblos.

            Miles y miles de personas, especialmente mujeres, lloraban como lloran las madres cuando pierden un hijo del alma o como lloran las hijas cuando han perdido un padre del alma. Y el féretro avanzaba lentamente. El camarada Chávez sabía que en una marcha de multitudes el comandante no debe dejar a ninguno de sus combatientes retrasado o aislado de las columnas. Por eso sabía que su féretro debía marchar al paso del más lento. En otras latitudes, donde los placeres jamás son las locuras grandiosas de los pueblos y donde todo se mide por el poder adquisitivo de las monedas, otros, una minoría ciertamente, celebraba su regocijo bailando sobre el mar de lágrimas del pueblo que ama y seguirá amando al camarada Chávez.

            El féretro avanzaba entre las multitudes que se iban encadenando en el dolor. Era como si todo un pueblo, expresándolo con llanto pero con gritos de ¡Todos somos Chávez! y ¡Chávez vive!, había alcanzado el clímax de la libertad para la imaginación. Era como si todas las razas llevaran sobre sus hombros sus almas y sus vivencias. Era como si todo lo grande del mundo cabía en un féretro y la esperanza del pueblo ansiaba que resucitara de inmediato. Era como si una cultura entera que no existe todavía corriera veloz y sólo se le escuchara decir: “Háganse dueño de las locuras que nos legó el camarada Chávez para asirnos de libertad”.

Cuando el féretro ya había avanzado un trecho de unos cientos de metros, entonces, me convencí que el camarada Chávez estaba muerto de esa muerte que se lleva lo físico, la materia pero deja intacto el ideal que pregonó en el sentimiento de las multitudes, miles de miles aplaudiendo y miles de miles llorando y miles de miles gritando su fe y su admiración por el líder que también, paso a paso –muy lentos- entre las multitudes, una parte de él se iba despidiendo y otra parte, la más grande, se iba quedando. La naturaleza entendió el celo de las masas y no se atrevió ni siquiera medio oscurecer el día con lluvia, porque el luto que guarda el pueblo por el camarada Chávez no es la de sentirse una soledad abstracta sino creativa; no es un dolor abstracto sino de emoción revolucionaria; no es tampoco un llanto abstracto sino que es la misma emoción multitudinaria reconociéndole los valores de su pensamiento y de su obra. Por eso el sol parecía como recordar que siglos atrás fue el Dios más creído de nuestros aborígenes. De otro lado, los Pizarro políticos y los Moscoso de sotanas –a veces de forma abierta o en otras de manera solapada- siguen andando proponiendo sus tropelías. Gozaban la muerte del camarada Chávez.

Chávez está muerto. Las muchedumbres de pueblo lo han confirmado con su llanto, con sus gritos, con sus cantos, con sus declamaciones, portando afiches y con su presencia acompañando el féretro del camarada Chávez. Pero las muchedumbres no dejaron que su alma se fuera y se aferraron a ella como el camarada Chávez se aferró a Cristo. Que se ensanche el corazón del proletariado y se haga eco de todo lo revolucionario del pensamiento del camarada Chávez. Si la Revolución avanza, Marx estará en alma entera apoyándola. Demasiados guerrilleros de refuerzo hay repartidos en distintos lugares del planeta. Pero las Revoluciones Proletarias avanzan en la medida que los pueblos despiertan y asumen la rebeldía que convierte a la vanguardia proletaria en la cabeza más visible y más cierta de sus luchas. Desde el más allá, donde los sueños parecen eternos, el camarada Chávez también estará con ellos. Mientras tanto, en la Pradera del Cielo hay repiques de campanas, melodías de cantores, declamaciones de poetas, voces cristalinas de niños inocentes, palabras y conceptos de ancianos que legaron todos sus conocimientos y todas sus experiencias a las juventudes rebeldes de siempre. Todas las madres de la Pradera quieren ser madre del camarada Chávez.  Sabemos, por una historia de niños contada en un cuartel donde los soldados eran de golosinas y sus guerras eran decretos de libertad, que en la Pradera no hay poetas que invoquen bueyes para el trabajo esclavo ni existen yacimientos de leones ni cordilleras de toros. Allá no hay quien eche un yugo en el cuello de ninguna raza, allí ahora trinan los  ruiseñores sin esperar la muerte, porque los fusiles son vientos que no maltratan la piel. Ya Whitman podó la yerba y Alí ensaya su canción “Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos” para el gran concierto de bienvenida.

Por todo lo que pensó y por todo lo que hizo el camarada Chávez por su pueblo y por otros pueblos hermanos es que su alma ira directa a la Pradera para reunirse con esa legión de hombres y mujeres que desde allá sigue pensando y continúa luchando para que en la Tierra nunca callen a poetas y cantores porque así florece la vida y no la muerte, la alegría y no la tristeza, la ternura y no el desprecio, la solidaridad y no el egoísmo. Eso es la libertad. En su despedida en la Tierra, ya lo saben las almas de la Pradera, hubo mucho pueblo mucho. Mientras que un loco, en sus elucubraciones e impresionado por lo multitudinario de pueblo que acompañó el féretro con el cuerpo dormido del camarada Chávez, pronunciaba y pronunciaba, plagiando a Víctor Hugo, palabras a las cuales no renunciaría  su boca: “En este mundo de capitalismo salvaje … las cosas más sublimes son por lo general las menos comprendidas…”

Sin más preámbulo permítanme plagiar o parafrasear a Cátulo Castillo:

Canten, griten, declamen, aplaudan fuerte, camaradas, ¡porque el camarada Chávez está dormido! Tiene la frente en alto y ha cerrado sus ojos. Se consumió en la lucha por su pueblo y otros pueblos. Su mirada fue incontinente y estuvo en la contienda de la lucha de clases por su gente, por el amor, por la libertad, por la justicia y la solidaridad. Canten, griten, declamen, aplaudan fuerte, camaradas, para recordarlo con su oración de siglos, aferrado a su Cristo, con su ideal  de siempre, y que los duendes de los sueños hagan vigilias de noche y siempre haya luna y estrellas y luceros para todos.

Canten, griten, declamen, aplaudan fuerte, camaradas, y no se olviden que el camarada Chávez duerme y su espíritu anda viajando y luchando en la historia que no se detiene. Los cantos, los gritos, las declamaciones y los aplausos fuertes elevan el féretro, a lo alto de la conciencia invencible de los pueblos, donde duerme el camarada Chávez. Que nos duela el silencio de los astros con tal que haya más cantos, más gritos, más declamaciones y más aplausos fuertes. No le digamos adiós sino un ¡hasta siempre camarada!”



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Freddy Yépez


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