Vivo te amamos, muerto te veneramos. Esas fueron las palabras de la luchadora quiteña que la oligarquía suramericana arrinconó hasta el final de sus días, enterrándole sus sueños en Paita, Perú.
Fue la valerosa ecuatoriana quien venció y sorteo miles de adversidades por el amor al padre de la patria venezolana, Simón Bolívar. El más grande de los amores del hombre de la libertad, era Manuelita Sáenz.
El mismo sentimiento, pero esta vez triunfador ante toda traición oligárquica, descansa en nuestras tierras y es Hugo Chávez. El mismo cariño individual de una mujer hace casi 200 años es reproducido ahora en millones.
Ya empiezan a sentirse por estos días difíciles el afecto de todo un pueblo, hecho sentimientos y esperanzas con toda la responsabilidad política encomendada en estos momentos por el comandante de los sueños azules.
Ha querido también la vida en contra de la voluntad de miles que el lapso del líder supremo se viera interrumpido por un sueño perenne. Estamos en la trágica e inesperada despedida que ha atravesado la patria.
Como el amor de los ecuatorianos, grande, inmenso, único y valiente también es su presidente Rafael Correa, quien no vacila en encomendar la libertad de su nación a las letras de Hugo Chávez. En casas cubiertas por techos de mohos, ubicas por entre el medio de cerradas y frías calles quiteñas, están las imágenes del Abel de América, el Mariscal Antonio José de Sucre.
También sobre las paredes del marco de cada una de las entradas, ubicadas en las vistosas calles de amplios calores del Pacífico, está Guayaquil.
Urbe costera inundada de gigantes carros Mercedes Benz, donde en la mayoría de sus residencias tienen colgado un cuadro inclinado hacia el visitante, al lado dos telas adornan de forma abombada la imagen del Mariscal, asesinado una mañana trágica en las impenetrables montañas de Berruecos.
Por esos detalles el amor de los héroes es eterno.
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