El Poder Popular es como Dios; la inmensa mayoría decimos que creemos en él pero pocos practicamos su palabra. Acudimos al poder popular como fuerza impulsora y sostenedora del proceso revolucionario pero también acudimos al poder popular como catapulta para alcanzar objetivos particulares. El poder popular parece el acto ritual de la señal de la cruz; lo hacemos cuando caminamos por una calle solitaria pero también lo hace el ladrón que nos aguarda. Definitivamente el poder popular da para abrir brecha como para cerrar la participación.
Tal ambivalencia es expresión de la confrontación histórica de dos culturas que se niegan, que no pueden convivir juntas, o es una o es la otra, es la lucha entre el capitalismo y el socialismo.
Lo difícil de esta confrontación es que los bandos no están diferenciados, por siglas o por colores o por posiciones en el territorio. En la lucha cultural los oponentes están en un solo terreno, y muchas veces cambian de posiciones, de roles aun sin saberlo y en esta lucha los revolucionarios estamos en desventajas, porque es la sociedad burguesa la que queremos cambiar y es la hegemonía burguesa la que tiene siglos predominando, por lo tanto se requiere una formación ideológica profunda que nos permita clarificar el rumbo sin sucumbir a tal hegemonía. A veces sucede que un revolucionario actúa como un contra revolucionario, con toda la buena intención del mundo creyéndose un soldado del socialismo y no se percata que esta tributando a la causa contraria. De allí que la revolución es eminentemente cultural, es un proceso dialéctico que debe generarse en nosotros mismos permanentemente, es una eterna aplicación de las 3R: Revisión, Rectificación y Reimpulso; no puede haber revolución sin revolucionados.
Esta incongruencia se expresa muchas veces al creer que las organizaciones comunitarias y de trabajadores se construyen por una decisión ejecutiva, dándoles plazos como una obra de construcción civil, como si la gente fuera bloque, cemento o estructuras metálicas; no entendiendo los tiempos, y el respeto al espacio del poder constituyente que es en definitiva la fuerza motriz de la transformación. Actuar así es conducirse sobre los mismos rieles de la lógica burguesa, es muestra que estamos teóricamente configurándonos y promocionando un tipo de organizaciones con el mismo molde que queremos destruir.
El asunto es que debemos de tener clara conciencia sobre lo que es poder en capitalismo y poder en revolución.
Poder en capitalismo son los cargos con prerrogativas como recompensa dada a personeros defensores del sistema de explotación en las estructuras de un estado, que cuenta con toda un aparataje, jurídica, judicial, militar, mediática, económica para mantener el dominio de una minoría sobre las mayorías. Por lo tanto la democracia, la participación y las decisiones están a cargo del gobernante burócrata.
Poder en revolución son espacios de control y dominio por parte de las mayorías organizadas; y lo que pudiera verse como análogo a la palabra cargo; son las responsabilidades que circunstancialmente puede ocupar algún combatiente, pero que eso no lo coloca por encima de, sino mas bien como expresión soberana del colectivo. Aquí es el poder obedeciendo.
Viendo estos dos conceptos de poder (Poder en capitalismo y poder en revolución), los invito a reflexionar sobre la "bendita aspiración política":
¿A que aspiran la mayoría de nuestros líderes políticos? Lamentablemente casi todos a cargos.
¿Cuantos lideres han decidido bajar del pedestal y entregarse activamente al fortalecimientos de organizaciones de base? muy pocos o casi nadie.
Entonces saque su conclusión sobre que lógica estamos construyendo el Poder Popular.
ABREBRECHA Y DESPUES HABLAMOS