Las expresiones que hoy están enriqueciendo el argot popular venezolano y de buena parte de América Latina y de más allá, tales como: “Todos somos Chávez”, “Chávez, vive”, Chávez, corazón de mi patria”, traducen uno de los legados más valiosos que este insigne venezolano, este multifacético gobernante, comandante, luchador, trabajador incansable dejó sembrado en nuestras almas y pensamientos, de una eficiencia y eficacia inatrapables en los fríos números políticos y estadísticos.
Chávez se ha convertido en una referencia paradigmática para todos nosotros, particularmente para la juventud y niñez de todos estos pueblos hermanos. Una referencia de la que estábamos huérfanos desde hacía sus buenos 200 años.
Efectiva e innegablemente, los gobernantes que hasta su llegada tuvo Venezuela no pasaron de ser políticos de segunda, inmorales, corruptos, apátridas, hipócritas y, sobre todo, traidores y malos ejemplos para nuestra sociedad que, con mayor énfasis, se hallaba desmoralizada, al garete y sin referencia moral alguna, al punto de que connotados y aborrecibles personajillos de esa era prechavista llegaron a identificar al venezolano como soberanos pendejos en la medida que no se corrompieran o compartieran la podredumbre de sus presidentes, de sus diputados, de sus ministros, de sus gobernadores regionales, magistrados, sus alcaldes y concejales.
Desde la llegada de Chávez, nuestra conducta en los trabajos privados y públicos cambió, y de esa manera lo viene haciendo nuestro trato con nuestros semejantes, nuestra actitud frente al capital malsano extranjero, nuestros rendimientos académicos, escolariegos, de media y universitarios. Ahora, y desde ayer tarde a eso de las 16:25 cuando falleció físicamente, él pasó a reconfigurarse como la referencia moral, burocrática, militar, civil, docente y familiar que los venezolanos empezamos a tomar como modelo conducta popular y masiva, salvedad hecha de la minoría irreconciliable porque ella representa todos las abominables referencias que todo sistema de explotación inculca entre las personas que primero piensan en su yo y luego o nunca en los demás.
Antes carecíamos de buenas y acertadas orientaciones frente al país, frente a la industria, frente al comercio, frente a la educación, frente a la salud, frente a nuestros militares y policías. Ahora tenemos patria, y esta hermosa voz pasará a convertirse en: ahora tenemos a quien seguir en nuestras vidas, en nuestra formación cívica, moral y política. UN venezolano que usó la Presidencia para trabajar, trabajar y trabajar, al punto de que lo hizo unas 140 horas semanales. Esto significó 3,5 jornadas legales para la semana laboral legalmente establecida. O sea: Chávez trabajó durante 14 años el equivalente a 49 años bajo jornada normal o estándar. De tal manera que asombrosamente, en sus 58 años cronológicos registrados en libros, trabajó como si hubiera vivido unos 93 años.
El grado de descomposición de la época prechavista fue tan asquerosa que la siguiente anécdota sabrá recogerla: Me tocó dedicar varias horas de la semana a la revisión de expedientes de futuros estudiantes en una de las varias y corrompidas Universidades nacionales. Cuando llegué al escritorio de la oficina correspondiente, hallé cerros y empolvados archivos de aspirantes hasta con varios años de infructuosa espera por una equivalencia, por una convalidación.
En cuestión de 3 o 4 sesiones di cuenta de todas y cada una de esas solicitudes. Pasadas unas semanas, en uno de esos muchos asuetos que estas instituciones suelen tomarse autónomamente, caminaba yo por una de sus calles internas y a escasos metros de un grupo de “profesoras” pude oírle a una de ellas, a quien trabajaba en esa dependencia académica, la siguiente perla moral: “Ahí se acerca el único profesor “pendejo” que revisa los expedientes de estudiantes que solicitan equivalencia y reválidas”.
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