En grata conversación en una tertulia de miembros bastante plurales abordábamos el espinoso asunto de la cultura democrática en Venezuela en una especie de historia comparada entre la llamada república civil y la república bolivariana de Venezuela, cuando los movimientos social que se mantenían en las catacumbas emergieron bajo el liderazgo del comandante Hugo Chávez en la década de 1990, cuyo proceso se ha venido consolidando con el proceso revolucionario bolivariano; allí cada cual extrajo sus propias conclusiones pero, aún con sus matices, lo fundamental fue que sin negar los avances de la denominada Cuarta República en esta Quinta República ha habido una impresionante progresividad de los derechos en casi todas las materias, no sólo en los derechos políticos sino en los sociales, medio ambientales o los derechos humanos en general.
No quiere esto decir que no haya grandes déficit aún, sino que si se realiza un ejercicio histórico de comparación se advierte una notable progresividad en los derechos y también en la asunción de los deberes pero principalmente en aquellas comunidades que han avanzado en los procesos de organización popular o en aquellas organizaciones con fines electorales que ya como se dice coloquialmente no se calan imposiciones. Ejemplos muy concretos lo tenemos en los eventos que en estos días han estado en la palestra: las organizaciones políticas agrupadas en la inenarrable MUD se han rebelado contra unos tales consensos alcanzados conciliábulos de sus leader chip nacionales y regionales, muchos de sus miembros piden elecciones internas para elegir a sus candidatos a las parlamentarias y en el PSUV abrieron el compás a la participación desde las bases, lo cual constituye una lección de particular importancia para la cultura democrática en el marco de la revolución bolivariana.
Otro aspecto lo representa, según esta perspectiva la reacción de una inmensa porción de la población nacional bajo el liderazgo del presidente Maduro y el comando general de la revolución frente al aberrante decreto ejecutivo del presidente de Estados Unidos, la recolección en tan corto tiempo de esa inmensa cantidad de firmas contra esa insolente injerencia, señalábamos en esa conversación, que debía ser interpretada como un acto pedagógico mediante una estrategia para la educación en los valores de la democracia a toda la comunidad nacional; esto es, que debe ser situada en el terreno de la ética política en el sentido que tiende a la profundización de la moralidad pública por un lado y por el otro en la crítica de las actitudes desleales a los altos intereses nacionales, como son su libertad y soberanía.
Las firmas deben ser consideradas como un irreductible muro de moral republicana y sus virtudes, como decía don Simón Rodríguez, pero no es menos cierto que esa lucha constante por hacer patentes desde la catalanidad moral el legado político y filosófico que logró sintetizar el comandante Chávez tanto en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999) como en el Plan de la Patria (2013-2019) en la que actuó con la colaboración de muchos de sus correligionarios donde el pueblo no es un actor pasivo, todo lo contrario constituye el actor principal; no en lo abstracto sino en la práctica junto a su fuerza armada, que no es ésta sino una fracción armada del pueblo mismo, en esa inextricable unión cívico-militar, de lo cual el querido comandante Chávez también elaborara una nueva doctrina, revelándose no sólo como un gobernante sino como un teórico de lo político que discutió en el presente el talante de la democracia participativa sino que hizo varias contribuciones, siendo uno de sus ejes centrales la nueva moral republicana referida al hombre y su voluntad de acción, se podría decir parafraseando a la distancia a Kant y a Nietzsche.
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