La Maledicencia

Llegué a Caracas a mediados del año 2006.La voluntad y el amor por el trabajo fue lo primero que decidí guardar en un pequeño morral que acompañaría mi primera aventura como periodista en la capital. Estaba recién graduada y las iniciativas de proponer y hacer eran imparables. Era feliz porque además de desempeñar con gusto la magia de la comunicación social, compartiría ideológicamente un proyecto de país creado por el gran humanista Hugo Chávez.

Con un idealismo en demasía y la pasión de la lucha a flor de piel, cabalgué entre el delirio de lo que siempre creí perfecto. Estaba convencida que las más bajas pasiones del hombre jamás tocarían a quienes luchaban por la naciente Revolución Bolivariana –quienes en teoría encarnaban los más sublimes valores que un ser humano noble y justo debe profesar a su prójimo- Cuestiones de la edad, supongo.

Hoy luego de haber tenido la oportunidad de laborar en diferentes instituciones del Estado confieso que me equivoqué en un intento ingenuo de creer que quienes comulgamos con la causa socialista estamos exentos de accionar como miserias humanas. Como testigo y participante (porque también tengo defectos y miserias) admito que la maledicencia no se trata de opositores y chavistas, sino de cualquier persona con pretensiones de destruir la armonía de su entorno, en este caso, la avenencia sincera que debería existir en la de los trabajadores y trabajadoras de la administración pública.

Es lamentable como muchas de las oficinas de trabajo concebidas en el Plan de Patria para materializar los más importantes proyectos sociales, culturales y científicos, están a merced gran parte del día de la murmuración o chisme, de la disparidad en las tareas asignadas y de los vicios generados por las redes sociales (me refiero a estar pegados todo el día al facebook, twitter e instagram).

Conocí un gerente que sabía mucho de números, hacía alarde de su impecable labor y decía que a él sólo le importaban los resultados. En una reunión comentó que las camisas que le habían dado en las marchas sólo les servían de coleto o para lavar su carro. Evidentemente estamos hablando de un trabajador no afecto al gobierno, cosa que ahora no critico porque este señor es venezolano, sólo coloco el ejemplo de que siendo un opositor también sumaba sus miserias al proceso jugando cartas en la computadora, como cualquier chavista que lleva con orgullo franelas del Che Guevara, mantiene un frenético discurso por la paz y los derechos humanos, pero llega tarde todos los días al trabajo, es reposero y no cumple con sus asignaciones.

Sumado a estos males, aparece el llamado bullying, me refiero a aquellos trabajadores que hacen chistes y sutiles ofensas a sus compañeros –hasta convertirlos en el hazme reír de turno- rayando en el irrespeto permanente. No se trata de sensiblerías, todos sabemos distinguir una broma del sarcasmo y la burla. Una ex compañera de trabajo se quejaba diariamente a espalda de quienes la maltrataban psicológicamente diciéndole "bruta" entre otros calificativos que la hacían sentir insegura en su desenvolvimiento dentro la oficina. Ella aunque jamás expresó formalmente su malestar a los directivos de la institución, todos conocían el caso. ¿Miedo o vergüenza? El silencio muchas veces nos convierte en cómplices del irrespeto y la infamia.

Es razonable que quienes ejercen cargos de confianza hagan el papel de mediadores en diversas situaciones engorrosas generadas dentro de su equipo de trabajo, pero lo que no se puede permitir es que muchos de ellos se excusen en una falsa diplomacia que fomenta el parasitismo a complacencia. ¿Conveniencia? ¿Ansias de poder? ¿Cuido de un cargo? Sea lo que sea debemos seguir en la búsqueda de la justicia para lograr relaciones humanas basadas en el respeto franco hacia el otro. Aquí es necesario decir que actualmente familiares del alto gobierno que ocupan importantes cargos actúan cual celebridades, algunos de ellos han llegado al extremo de maltratar a su personal. Amigos y amigas recuerden que las instituciones que presiden no son un juguete, ni un caprichoso su objetivo es trabajar para el pueblo. ¡Por favor den el ejemplo!

Todavía ocurre que quienes denunciamos este tipo de comportamientos seamos tildados dentro de las instituciones como emocionales, intolerantes, problemáticos y conflictivos. Conozco muchísimos trabajadores y trabajadoras que están de acuerdo con todo lo antes expuesto, sólo que parte de ellos considera que no vale la pena expresar queja alguna porque se resignaron a que la maledicencia sea el pan nuestro de cada día en sus espacios laborales. Otros sucumben ante el qué dirán, la apariencia y la aceptación grupal, prefieren también padecer entre lamentos y chismes. Hay quienes con tristeza murmuran que tienen hijos que mantener, deudas por saldar, que la vida es muy dura y que nada cambiará, toda una novela para seguir justificando lo injustificable.

Así como nos preocupamos por comer, vestir, viajar e invertir en tecnología de punta, también preocupémonos por ser cada día mejores personas. Repito, no se trata de chavistas y opositores, sino de promover la cultura del respeto. Hago un llamado a las mujeres y hombres que ocupan cargos de alta gerencia para que profundicen en la cotidianidad de sus oficinas y se hagan conscientes de quienes entorpecen el trabajo de los que sí quieren trabajar –independiente de su ideología política-. Más que una denuncia, sirvan estos párrafos de reflexión y que cada uno de nosotros tome lo que le competa mejorar.


 



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María Canelones


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